Conocido a escala mundial como un realizador visionario y ambicioso, el cineasta Christopher Nolan ha gozado de una carrera en constante ascenso, emprendiendo proyectos cada vez más complejos y costosos: desde Amnesia (Memento, 2000) hasta Tenet (2020), pasando por El origen (Inception, 2010), Interestelar (2014) y la trilogía de Batman: El caballero de la noche.
Su proyecto más reciente, el drama histórico-biográfico Oppenheimer, es quizás el más complejo y costoso de todos.
Con un presupuesto valorado en $100 millones, este largometraje colosal es largo de verdad. Su duración suma 180 minutos, es decir: tres horas exactas, ni un minuto más, ni un minuto menos. Puede ser una casualidad, aunque nada sucede por casualidad en los filmes de Nolan. Todos están construidos con precisión meticulosa, esmero formal y un afán de perfección que tiene pocos parangones en el cine contemporáneo.
Como acostumbra hacer, el guionista y director inglés experimenta con el lenguaje audiovisual y sus infinitas posibilidades. En esta ocasión, Nolan relata hechos verídicos y de enorme repercusión; mas lo hace rompiendo el orden cronológico de los eventos, como ya lo había hecho en Dunquerque.
Líneas narrativas entrelazadas
El título es elocuente: estamos antes una biografía de J. Robert Oppenheimer (1904-1967), encarnado por un Cillian Murphy en estado de gracia. Fue unos de los científicos más influyentes y controversiales del Siglo XX. Pasó a la historia como “el creador de la bomba atómica”, aunque el filme explica que el proceso de construcción del letal artefacto se debió a una colaboración de muchas mentes brillantes: un equipo de eruditos trabajando para una meta común, bajo la supervisión de Oppenheimer.
Juntos, ellos lucharon contra el tiempo, durante la Segunda Guerra Mundial, para tratar de alcanzar su objetivo antes de que lo hiciera el enemigo, en la Alemania nazi.
La obra entrelaza dos líneas narrativas principales, ubicadas en distintas épocas, manteniendo, eso sí, su propia coherencia interna.
Por un lado, se describe cómo el protagonista lideró los experimentos que llevaron a la fabricación de la Bomba (el “Proyecto Manhattan”). Por otra parte, se ilustra un juicio extraoficial, al que Oppenheimer fue sometido posteriormente, por parte de las autoridades de su país, debido a una antigua afiliación con el Partido Comunista. En el fondo, se trató de un estratagema para callar y castigar a Oppenheimer, quien se había manifestado públicamente en contra de su propio invento, alertando sobre la proliferación de armas nucleares.
Por cierto, la primera línea narrativa es a colores; y la otra en blanco y negro, quizá para no confundir a los espectadores con déficit atencional.
Enorme resonancia social
Cabe preguntarse qué tan justificada sea la utilización de este recurso narrativo, al momento de redactar el guión. Lo cierto es que dicho recurso sirve al autor para escoger libremente lo que él quiere plasmar en imágenes; y lo que prefiere omitir, dentro de una trama sumamente densa y articulada. Es una trama sobrecargada de personajes secundarios y acontecimientos álgidos, que cambiaron para siempre el rumbo de la humanidad.
Lo que se observa en pantalla tiene una tremenda resonancia social.
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El argumento en sí, con sus implicaciones políticas, guarda una fuerte carga polémica, que podría resultar explosiva, en el ámbito de una mega-producción concebida para el público masivo.
Christopher Nolan hizo esta película con seriedad y pasión, con la idea de aprovechar al máximo su potencial. Sin embargo, tuvo que emplear cierta cautela, procurando no herir sensibilidades, ni ahondar demasiado en consideraciones morales.
Incómoda verdad histórica
El nudo de la cuestión es lo que ocurrió después de que Oppenheimer y sus colegas realizaran con éxito el llamado “Experimento Trinity”, efectuando la primera detonación atómica en el desierto de Los Álamos (Nuevo México), el 16 de julio de 1945.
Para ese entonces, Hitler se había suicidado. Alemania se había rendido. El pueblo japonés estaba de rodillas, sólo contra el resto del mundo, resistiendo a pura fuerza de voluntad e insensato fervor patriótico. Para obligarlo a cesar las hostilidades, el alto mando de Estados Unidos decidió lanzar no una, sino dos bombas atómicas.
Desde el principio se descartó la opción de atacar objetivos con pocos habitantes: Tokio y otras ciudades del Japón no servían, pues ya se encontraban en ruinas. Al contrario, se optó por destruir dos centros altamente poblados -Hiroshima y Nagasaki- para que la demostración de poderío militar fuera más contundente.
