Con la publicidad de un afiche seco como redoble de tambor (el peor cartel de cine que yo haya visto, y por esto, digno de ser coleccionado), con ese póster, nos llega un emotivo y vitalista filme costarricense, como lo es
Apunto claramente que Hernán Jiménez es mi amigo, lo es desde antes que su nombre comenzara a ser apetecido por la prensa, como resulta ahora, pero cuando hablo de su obra (tanto en cine como en teatro) ningún amiguismo se cuela entre mis letras. Ahora, con
Su anécdota, si se quiere, es simple. Un joven de 30 años, Antonio, regresa a su terruño (Costa Rica) y se encuentra con un país deteriorado política y socialmente, deterioro del que no se exime su propia familia. Es la historia de un sujeto que se encuentra ante un mundo degradado, que localiza el problema y provoca una ruptura con ese contexto, donde el amor y la amistad juegan papeles importantes.
Bien planteada desde el guión (escrito por el propio director), esa coyuntura del relato encuentra –por igual– una sincera y bien lograda expresión desde la gramática de la narración por imágenes. El filme no describe ni narra desde la aspereza de lo irresuelto; al contrario, lo hace con tierno acento poético, ajustado y preciso.
En esa tesitura,
Son emociones provenientes de una historia contada con mucha humanidad, no solo la de Antonio, sino también la de su hermana Amanda y la del padre de ambos.
Sin duda, se trata de una película vitalista, cuyo humanismo se marca por la acción de las fuerzas vitales de sus personajes.
Aquí no hay efectos especiales de esos que hoy abundan en el cine industrial. Aquí sí hay sentido humano. Con Hernán Jiménez, diría Unamuno, el cine tiene alma. Incluso, cuando lo hay, el humor tiende al desarrollo de ese concepto.
Digámoslo así: este filme no pasa por la letra, sino por esa tangible abstracción que es el espíritu. Por eso, es capaz de seducirnos. A ello contribuye el perfil de los personajes y también las esclarecidas actuaciones, sobre todo la de ese ícono del teatro nacional: Luis Fernando Gómez, como el padre de Antonio, ¡qué manera de vivir el dilema existencial de su personaje!
No se queda atrás el niño André Boxwill (¡excelente, punto alto!) y le siguen Monserrat Montero (¡encanto!), Daniel Ross (¡veracidad!) y Bárbara Jiménez (¡afán!). Hernán Jiménez es buen director de actores, menos con él mismo, porque su actuación es el eslabón débil de la cadena. Lo he visto en teatro, pero aquí tiene algunas secuencias que se vienen abajo por su actuación irregular.
La música es excelente soporte del relato, le da realce al filme, tanto como los diferentes signos visuales, aunque Hernán Jiménez se dedica más encuadres de los que otro director le habría dado. Esto no hace mella. Digo que todos debemos ver