Ahora sí: una película nos demuestra que hasta lo inverosímil es probable. Se trata del acelerado filme de acción –quinta entrega– con el título de Misión imposible: Nación secreta (2015), dirigido por Christopher McQuarrie.
Esta nueva aventura del conocido agente del FMI (Fuerza de Misiones Imposibles), Ethan Hunt, multiplica lo que hemos visto antes sin perder su atrevida coherencia y con buen humor agregado.
¿Quién lo diría?, es difícil superar los méritos de la cuarta entrega ( Protocolo fantasma; 2011 ), pero lo cierto es que Nación secreta no se le rezaga. La diferencia está en la maña y categoría del director de la cuarta aventura, nada menos que Brad Bird, maestro del cine animado.
Trama. En este quinto capítulo, el personaje de Ethan Hunt no tiene tantos artilugios a su favor ( gadgets ): la aventura descansa más en la inteligencia del personaje, en su condición física y en su capacidad para organizar misiones improbables, quiméricas o imposibles, que, en la pantalla, resultan espectaculares.
El problema del filme Misión imposible: Nación secreta es que su relato se compone de segmentos de acción no siempre bien articulados unos con otros; así desde la aventura esplendorosa del avión, al comienzo de la película.
El asunto es que las partes hacen el todo, pero aquí no se enlazan de la mejor manera.
Así, pues, el metraje del filme parece suma arbitraria de no sé cuántas situaciones de acción, donde no faltan las persecuciones muy bien logradas (aunque es inolvidable aquella de la tormenta de arena en Dubái del filme anterior). Todo es a prueba de la lógica, pero el espectador lo agradece.
Reiteración. Lo otro es que Misión imposible: Nación secreta es más bien reiterativa con sus muy eficaces secuencias de acción: así avanza la trama, más algunos diálogos cargados de buen humor, algún erotismo apenas sugerido entre el héroe y la fémina del caso y una crítica solapada al sistema político.
En efecto, al despiste, la película afirma que el propio presidente de Estados Unidos no sabe de la misa ni el introito: él está en manos de sus espías, quienes hacen, deshacen y rehacen a su antojo. Ni siquiera se trata de militares, sino de la Central de Inteligencia (CIA) y de su seccional: las fuerzas del FMI.
En esa actitud, el final de la película es realmente sorprendente, tremendo punto de giro sin un más allá, tal vez en la sexta película, que ojalá llegue… y ojalá con el regreso de Brad Bird en la dirección.
En cuanto a Tom Cruise, como el agente especial Ethan Hunt, se le ve excelente: ya se adueñó perfectamente de su personaje y lo secunda muy bien el buen actor Simon Pegg, como su compañero de acción y portador humoroso. El resto del elenco cumple sin nada especial que mencionar.
Bien por la música de Joe Kraemer: la suya original más su magnífico uso del conocido tema de la teleserie, del argentino Lalo Schifrin, y de la música de la ópera Turandot (de Giacomo Puccini).
Según el polímata o erudito Aristóteles “más vale un imposible verosímil antes que un posible inverosímil”, frase justa para Misión imposible, por lo que dicha película nos resulta disfrutable y es oportuno recomendarla: ¡es cine aristotélico! ¡Ouau!