Si hay un show sin igual es el de Roger Waters. Su propuesta, lejos de resumirse a su música, se expande a una experiencia multisensorial tan fina como impresionante.
En su segunda visita a Costa Rica el “efecto WOW” fue reiterado. Desde la audiencia era inevitable ver con ojos chispeantes la oveja inflable gigante que “flotaba” sobre el público en SHEEP, o descubrirse deslumbrado por el show de láseres multicolor disparados desde el escenario.
Auditivamente, la vivencia fue impresionante. El sonido, con un diseño 360°, consiguió su efecto inmersivo, estimulando y engañando al oído que está poco acostumbrado a vivir esto en un concierto de estadio. Esa pulcritud sónica levantó el nivel del espectáculo.
A Waters lo acompaña una banda de solidez interpretativa, con la capacidad de ejecutar con potencia los compases más explosivos, así como de ofrecer bellezas en todos aquellos pasajes que requieren delicadeza. Sobresalieron las dos coristas y la pareja de guitarristas en delicias como Have a Cigar y Brain Damage.
El mismo cantante, con 80 años de vida, sigue luciéndose en los momentos que las canciones se lo exigen. Al inicio, su voz se escuchó en un registro grave, como el de un Leonard Cohen o un Tom Waits, pero más adelante, en piezas como Us and Them, quedó claro que su fuerza gutural persiste.
Musicalmente, la propuesta fue delirante. El repertorio fue muy distinto al que el músico ofreció acá en su visita pasada (2018). Incluyó más temas de su propuesta solista, mientras que aparecieron sorpresas incluso de la etapa menos memorable de su ex banda, como Two Suns in the Sunset, del álbum The Final Cut (1983).
La política y la crítica dura y pura fueron otras constantes en la presentación. En el cancionero de Waters hay ataques explosivos que no dejan títere con cabeza. La proclama pro Palestina y el discurso anticapitalista estuvieron presente una y otra vez, aportándole a la experiencia la invitación a cuestionar, así como a levantarse y reclamar. Otro que, solapadamente salió atacado fue David Gilmour, al eliminarlo de cualquier rastro fotográfico de los días de Pink Floyd y asegurar, con una línea, que con la salida de Waters del grupo todo empeoró en la banda.
Tuvimos más que al Waters de letras iracundas y punzantes, pues hubo espacio para ofrecernos su lado más vulnerable y melancólico, con llanto incluido. Dos temas vinculados a la memoria de Syd Barrett (cofundador de Pink Floyd en los años 60), sirvieron para unir a la audiencia en un sentimiento nostálgico.
El valor agregado de canciones como Wish you Where Here y Shine On you Crazy Diamond fue la narrativa de las historias que aparecieron en una de las cuatro pantallas gigantes. Era inevitable no sentir remezones internos al leer líneas como “cuando pierdes a alguien, recuerdas que esto no es un simulacro”.
El show de Waters tampoco fue un simulacro y, en cambio, tuvo la cualidad de ser más real que cualquier otro show convencional. Si el británico se apega a sus palabras, esta sería su última visita, ante su plan de dejar los escenarios tras la gira This Is not a Drill.
¡Vaya despedida! Esta noche vivimos un show incomparable con una leyenda vociferante como protagonista.
EL CONCIERTO
ARTISTA: Roger Waters
LUGAR: Estadio Nacional
FECHA: 2 de diciembre
ORGANIZÓ: MOVE Concerts