Así como muchos dicen que el cine es una experiencia religiosa, puede que sea cierto que existen los milagros para la gran pantalla.
Hay obras cuya forma de creación pareciera ser inexplicable: El Irlandés, de Martin Scorsese, “apenas” se logró hacer, por ejemplo; Twin Peaks logró reunir a su elenco 25 años después para darle fin a la serie; The Wire nació en una época en que el rating no le cobró la factura y pudo acabar para ser una de los mejores shows de todos los tiempos... En fin, son muchas las obras que parecen ocurrir por una gracia divina.
Hace 20 años el mundo no podía estar consciente de que un 17 de diciembre se engendraría una de esas maravillas únicas: El Señor de los Anillos, la novela con la que J. R. R. Tolkien entró al olimpo de la fantasía medieval, nuevamente era adaptada pero con la visión de un director quien entendió que, más allá de la épica, una historia sobre la bondad, el compañerismo, la redención y la gracia construía el pavimento de un relato que nunca olvidaremos.
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Legendario
Tal vez no muchos lo recuerdan, pero en 1978 el estadounidense Ralph Bakshi había adaptado la novela de Tolkien para la gran pantalla. La forma que eligió para retratar todos los elementos fue mediante la animación, lo cual en un principio sonaba genial, pero finalmente el filme se decantó por una construcción más infantilizada.
Esto no porque la animación sea para niños, sino por decisiones del propio director, en las que los personajes estaban acartonados en un simple relato de un mago cualquiera conocido como Gandalf y otros héroes a la usanza, en lo que hartamente se conoce como “el viaje del héroe”.
Peter Jackson, para el comienzo de la magnífica trilogía iniciada en el 2001, vio justamente en los personajes la oportunidad de perfilar algo distinto: un equilibrio entre lo fantástico y un humano. ¿Cuál fue el resultado? El hacer ver que, de la misma forma en que Star Wars tomó la odisea espacial y la convirtió en un fenómeno pop después de ser algo de nicho, Peter Jackson absorbió toda la imaginería fantástica y la supo colocar en una historia que susurra a cualquiera en el oído: ¿cómo podemos ser héroes si solo somos uno más?
El viaje de Frodo y Sam, dos pequeños héroes, es trazado por Jackson de la forma más respetuosa para la audiencia: nunca necesita para decirnos en un diálogo que “cualquiera de nosotros puede lograr nuestros sueños”, como cualquier otro blockbuster barato lo haría, sino que imprime una pasión única y una mirada tan humana que acabó influyendo todo lo que se haría después con el género (sí, por supuesto que Juego de Tronos no hubiera cosechado su culto sin este antecedente).
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Y sin duda, toda esa fantasía que le da el sabor único a la trilogía dependía de efectos especiales que, como un buen milagro, solo podían realizarse en su momento.
Un par de años antes, la llegada de Matrix había enloquecido al mundo con la posibilidad que ofrecían los efectos especiales.
Y a pesar que Jackson parecía venir de un mundo de serie B (sus primeros filmes Bad Taste y Meet the Feebles no conquistan a nadie a la primera impresión) alcanzó una madurez posterior para gozar de un momento de gracia y tomar las decisiones correctas al respecto. Años después, con la trilogía de El Hobbit, se comprobó que aquellos años quedaron perfectos para la realización del filme pues, con la fiebre del CGI, los resultados de la precuela fueron decepcionantes.
En cambio, un presupuesto desorbitado pero bien invertido, un elenco de actores talentosos (la mayoría ahora son referentes, pero para aquella época no tanto), y un guion preciso para elaborar La comunidad del anillo fueron los ingredientes que acabaron cocinando la mítica aventura de Frodo y Sam, esa que muchos críticos decían que era “imposible de rodar”. El testamento de la leyenda es una aventura fantástica, poética (uno puede detener en cualquier momento la película y tendrá una imagen hermosa), entrañable y sensible.
El milagro de unir a la gente correcta en el momento correcto hoy se celebra. Veinte años han pasado, pero El Señor de los Anillos sigue tan fresca como si hubiese sido estrenada ayer y haciendo soñar a miles con la sensación de volar en águilas gigantes después de la más épica odisea.