¡Pero, qué diablos! Solo era un lance. Nada serio. ¿Quién, en su sano juicio, se negaría a un par de choques de ombligo con el hombre más divino de Hollywood? Tal vez alguna menos lanzada, pero ella: ¡Jamás!
Aunque no era una recién llegada a la galaxia del celuloide, hay ofertas que nunca se rechazan. Katy Jurado poseía un cuerpo provocativo, sin ser bella. Sus ojos eran enigmáticos y negros como el pozo del infierno.
Así se la recetó el doctor a Marlon Brando. Por aquellos días –mediados del siglo pasado– estaba casado con la mexicana María Luisa Castañeda, conocida en autos como Movita; se daba sus escapadas con Rita Moreno y aún tenía energía erótica para darle champú de cariño a las actrices novatas.
Y como un hombre al año no hace daño, Katy ni siquiera lo pensó cuando atendió el telefonazo de Brando. Lo que iba a ser solo una lúbrica calistenia, terminó en un “pas de deux” subterráneo con el mito viviente del cine; duró diez años y alcanzó el punto de fusión en 1960, cuando ambos filmaron El rostro impenetrable.
Con el tiempo, y un poco de práctica, agregaría las cabelleras de otros “cara pálida”: John Wayne, Tyrone Power y Ernest Borgnine; por citar apenas a unos cuantos de los más connotados actores de Hollywood, que cayeron abatidos por las flechas de fuego de su mirada.
Todos esos le hacían los mandados a Marlon, quien desde los años 50 era un semidios del cine. Egomaníaco, presuntuoso y exhibicionista; en el sexo era un Tiresias: a veces hombre y en otras mujer. Entre sus conquistas destacaron: Burt Lancaster, Laurence Olivier y James Dean; o bien Ava Gardner, Ingrid Bergman y Marilyn Monroe.
La carrera de Katy en Hollywood comenzó en 1951, cuando el cineasta Budd Boetticher y John Wayne la vieron en México en una corrida de toros. Resulta que la Jurado trabajó como columnista de cine, periodista de radio y crítica taurina para mantener a sus dos hijos.
El par de ligadores le dio un papel en El matador y la dama; Katy no sabía ni un pepino de inglés, pero memorizó el guion y se lo aprendió fonéticamente para salir avante.
Su capacidad de trabajo y natural talento atrajo la atención de Stanley Kramer, que la contrató para la celebérrima A la hora señalada, filme donde el divo le puso el ojo. Con esta película ganó el Globo de Oro como actriz de reparto.
De ahí saltó a filmar ¡Viva Zapata! y coincidió en el escenario con Brando, quien dijo: “¡Esta es la mía y de hoy no pasa!”. Marlon –recordó Katy– “me llamó una noche… solo era una cita… no me iba a casar con él.”
El “affaire” terminó porque el actor solo se amaba a sí mismo. “Fuimos muy amigos. Yo digo que nosotros fuimos verdaderos amigos del alma. Nosotros hablábamos alma con alma.”
Años después sustituyó a Dolores del Río en Flecha rota, debido a que su compatriota fue marginada de la cinta por sus simpatías comunistas. En esos años 50 y 60 el senador Joseph McCarthy inició una cacería de brujas contra todo lo que se opusiera al “american way life”.
Faltas a la moral
Nadie recuerda a María Cristina Jurado García, nacida en Guadalajara el 16 de enero de 1924. Pero sí a Katy Jurado, diva indiscutible del panteón artístico mexicano y gringo.
Ella realizó la primaria en el colegio de las monjas teresianas en la Ciudad de México; deseaba ser abogada y terminó de secretaria bilingüe. Pero no ejerció ni una ni otra, porque su endiablada belleza atrajo la atención de sus paisanos cineastas.
Apadrinada por Emilio Fernández ella debutó con La Isla de la Pasión, pero ni siquiera apareció en los créditos. Lo hizo a escondidas de sus padres, Luis Jurado Ochoa –abogado y terrateniente– y Vicenta Estela García de la Garza, que en su juventud cantó en la emisora KEW.
Sin el permiso familiar actuó en No matarás y estuvo a punto de ser enviada a un internado en Monterrey; escapó al noviciado por la única ventana que le dejaron abierta: el matrimonio.
A los 16 años –en 1940– pasó por los altares y se liberó de la férula paternal; contrajo nupcias con Víctor Velázquez y tuvo dos hijos: Víctor Hugo y Sandra. Tres años más tarde grabó La vida inútil, de Pito Pérez.
Contra viento y marea inició una ascendente carrera fílmica y soltó todo el lastre posible, entre ellos su marido; con 27 años debutó en el cine americano, regresó a su tierra y labró una carrera artística de casi 60 años. Al final de sus días interpretó a Justina en la telenovela Te sigo amando.
Tras divorciarse –en 1963– de su segundo marido, Ernest Borgnine, cayó en una severa depresión e intentó suicidarse. El actor la conoció en el corredor oscuro de un restaurante, durante el rodaje de Veracruz, y la persiguió durante dos años.
Sostuvieron un bello romance y cometió la imprudencia de casarse otra vez, pero los celos e inseguridades de Borgnine convirtieron la convivencia en una caldera del diablo.
La vida le tenía reservado otro sinsabor. Su hijo Víctor murió a los 35 años en un accidente de tránsito.
A los 78 años sintió que la habían olvidado y no quería morir abandonada. ”¿Tengo que vivir esperando a que me pongan pañales, que ya no pueda caminar, que se me caiga la baba, que ya no piense?”. El corazón enfermo, los pulmones deteriorados y una insuficiencia renal acabaron con Katy Jurado en su casa de Cuernavaca, el 5 de julio del 2002. Con mucho trabajo y amor, pagó su deuda con la vida.
Hay lugar para dos
Dicen que el verdadero amor imposible de Katy Jurado fue Porfirio Rubirosa, un cazafortunas dominicano que estuvo casado con la archimillonaria Barbara Hutton, a la cual desplumó.
También le atribuyeron una intensa pasión con el novelista de westerns Louis L’Amour.
“Tengo cartas de amor que él me escribió hasta el último día de su vida, pero por nuestros trabajos, nunca pudimos coincidir, pero él era el hombre de mi vida y yo, la mujer de su vida. Debí haberme casado con ese hombre...”.