El 17 de abril del 2011 fue un día crucial para la televisión del siglo XXI. Ese domingo, HBO estrenó Game of Thrones, quizás la serie de fantasía más exitosa e importante de todos los tiempos.
El ambicioso nivel de producción de la serie no se había visto hasta entonces y generó dividendos: se convirtió en el trapito de domingo de HBO. Eso cambió el juego. Desde ese momento, varias de las grandes cadenas estadounidenses se pusieron un gran objetivo: desarrollar su propio gran show de fantasía y ciencia ficción (lo que en inglés llaman Genre TV).
Casi siete años más tarde, Amazon tiene Man in the High Castle, Starz tiene American Gods y Syfy tiene The Expanse, entre otras. Aunque ninguna ha cosechado la misma aceptación que Game of Thrones –ya considerada un fenómeno cultural–, todas demostraron que la ciencia ficción y la fantasía pueden funcionar en la pantalla chica, no solo como un producto de calidad que cautive a una audiencia masiva, sino como una plataforma de comentario social y no solo como un escapismo.
Sin embargo, en la lista de cadenas que se han sumado a la producción de series de estos géneros, un gran ausente se evidencia. Si bien Netflix ha producido una cantidad envidiable de series de primerísimo nivel, como House of Cards, Orange is the New Black y The Crown, e incluso un par de notables proyectos de fantasía y ciencia ficción, como Sense8 y Stranger Things, ninguna se ha desarrollado en un universo alterno a la Game of Thrones.
El silencio de Netflix, sin embargo, se acabará el próximo viernes 2 de febrero, con el estreno de Altered Carbon.
Distopia
Imagine una realidad paralela en la que el desarrollo tecnológico fuera tal que usted podría transferir su consciencia –su personalidad, sus recuerdos, el aprendizaje ganado a través de la experiencia– de su cuerpo a otro, pudiendo así vivir para siempre... si es que logra costearlo.
Sería un descubrimiento monumental para la historia humana. Las víctimas de asesinatos, por ejemplo, podrían identificar a sus homicidas. Los astronautas podrían viajar a otros planetas, soportando los inhumanos tiempos de movilización.
Al mismo tiempo, la desigualdad económica supondría que tecnología de tal calibre estaría reservada únicamente para los más ricos, quienes se perpetuarían pasando de un cuerpo a otro, consolidando así su poder durante siglos y utilizándolo de maneras peligrosas.
En Altered Carbon, novela ciberpunk del 2002 de Richard K. Morgan sobre la que se basa la nueva producción de Netflix, Takeshi Kovacs es un soldado que regresa a la vida para investigar un asesinato.
La historia, sin embargo, no se limita a ser un thriller criminal. Pronto se convierte, también, en una severa crítica a los ricos y poderosos, a la monetización humana y a la certeza de que, con poder, viene también la corrupción.
Contra el poder
Atención, vienen mínimos spoilers:
En la serie de Netflix, Kovacs es interpretado de forma alterna por Joel Kinnaman, Will Yun Lee y Byron Mann. 500 años en el futuro, el soldado despierta en un vientre artificial. Pronto descubre que está en un cuerpo nuevo y que ha sido regresado a la vida por un Meth, término que se utiliza para designar a los superricos que prolongan su vida cambiando de cuerpo.
Kovacs recibe una oferta imposible de rechazar: si ayuda al multimillonario Laurens Bancroft (interpretado por James Purefoy) a solucionar el misterio de su propio asesinato, Kovacs se dejará muchísimo dinero y sus crímenes pasados serán perdonados. Si se niega, regresará al hielo –una especie de castigo virtual– por un par de siglos más.
El de Altered Carbon es un universo complejo, con muchas partes moviéndose al mismo tiempo. Tan pronto Kovacs acepta la oferta de Bancroft, el soldado es contactado por varias partes con sus propios intereses.
Está la detective Kristin Ortega, quien estuvo enamorada de Ryker, un detective caído en desgracia cuyo cuerpo es ahora habitado por Kovacs. Está Dimitri Kadmin, un mafioso que planea matar a Ryker, ignorante de que el detective ha muerto y su cuerpo es ocupado por alguien más. Están, además, varios otros personajes más, que se ven envueltos en una trama sobre los peligros de la riqueza y la tecnología sin filtros.
Economía de lo moral
Como Game of Thrones, Altered Carbon no tiene miedo de mostrar escenas de sexo y violencia con fidelidad a la novela original. El giro está en que la mayor parte de ese sexo y esa violencia suele venir de fantasías de Meth inmortales y aburridos como Bancroft, enfrascados en buscar impulsos que los hagan sentir algo. Para ello, pueden llegar a depravaciones encubiertas por su propio poderío económico, como asesinatos y violaciones de hombres, mujeres y niños; las víctimas son siempre personas pobres, en torno a las cuales nunca se generan sospechas.
Situaciones como esa dejan clara la línea moral de la serie, que critica con severidad la acumulación de capital económico sin restricciones. “En este mundo”, le dice Bancroft a Kovacs, “la única elección real es entre quien compra y quien es comprado”.
A medida que aprendemos más sobre el viaje entre un cuerpo y otro de Kovacs, se evidencia que la historia trata maquinaciones mucho mayores que la simple historia de un soldado investigando un crimen o que las maquinaciones de los superricos. Allí, en el fondo de la trama, cubierto por un velo de de violencia y drama, se esconde la génesis de una revolución que podría transformar el mundo.
El mundo de Altered Carbon es denso, violento y decadente. Sus personajes lo habitan en medio de constantes peligros y desigualdades, enfrentándose o siendo víctimas de un sistema que privilegia a los que más tienen y castiga a los menos afortunados.