Es frecuente que la vida se vea como la suma de sus partes.
Sin embargo, aunque el todo se perciba antes que sus partes, el cine se atreve muchas veces a explicarse el paso de la adolescencia a la vida adulta como si fuese algo separado: un ciclo en sí mismo.
No es idea de este texto entrar en esa posible polémica psicológica; por otra parte, si el todo no es igual a la sumatoria de sus partes, según la psicología Gestalt, de origen alemán, igual es interesante ese atrevimiento del cine ante la adolescencia preadulta.
Así pues, hoy viene la joven realizadora californiana Greta Gerwig, con apenas 35 años, a ubicarse en dicho terreno y a darnos una película tan deliciosa como confrontativa, tan ilusoria como cruel y tan esperanzadora como retadora. Lo hace desde su personaje principal y el filme se titula Lady Bird (2017).
Dentro de los parámetros del cine independiente, cuya riqueza conceptual es más afanosa que la del cine de la gran industria, Lady Bird narra los entresijos o dificultades que vive una joven llamada Christine (por cierto, tal es el nombre de la madre de la directora Greta Gerwig), de 17 años, en el año 2002.
Christine prefiere apodarse Lady Bird, algo así como ese grato insecto coleóptero que conocemos con nombres como los de “mariquita” o “vaquita”.
La muchacha se apresta a dejar el colegio, a perder la virginidad, a entender la homosexualidad, a romper con la familia, a ir a una universidad y a estructurarse una nueva vida lejos del suburbio donde vive.
No es solo el mundo interior de la muchacha, se trata también de cuánto choca ese mundo con su madre y de cuánto se acerca más a su padre, ¿por qué? Todo lo muestra el filme a flor de piel, pero también con hondura de las raíces que sostienen al arbusto de esa flor.
Esa mezcla entre una especie de ligereza sentimental con las contradicciones fuertes de una edad inmanejable, así, es el sustrato de este valioso filme.
El tratamiento dado a la película es excelente: va desde la sutileza del pincel de un artista al golpe abrupto de un brochazo bien acomodado, desde la finura propia de la brisa al impacto seco de una ventolera y, lo mejor, nunca pierde el rasgo lírico (expresión de sentimientos) de un buen poema clásico, por su medida (ritmo).
Aquí, el lenguaje fílmico se engrandece para darle más riqueza a lo narrado, con la eximia actuación de Saoirse Ronan (Lady Bird), arriba de toda altura histriónica y bien secundada por Laurie Metcalf (la madre), Tracy Lets (el padre) y Lucas Hedges (el joven que descubre su miedo a la sociedad cuando se sabe gay, ¡tremendo y actual!).
Quisiera encontrar la palabra mágica para que ustedes se convenzan de ir a ver este filme, algo más que el “Ábrete, Sésamo” del cuento de Alí Babá, y antes que se me embrollen las palabras como a Kassim, el hermano de Alí Babá, nada más les digo que no se pierdan Lady Bird.
Título original: Lady Bird
Estados Unidos, 2017
Género: Drama / Comedia
Dirección: Greta Gerwig
Elenco: Saoirse Ronan, Laurie Metcalf, Tracy Lets, Lucas Hedges
Duración: 94 minutos
Cines: Magaly
Calificación: CINCO estrellas ( * * * * * ) de cinco posibles