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“Sé lo que quiero, tengo una meta, una opinión formada y un amor”. Vio a su madre morir de hambre y estuvo aferrada al cadáver de su hermana Margoth. Ella murió a los 14 años, el 12 de marzo de 1945, en el campo de concentración alemán de Bergen Belsen. Mes y medio después las tropas inglesas liberaron a los prisioneros.
A los 13 años le regalaron un libro de autógrafos, que utilizó como diario; cuando agotó las páginas, usó dos cuadernos más. Quiso publicarlo; quitó y agregó, pulió y corrigió el texto, hasta dejarlo en 360 hojas finas.
La primera línea la escribió el martes 2 de junio de 1942; a lo largo de 671 días plasmó las experiencias clandestinas de una niña judía, oculta en la buhardilla de una casa holandesa, durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial.
Por dos años, Ana Frank estuvo atenazada por el miedo y la constante ansiedad; hasta que el 4 de agosto de 1944 un policía alemán y cuatro colaboradores localizaron el refugio.
Ella, sus padres Otto y Edith Frank, su hermana Margoth y otros cuatro judíos fueron montados en un vagón para transportar ganado y los llevaron a su destino final.
La familia fue separada. Los hombres fueron a Auschwitz y las mujeres a Bergen Belsen, al norte de Alemania; dos prisiones diseñadas por los eficientes ingenieros alemanes, para industrializar el exterminio de sus enemigos.
Atrapados
“Soy una mujer con fuerza interior y con mucho valor”. Ana nació el 12 de junio de 1929 en Frankfurt; fue la segunda hija de un matrimonio de comerciantes semitas.
Llevó una infancia normal hasta los cinco años, cuando la familia se trasladó a Holanda, en 1933; ahí Otto se dedicó a la venta de pectina, una fibra natural utilizada en la repostería.
En 1940, los alemanes invadieron ese país y, con ayuda de una red de soplones locales, comenzaron a cazar sistemáticamente a los refugiados judíos. Aunque esa fue una de los primeras naciones donde hubo huelgas contra los invasores, de los 140 mil judíos registrados en aquel año, el 75 por ciento murió asesinado.
Los Frank se ocultaron en la parte trasera de la fábrica paterna, ubicada en Prinsengracth 263, uno de los canales de Amsterdam. Vivieron dos años, en una habitación secreta de 52 metros cuadrados. Más tarde se unió la familia Van Pels: Herman, Auguste y Peter, de 16 años ; y el dentista Fritz Pfeffer.
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En esa ratonera Ana encontró un escape con su Diario, que fue recogido por Miep Gies. Cuando se enteró que Otto era el único sobreviviente le entregó ese pequeño libro, con tapas de tela blanca, rayas rojas y anaranjadas, donde Ana apuntó sus secretos, memorias y percepciones de la guerra y cómo cambió su visión del mundo y de la vida.
Tiempos difíciles
“No me resigno a vivir como las mujeres que se dedican a las labores propias de su sexo”. Dadas las circunstancias, Ana decidió cambiar el nombre a los personajes de su libro, y lo dedicó a una amiga imaginaria: Kitty. Todavía se ignora quién era.
Algunos dicen que fue Käthe “Kitty” Egyedi; otros opinan que lo tomó prestado de su texto preferido, Joop ter Heul. En todo caso las primeras anotaciones las dirigió a otras personas: Conny, Marianne, Emmy y Pop.
Algunos pasajes del Diario hablan sobre la sexualidad de la propia Ana, los conflictos personales de una adolescente con sus padres y el primer romance: Peter van Pels.
Ella peleaba mucho con su madre y pensaba que, si bien era un ejemplo, por ninguna razón la imitaría. “Las frases tan violentas son solo manifestaciones de enfado, que en la vida normal habría podido ventilar dando cuatro patadas en el suelo, encerrada en una habitación o maldiciendo a mamá a sus espaldas”.
En los primeros meses del encierro adoraba a su padre, pero conforme creció sentía que Otto no la trataba como a una mujer; evitaba contarle sus asuntos secretos y desconfiaba de él.
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La piedra del escándalo fue Peter. “Un muchacho desgarbado, bastante soso y tímido, que no ha cumplido aún los dieciséis años y de cuya compañía no cabe esperar gran cosa...”. Eso no fue óbice para enamorarse del joven y darle su primer beso.
Estar encerrada con siete personas y lidiar con ella misma le ocasionó depresiones y cuadros de ansiedad, para lo que tomaba valeriana y otros medicamentos caseros.
Sin escape
“¡Y ahora sé que lo primero que hace falta es valor y alegría!” La vida en Bergen Belsen no valía nada. Los alemanes carecían de piedad con los judíos y los trataban como esclavos; aparte de someterlos a torturas, racionamientos y sobrepoblación. El campo fue construido para alojar a tres mil prisioneros y llegó a contener 95 mil detenidos.
Los piojos, pulgas y garrapatas desataron epidemias de tifus; las víctimas morían tras sufrir fuertes dolores de espalda, estómago, cabeza, vómitos, tos intensa, altas temperaturas, la piel enrojecía y una fetidez cadavérica flotaba en el aire.
Una sobreviviente recordó los últimos días de Ana: “Casi todos los días le llevaba algo de comida que robaba en la cocina; después de la muerte de su hermana ya no sentía deseos de vivir.”
Murió el 12 de marzo de 1945. Sobrevivió su Diario; lo publicaron en 1947 y vendieron 30 millones de ejemplares.
La última línea que escribió sintetiza su vida: “Siempre buscando la manera de ser como de verdad me gustaría ser y como podría ser… si no hubiera otra gente en este mundo”.