Agatha Ruiz de la Prada es su propio color y verbo. Si fuera por ella, esta página sangraría fucsia por completo; se desbordarían de ellas corazones, flores, nubes y estrellas: símbolos de su infantil y voraz felicidad.
Se nota que es feliz porque ha hecho siempre lo que le da la gana. Para empezar, se despojó de la alcurnia de sus apellidos para hacerse de un nombre nuevo, uno que, casi 34 años después de su primera pasarela, está consolidado como marca internacional.
En sus inicios profesionales poco le importaba la plata. La sedujo la fama, como a muchos artistas que reventaron con la Movida madrileña, el movimiento que despertó de un socollón cultural a la España recién divorciada de Franco.
Agatha vivía antes de eso, resguardada en el mundo “un poco mágico” de la aristocracia de su familia. Su origen le heredó su taller de Madrid y dos títulos nobiliarios que no han puesto siquiera una coma en su carrera.
A ella lo que le gusta es trabajar, insiste. Esa es la fuente inagotable de su felicidad desde que empezó a hacerlo a sus 20 años.
Esa misma felicidad ha agathizado todas las cosas que su nombre toca. Son tantas que admite que ya no queda mucho más en qué ponerlo: lo ha cosido en su ropa de pasarela y en sus colecciones prêt-à-porter ; lo ha sublimado en carros, relojes, lapiceros y lo ha embotellado en perfumes para mujeres, hombres y niños.
También lo ha plasmado en cada uno de los carteles diseñados para sí misma y otras causas. Agatha ha traído una muestra de ellos para exhibir en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) hasta el 6 de mayo.
“Me da mucho miedo”, dice del negro, el único color con el que se puesto límites, aunque lo usa cuando amerita, con respeto.
Recuerda que la última vez que lo usó fue el año pasado por su jefe, el presidente de El Corte Inglés, Isidoro Álvarez, quien falleció en setiembre.
Álvarez le tendió la mano en los 90, cuando la efervescencia de la Movida se calmó y el nombre de Agatha era lo suficientemente conocido como para salir del taller a las etiquetas de moda de producción masiva.
En esos años también escribió su único libro, La moda cómoda , un testamento de su filosofía creativa y de vida: hay que vivir feliz y cómodo en la piel propia.
¿Cómo se enfrentó la Agatha de 20 años a la exposición repentina de la Movida madrileña?
Yo tuve la suerte que hice mi primer desfile y digamos que a los tres meses ya me conocía toda España. ¿Por qué? Porque fui a la tele, que ahora me da un miedo, pero en esa época me daba igual. Iba a la tele y me pintaba la cara. Hice unas cuantas payasaditas, digamos, y en seguida me conoció todo España.
¿Cómo ha cambiado su taller desde esa época?
Sigue habiendo bastante del mismo buen ambiente. Mi estudio para mí es mejor que ninguna fiesta, lo más divertido del mundo. Yo, un día en mi estudio, me lo paso bomba; todo trabajo es divertido. He tenido la suerte de que he intentado preservar eso años y años, y creo que lo he conseguido.
Hablando de su charla, usted va a hablar sobre “el diseño feliz”, ¿qué significa?
Lo que estaba muy de moda ese entonces era la femme fatale . En el fondo decir una mujer fatal es una mujer antipática, una mujer que te va a quitar tu novio si puede. Era una mujer que tenía que ir con unos taconazos, haciéndose polvos, luciendo. Yo creo que se tendría que poner de moda la mujer simpática, la mujer buena, la mujer feliz. Esa ha sido un poco mi lucha desde hace años.
¿Considera que en el arte es más honesta la felicidad que la tristeza?
Yo tengo la teoría de que por el mismo precio puedes ser feliz o desgraciado y, coño, por el mismo precio yo prefiero ser feliz.
¿Considera que es importante el nombre del artista?
Es importante el talento más que el nombre.
En su vida, qué es más grande: ¿su talento y sello personal o su nombre, que es reconocible a nivel mundial?
Lo más importante de mi nombre es que yo estoy detrás de él. Pocas veces pasan cosas con mi nombre que yo no estoy controlando. A mí lo que me gusta es trabajar.
Ha mencionado en otras ocasiones que le teme al negro, que es su gran obstáculo. ¿Se permite pensar en negro alguna vez?
Intento que no porque, mira, mi madre tenía un problema muy gordo de depresión; entonces, a mí la depresión no me gusta nada y me da mucho miedo. Para mí el negro me recuerda cuando se murió mi abuelo. Yo tenía 12 años y mis padres nos vistieron de negro. Tengo muy relacionado el negro con la muerte.
En estos momentos, ¿de dónde nace el color para su obra?
Para mí los colores son una forma de expresión. Yo juego con los colores como juego con las flores, con el arcoíris, con las estrellas. Yo con eso me funciono.
Con su marca ha firmado de todo, ¿en dónde comienza el arte y en dónde termina la aplicación del diseño?
Para mí, el buen diseño es arte y el mal diseño es una mierda.
¿Se devoró Agatha al diseño industrial o el diseño se unió a su visión artística?
Bueno, es que como yo vengo de una familia de arquitectos... Los arquitectos siempre han estado obsesionados con el diseño industrial y yo tengo esa obsesión.
”Me interesa muchísimo y, oye, es más fácil tener éxito en diseño industrial que en moda. La gente prefiere comprarte lo que sea (una puerta blindada, una chimenea) que quitarse el uniforme negro”.
¿Qué objeto queda por “agathizar”?
Ya quedan pocos. Una cosa que me encantaría hacer son molinillos de viento; unos que generaran energía y encima fueran corazones moviéndose.