Una de las más horrorosas y valiosas escenas de All Quiet on the Western Front ocurre dentro de un gran cráter, ubicado en medio del territorio de pelea de la Primera Guerra Mundial.
Paul, soldado alemán de unos 19 años, es más o menos el protagonista del filme (la película tiene un carácter coral; se nos presentan muchas historias de distintos personajes). Él cae en este horroroso cráter inundado de agua mientras trata de sobrevivir en la pelea. Al elevar su cabeza para salir del hueco, escucha los disparos de un rifle que lo tiene a su caza.
Del otro lado del cráter aparece un soldado francés. En ese instante, la Guerra Mundial deja de ser algo colosal y se convierte en un pequeño ring de barro y lluvia. El alemán y el francés se miran a los ojos, asustados.
Algunos minutos más tarde conoceremos que ninguno era un soldado real. Eran civiles, con trabajos de civiles, que fueron llamados por sus países para ser carne de cañón.
Tras verse a los ojos, se nota que no quieren matarse, pero no les queda más que hacerlo. La guerra no es territorio para el raciocinio; es solo una arena para hacer trizas.
El desenlace de la escena es desgarrador, es imposible que el espectador quede inmune a lo que la producción de Netflix presenta en pantalla.
“Cuando nos dimos cuenta, mientras grabábamos, escuchamos un ruido”, dijo el director del filme, Edward Berger. “Cuando volvimos a ver, el camarógrafo estaba llorando mientras filmaba la escena”.
No es para menos. Son muchas las películas que se hacen vender como “antibélicas” y acaban siendo un espectáculo poco reflexivo. All Quiet on the Western Front, cinta con nueve nominaciones a los premios Óscar (incluída la categoría de mejor película) verdaderamente cumple esa promesa: es un relato desolador sobre vidas arrebatadas, así como una vibrante crítica hacia los absurdos y caprichos de la guerra.
LEA MÁS: ‘The Last of Us’: todo lo bueno de la serie a la altura de ‘Endure and Survive’, episodio 5
Contar de nuevo la historia
Hay cientos de relatos en el cine sobre la Primera Guerra Mundial. Aún así, para el cineasta alemán Edward Berger, esta historia debía contarse aunque ya hubiese una versión anterior dirigida en 1930, por Lewis Milestone.
Inspirado en el libro homónimo, Berger quiso ir más allá de la cinta de los años treinta. Aquel filme era una epopeya bélica, con grandes logros, pero que no se detenía a pensar en las historias personales de los jóvenes soldados que fueron víctimas de una estúpida estrategia alemán.
En este frente de batalla miles de personas perdieron la vida en una misión suicida: las tropas germanas tan solo avanzaron unos cuantos metros en el frente de pelea y cayeron fulminadas. Fue una ocurrencia realizar esta estrategia fallida.
Ese absurdo histórico provocó que Berger, un cineasta para nada consagrado en el plano internacional antes de esta cinta, se animara a construir un mega filme de casi dos horas y media.
En opinión del director, según dijo a USA TODAY, cada vez que los directores estadounidenses o británicos hacen películas de guerra, es imposible evitar que el heroísmo bien ganado se filtre en la historia, siempre de acuerdo con el punto de vista de sus vencedores.
En contraparte, Berger quería anclar su filme a los sentimientos de pérdida y vergüenza que agobia a muchos alemanes al recordar estos acontecimientos.
“Cuando se trata de ambas guerras mundiales, como alemán no hay nada de qué enorgullecerse en esa parte de la historia. Solo hay culpa, terror, horror y un profundo sentido de responsabilidad con el pasado”, dijo el cineasta de 52 años en esa ocasión. “A mí me duele saber que ese sentimiento está presente hasta en nuestros hijos”, agregó.
Fue así que Berger se planteó un filme que redirigiera las reflexiones en torno a la guerra, sin exonerar la culpa alemán, pero salvando la dignidad de muchos de los soldados, quienes eran solo civiles de los cuales se aprovecharon.
Inspirado en la novela publicada por Erich Maria Remarque, en 1928, Berger quiso subrayar que muchos de los jóvenes que se lanzaron a las armas eran jóvenes que fueron engañados con un sentido de heroísmo hacia su país. Se trató de un legítimo “lavado de cabeza” que llevaría a muchos jóvenes inocentes hacia un funesto destino.
LEA MÁS: David Foster Wallace: 60 años de una literatura que muerde
La película fue grabada en República Checa (curiosamente, territorio conquistado por los alemanes en aquel entonces) y enfrentó condiciones climáticas espantosas. Berger aseguró que el equipo de producción lidió con barro, lluvia y toda clase de fenómenos naturales que, a su vez, sirvió para dar el tono apocalíptico del filme.
Esto queda en evidencia en otra escena dolorosa. Paul conoce en el campo a Stanislaus Kat Katczinsky, un zapatero analfabeta convertido en soldado.
Ambos están sentados sobre una letrina comunitaria fuera de un campamento alemán. Mientras hacen sus necesidades, Kat le pide a Paul que le lea una carta de su esposa, cargada de tristeza y añoranza.
Ellos se preguntan si volverán a casa, si la guerra acabará. Pasarán los minutos de metraje y poco a poco ellos mismos se darán cuenta que están en una trampa irreversible.
Nosotros, como audiencia, tenemos la respuesta de antemano y Berger, inteligentemente, hace que nuestro conocimiento omnisciente de todo lo que sucede en las trincheras no haga más que asentar ese agrio sabor a muerte. Aunque haya escenas de acción y secuencias técnicas sorpresivas, es en estos diálogos y silencios donde se provoca el hueco en el estómago. Inolvidable.
Puede atestiguar la crudeza de esta película con su suscripción de Netflix. All Quiet on the Western Front está nominada en nueve categorías a los Óscar, donde destaca entre favoritas a mejor película y mejor guión adaptado. No se la pierda.