Pocos días antes del 4 de febrero, navegaba por Netflix en busca de una serie que me enganchara. Lo había intentado con El Rancho y luego con la cuarta temporada de Grace & Frankie, pero pronto deserté de ambas.
Así que esa noche, cuando apareció Un día a la vez entre las sugerencias para ver, le di una oportunidad. Total, con las series me pasa como con los libros: si no me capturan en las primeras 50 páginas –primer capítulo– los dejo a su suerte y sin daños a terceros.
Los tres minutos iniciales de ese primer capítulo transcurrieron sin pena ni gloria. Estaba a punto de darle el “basta” cuando apareció Lidia, la abuela de la familia Álvarez, y con su acento cubano, dijo: “tenemos un problema. Tu hija no quiere fiesta de los 15 años”.
Se lo decía a Penélope –su hija– y se quejaba de su nieta, Elena, una adolescente feminista y ambientalista, que se oponía a aquella celebración por “misógina”.
En la escena, discutían tres generaciones distintas, con pensamientos diversos sobre las tradiciones. Intentando, cada una, defender lo que es ser cubano –inmigrante– en los Estados Unidos. Lo hacían con un humor ácido que me atrapó.
De eso va Un día a la vez: de una familia, no homogénea –como si se tratara de un vaso de leche–, sino de una donde sus miembros aprenden a cohabitar y a respetarse. A pesar de sus formas distintas de concebir la religión, la sexualidad, la vida en pareja, las raíces latinoamericanas, las enfermedades mentales y las adicciones.
Es una comedia que también refleja al Estados Unidos pluricultural. No exenta de críticas a la gestión del presidente Donald Trump y a los prejuicios que existen dentro de las propias comunidades latinas en ese país. Está ambientada en Los Ángeles, un condado densamente poblado de hispanos, en el estado de California.
Veintiséis capítulos después, no me equivoqué cuando, al empezarlos, pensé: “con esta serie voy a reflexionar riéndome”. Así ha ocurrido en las dos temporadas que, hasta ahora, Netflix tiene disponibles.
Confieso que también he llorado. Particularmente con el cierre de ambas temporadas, las cuales ya he visto dos veces, mientras cruzo los dedos para que se produzca una tercera parte.
¿Por qué se me hizo tan imprescindible esta serie? Porque me ha acompañado en este mes en que, en Costa Rica, nos hemos dividido sobre el concepto de familia, el respeto, la tolerancia por las ideas y formas de vivir de los demás.
No debería ser tan difícil aprender a convivir. Así como los Álvarez “adoptaron” a Schneider, el casero canadiense quien los ama tanto que aprendió no solo a hablar español, sino “cubano”, para entenderse mejor con ellos, sin dejar de ser él mismo.
Además de esas razones, Un día a la vez, me dio la oportunidad de disfrutar nuevamente en la pantalla a la magnífica Rita Moreno, quien interpreta a Lidia. Una señorona actriz, bailarina y cantante puertorriqueña de 86 años, a quien recordaba de otra comedia que se llamó De nueve a cinco, transmitida aquí a finales de la década de los 80.
Sin duda, la Lidia de Moreno es “la salsa de los tacos” de esta serie, para definirlo igual que en un cartel visto afuera de una taquería en Guadalajara, México.
Si la ve una de estas noches en Netflix, salúdela –a Lidia y a la serie–, a lo mejor se sorprende y se engancha como yo, un día a la vez.
Véala: Ya está disponible en Netflix.