Claroscuro. Un tren. Un puente. Imágenes sugerentes. La noche y sus ruidos. Grillos y balazos. Comienza bien un filme documental cuyo título es la primera aproximación al contenido del mismo: El Codo del Diablo (2014).
El documental es costarricense y aparece escrito y dirigido por dos hermanos: Ernesto y Antonio Jara Vargas, dueños de una sensibilidad especial para expresar un momento trágico de la historia política de Costa Rica con dolido lirismo.
La habilidad de los hermanos Jara Vargas logra que uno, como espectador, nunca sienta su documental como discurso, aunque lo sea; total, dice Emile Benveniste, “un filme tradicional se presenta como historia, no como discurso; sin embargo, es discurso”; es solo que en El Codo del Diablo bien se supera la simple enunciación.
Con este documental se nota la exigencia investigativa y el afán por esclarecer un hecho histórico que, en la Costa Rica de 1948, fue “explicado” de determinada manera por los sectores vencedores de la guerra civil.
Con imágenes que refuerzan y comentan muy bien lo que se dice, el documental narra primero la encarnación de las ideas sociales en la clase trabajadora de entonces en nuestro país. La presencia del dirigente comunista Manuel Mora va hilando los hechos políticos.
Luego investiga sobre la huelga bananera de 1934. Conocemos de los dirigentes de la lucha en Limón. Aparece José Figueres con su afán por evitar la “expansión comunista” más que lograr la pureza del sufragio, algo bien planteado por el documental. Con el triunfo militar de Figueres, se muestra y documenta la siguiente represión sufrida por los llamados “caldero-comunistas”.
Es cuando seis dirigentes obreros son llevados de la cárcel de Limón a San José. En un recoveco de la línea del tren, donde llaman el Codo del Diablo, esos prisioneros fueron baleados y muertos por sus guardianes.
El oficialismo culpó a los mismos comunistas ese diciembre de 1948. El documental explora, investiga, pregunta, encuentra datos y demuestra que aquello fue un asesinato político que, incluso, pretendía extenderse a otros dirigentes obreros del país (lo que no se cumplió).
El problema del documental es que no siempre nos señala bien quién es el entrevistado. Así, se nos pierde el origen de distintas voces entre las imágenes en pantalla. Al final sí explicita quién es quién. Lo hace con fotografías.
Sin duda, El Codo del Diablo maneja muy bien las relaciones entre cine e historia: es la historia en el cine y, además, es el cine en la historia, con su importante papel para encontrar la verdad y establecer un nuevo contexto sociopolítico. En este caso, como lo escribe el historiador francés Marc Ferro, el cine es fuente y a la vez es agente de historia.
Los hermanos Jara Vargas lo han hecho sin temor y con ventajoso manejo de la sintaxis fílmica, sobre todo de la fotografía, música y montaje, a partir de un guion que todavía da para más (por ejemplo, quiénes dieron la orden a los militares asesinos).
El Codo del Diablo se mantiene en cartelera y entra a su segunda semana. Ojalá asistan a ver este buen documental.