Para bien o para mal,aquellas masacres deliberadas fueron auténticos crímenes en contra de la humanidad. Los historiadores han estado ocultando esa verdad tan incómoda, por una simple razón: en cualquier guerra, la historia la escriben los ganadores. Así, hasta la fecha, en toda escuela, colegio y universidad, se sigue promoviendo una noción discutible: sin bomba atómica, la Segunda Guerra Mundial no hubiera terminado nunca. Los japoneses no se habrían rendido jamás y posiblemente habrían peleado hasta el último hombre.
Falta de contundencia
Es aquí, en su aspecto revisionista, donde la propuesta carece de contundencia. Es como si el autor caminara de puntillas entre alambres de púas, buscando un camino viable en medio de tantos asuntos espinosos.
En términos generales, Nolan está en lo correcto y sus análisis son rigurosos. Nunca niega la verdad, pero a veces la tergiversa, tal vez para no provocar sentimientos de culpa en el público angloamericano. No presenta ni una sola toma de los dos holocaustos; y apenas sugiere sus terribles consecuencias.
El mismo Oppenheimer estuvo entre quienes tomaron la fatídica decisión, lo cual no está representado en pantalla con suficiente claridad.
En cambio, durante la última hora de proyección, las escenas giran principalmente alrededor del juicio (manipulado) que llevó a Oppenheimer al ostracismo, transformando un héroe nacional en un sospechoso de traición.
En esta parte del relato, queda evidente que Oppenheimer fue víctima de un complot. No obstante, se demuestra que ese complot no fue urdido por las altas esferas de gobierno; sino por un sólo funcionario, motivado por un rencor personal. Se trata de Lewis Strauss, oficial naval interpretado por Robert Downey Jr. en una actuación eximia, que desde ya huele a premio Oscar.
Cillian Murphy, deslumbrante
Lo mismo dígase, por supuesto, del verdadero dueño de la función, Cillian Murphy, quien entrega el desempeño más completo y deslumbrante de su trayectoria. El carismático actor irlandés, famoso por su papel de gánster en la teleserie Peaky Blinders, se supera a sí mismo, expresando con sutileza las muchas fases emocionales que su personaje enfrenta a través de los años. Murphy se sumerge en este papel fascinante y contradictorio. El actor captura magistralmente los sentimientos en conflicto de un genio atormentado: dedicación, angustia, perseverancia, duda, orgullo, remordimiento, frustración.
De su parte, el director agrega fragmentos de visiones y destellos oníricos, que redondean la personalidad enigmática de Oppenheimer.
La totalidad del reparto es de primer nivel. Destaca la participación de Emily Blunt, Matt Damon, Jason Clarke, Florence Pugh, Kenneth Branagh, Tom Conti (haciendo de Albert Einstein), Gary Oldman (soberbio como el presidente Harry Truman), Josh Hartnett, Matthew Modine, Rami Malek, Casey Affleck y un largo etcétera.
He aquí la más pura definición de “elenco multiestelar”, tan bien surtido que casi se convierte en una distracción.
Experiencia enriquecedora
Sostenida por una expresiva partitura musical de Ludwig Goransson, un ritmo firme, un experto manejo del suspenso y un montaje impecable, la primera mitad de la narración procede con vigor y dinamismo.
Todo tiende hacia el momento culminante de la explosión de Los Álamos, la cual está visualizada de manera brillante y estremecedora. Mediante un uso muy sofisticado del sonido (y su ausencia), la secuencia se dilata; y su desarrollo adquiere una dimensión épica, casi trascendental, que deja sin aliento.
Lo que viene a continuación, no deja de generar interés, pero la intensidad dramática merma un poco en la sección conclusiva.
En última instancia, Christopher Nolan se confirma como uno de los mayores realizadores de la actualidad. Abarca temas difíciles desde una perspectiva cuestionadora. Pone el dedo en una llaga que continúa abierta... y que mucha gente quisiera ignorar.
Aunque el discurso pudo ser más profundo, la denuncia está presente; y es valiosa. Propicia reflexiones que son necesarias hoy en día, cuando la industria armamentista crece y florece como uno de los negocios más rentables.
Gracias a la relevancia del material y a la calidad de la ejecución técnica, Oppenheimer concreta un espectáculo para recordar. Es un entretenimiento irresistible, que ofrece también una experiencia enriquecedora. Y esto es más de lo que se puede pedir a cualquier producción cinematográfica.
Oppenheimer
Oppenheimer (EE.UU. 2023) de Christopher Nolan. Con Cillian Murphy, Emily Blunt, Matt Damon, Robert Downey Jr.. Género: Biografía - Drama histórico.