No sé si alguien sabe que las críticas que firmo en La Nación, con sus calificaciones, son tomadas en cuenta por el famoso “Tomatómetro” de “Rotten Tomatoes”, tanto en castellano como en inglés. Lo que no creo, ahora, es que mi calificación de la película El legado del diablo (2018) vaya a variar el veredicto favorable que gran parte de la crítica le ha dado.
Con un título mejor en inglés (Hereditary), dicho filme viene escrito y dirigido por Ari Aster, su primera película, por cierto. El entusiasmo ha hecho que ciertos sectores de la crítica digan que El legado del diablo es algo así como El exorcista (1973, de William Friedkin) de estos años. Para mí, esa es una afirmación del todo fusilable.
Los menos atrevidos la comparan con éxitos del terror como La bruja (2015, de Robert Eggers), El ritual del más allá (2017, de Liam Gavin), El bebé de Rosemary (1968, de Roman Polanski) y hasta con el clásico de Nicolas Roeg, de 1973: Venecia rojo shocking. Las comparaciones van más allá de los títulos y conciernen a aspectos temáticos o formales.
Lo cierto es que el estreno de El legado del diablo ha soltado juegos de erudición entre críticos, cinéfilos y, por supuesto, entre los incondicionales del terror. Muchos ven en esta película una metáfora sobre el tema de la destrucción de la familia desde supuestas paranoias y sobran comentarios sociocríticos e interpretaciones de supuestos signos en las imágenes.
En fin, el bullicio ha sido eficaz, pero creo que de manera abusiva. El legado del diablo no es todo eso que alguna gente quiere ver a fuerza de estrujar el argumento, lo que el propio director del filme desmiente. El realizador Ari Aster confesó que quería hacer un filme satánico, sí, eso, a partir de viejas experiencias vividas en su familia.
A confesión de parte, relevo de pruebas. Cualquier apunte existencial sobre el tema, mejor lo hago con otra fuente. Esta película solo narra el triunfo del demonio, precisamente cuando este necesita el cuerpo de un varón para materializarse. De un varón, dice, está claro que no el de una mujer. O sea, estamos ante un satanismo misógino.
El filme empieza con una historia que uno no sabe para dónde camina ni qué pretende, con los dilemas de una familia cuando muere la abuela. Son conflictos sobregirados y sobreactuados. Se trata de un comienzo abúlico, que pasa por ceremonioso lo que es aburrido. Cuando se agota, entonces la trama de la película da un salto de atleta circense, una vuelta de rosca, porque eso no es un punto de giro narrativo para abrir alguna expectativa dramática (“función nudo”).
Ahí pasamos a “otra película” dentro del mismo título: aquí es terror común y silvestre, con sustos, pasadizos, tramas falsas (son sueños efectistas), áticos abandonados, fuego en cuerpos que se queman, gritos horripilantes de los personajes, música altanera por bulliciosa: lo corriente. No es terror fino ni creativo. No hay que creer que porque un perro levanta la pata es karateca.
LEA MÁS: Tenebroso estreno en cines: ‘El legado del diablo’, cuando la maldición se hereda
Las caracterizaciones de los personajes son pésimas, diantres, que sí, de muecas y gritos o de rostros afectados sin sentido. No hay creatividad visual y el final es más bien un chiste: el filme se muerde su cola. Cine del todo rocambolesco que muchos admiran y yo mando al demonio porque no hay que darle gusto ni al diablo ni al cine comercial con piel tramposa.
EL LEGADO DEL DIABLO
Título original: Hereditary
Estados Unidos, 2018
Género: Terror
Dirección: Ari Aster
Elenco: Toni Collette, Gabriel Byrne, Alex Wolff
Duración: 126 minutos
Cines: Magaly, CCM
Calificación: *