El propio Eugenio Derbez, actor, director y coguionista de la película No se aceptan devoluciones (2013), ha de haberse sorprendido del éxito económico de su filme, con gran asistencia de público, no solo en México (país de origen), sino también en Estados Unidos.
Se trata de un arquetípico melodrama, más bien comedido, sin excesos ni salidas fáciles, que busca llegar a lo más emotivo de los sentimientos del público para hacerlo vibrar con su historia de apegos y desapegos. Parece que lo logra.
El filme narra la historia de Valentín , a quien vemos desde niño, cuando sufre la presión de su papá para que aprenda a dominar cualquier tipo de miedo. Por ahí se muestran algunos chistes rumiados que, es posible, muchos espectadores conozcan.
Eso sí, Valentín no pierde el miedo al compromiso, por lo que antes de casarse prefiere la eterna soltería rodeado de mujeres hermosas, convertidas en finos artículos de cama. Acapulco es el sitio para la “dulce vida” valentinesca.
Dicen que la soltería es manera egoísta de pasarse la vida. No estoy tan de acuerdo, pero al menos es lo que vemos de Valentín. Así, hasta el día en que una de sus olvidadas damas le llega con una linda bebé, prueba fehaciente de una aventura ocasional del conocido donjuán.
La mujer deja la bebé y se marcha. Esto es cambio inesperado y radical en la vida de Valentín, quien decide irse sin papeles a Estados Unidos, aunque se niega a aprender el inglés. La niña se llama Maggie. Con esta historia corre el relato, que muestra por ahí un punto de giro polémico con mirada tolerante hacia la unión homosexual (lésbica, en este caso).
Los acontecimientos finales han de darse en Acapulco, con algo de tragedia y más de melodrama, siempre como fórmula evocadora de sentimientos. Si no se entiende esto último (importancia del género), se nos desfasa la película.
El problema es el humor débil presente en la historia. Resulta como obligado o más bien machacón. Está más cercano a los programas televisuales del propio Derbez que a una película articulada como melodrama. Eugenio Derbez no encuentra el tino justo para resolver su personaje: si como un padre en conflicto de telenovela o un cómico al estilo de la vieja guardia del cine mexicano.
Deviene mejor la ternura que logra transmitir la niña Loreto Peralta como Maggie. El resto del elenco semeja modelos en pasarela. Pasa, nada más. Solo pasa, sin pena ni gloria. Le sucede a la propia película cuando no sabe cómo desarrollar mejor su propia historia.
Así, el relato comienza a girar sobre sí mismo, se repite con su condición humorística, le da por morderse la cola y no encuentra auxilio en alguna subtrama interesante. Aquí mismo es cuando Derbez no pasa de ser Eugenio Derbez y el filme se alarga más de la cuenta.
El asunto es que esta receta cinematográfica se queda con un solo medicamento. No busca variables. No abre expectativas mayores con su texto. Resulta filme timorato: se tiene miedo a sí mismo, miedo a soltarse, por lo que parece relato testimonial más que una película con criterio.
También es cierto que atrae mucho público: es parte de ese gusto a veces morboso por lo melodramático y en el que no debe caer un crítico, por lo que se le dificulta recomendar esta cinta.