Redacción
A David Lynch nadie ha podido categorizarlo porque con el tiempo se convirtió en uno de sus propios personajes. Hay otros directores de vanguardia más atrevidos, otros más eclécticos, pero es seguro decir que ninguno ejerce la fascinación del cineasta estadounidense: un maestro confuso, magnético y muy dueño de su arte.
Cabeza borradora (Eraserhead, 1977) fue su primer largometraje y sigue explicando por qué Lynch es todo eso. Este sábado, el Club Magaly exhibirá el clásico en una función única este sábado 29 de octubre, a la 1 p. m. (en el Cine Magaly, barrio La California). Si no la ha visto, conocerla en pantalla grande será un lujo; si ya es seguidor del trabajo de Lynch, sabe que no se deja pasar una oportunidad de volver a él.
Eraserhead es un filme con la claridad de una pesadilla en blanco y negro. El protagonista Henry Spencer (interpretado por Jack Nance), el hombre con la cabellera más idiosincrásica del cine, quien reside solo en un apartamento desolado, en medio de una ciudad industrial entristecida y distópica. La trama no es lineal: los espectadores flotamos dentro de los problemas y angustias de Spencer.
Nuestro hombre descubre que Mary X (Charlotte Stewart) ha quedado embarazada de él. La madre de Mary X intenta convencerlos de casarse, pero él teme que la criatura que carga la mujer no es exactamente un bebé. Sobra decir que, de aquí en adelante, la película empieza a marchar decididamente por el camino de la fantasía: criaturas horribles, desplazamientos temporales, secuencias inexplicables, personajes misteriosos... Eraserheard, extraña e inclasificable, no renuncia a confundir y fascinar.
Si hay una imagen que no se podrá olvidar es justamente la del bebé, una criatura horrenda y terrorífica que, como todo lo que vemos en pantalla, parece emanar de la imaginación ansiosa de Spencer. Sus temores, sus dudas y sus pasiones se entremezclan en alucinaciones y sueños. Hay muchas insinuaciones sobre sexualidad y paternidad. Abunda la angustia.
"Amo el mundo de Eraserhead. Me encantaría vivir en ese mundo. Amé vivir allí durante esos años", ha dicho Lynch, quien se resiste a imponer su visión del significado del filme, si es que hay uno. "Siempre digo lo mismo: cada espectador es diferente. Las personas entran en un mundo y tienen una experiencia, y traen consigo tanto de lo que los hace reaccionar, que ya está dentro de ellos. Cada espectador obtiene algo distinto de cada filme".
Si una lógica unifica la película es justo esa, la de dejar libre al espectador. Suena tramposo, pero es una postura estética y, sin exagerar, política. Contra un cine establecido que gira una y otra vez en torno a tramas realistas, lineales y bien definidas –y que, en sus peores momentos, concluye con moralejas–, el cine que Lynch se propuso hacer aspira a la más rebelde individualidad.
Explicar Eraserhead sería como tomar la cinta, recortar los cuadros y reordenarlos en busca de un sentido. Seguramente sería un ejercicio entretenido, pero arruinaría la cinta e imposbilitaría ver el filme por lo que es. Lynch trabajó en esta película como un pintor obsesionado con texturas y los materiales que le permitieran hacerlas vívidas para el espectador.
La fue haciendo poco a poco, como completando un lienzo, descubriéndolo con cada pincelada. Hay que ver su trabajo pictórico para sentir con más claridad cómo Eraserhead llegó a plasmarse sobre celuloide. Es una pintura enojada, nacida de la deformidad, la fealdad y el dolor; la violencia alimenta sus pinturas y dibujos y forma la base de muchos de sus cortometrajes.
Otro ejercicio interesante es imaginar el sonido de Eraserhead como una pintura, construido en múltiples capas y que fusiona los efectos visuales que pueden generar sonidos específicos (líquidos, explosiones, distorsiones). Algunos cortos, y ciertamente sus pinturas de los años 60, hacen ver como si David Lynch quisiera poner en movimiento las obras del pintor británico Francis Bacon.
Pero como Bacon, Lynch se mantuvo firme en definir su propio lenguaje y rechazar las explicaciones sencillas. Después de Eraserhead, un fracaso en taquilla, prosiguió en una carrera ascendente que lo llevaría a convertirse en el primer cineasta de la vanguardia estadounidense en dirigir una superproducción, la fallida (y poética) Dune, de 1984. Llegarían clásicos como la perversa Blue Velvet y su coronación, la serie televisiva Twin Peaks (1990-1991).
Su primer largometraje parece irradiar su fuerza corrosiva en todos los proyectos que siguieron, incluyendo hasta la música que ha grabado. David Lynch es un maestro de la perversidad, un dibujante incapaz de trazar líneas rectas, y es seguro que Eraserhead sigue siendo la mejor introducción a su mundo tan particular.
Club Magaly proyectará Cabeza borradora (Eraserhead, 1977) en su función de este sábado 22 de octubre, a la 1 p. m. La entrada vale ¢2.500 e incluye un foro posterior a cargo del cineasta Jurgen Ureña. La próxima película del ciclo Los caminos del fantastique será Dos hermanas (de Kim Jee-woon, 2003), el sábado 29, a la 1 p. m.