
¡Ni modo! Es epidemia. No nos queda más que seguir aguantándonos las secuelas en cine cuando los filmes son rentables. El asunto se agudiza con las comedias. Cada una de las secuelas es esfuerzo evidente para hacer una película de más mala calidad que la anterior.
El turno le toca ahora a Quiero matar a mi jefe 2 (2014), dirigida por Sean Anders (vino a sustituir a Seth Gordon), filme que mantiene prácticamente su elenco y agrega el nombre del buen actor Christoph Waltz, quien viene a demostrarnos que también sabe meter la pata y actuar mal.
La primera ‘peli’ de esta serie nos mostraba a tres amigos hastiados de sus bosses (¡cuidado, jefes!), por lo que los tres deciden deshacerse de ellos con la ayuda más bien torpe de un criminal, caricatura de sí mismo, lo que daba lugar a una comedia típica de enredos.
Eso sucedía en plena crisis laboral en Estados Unidos y el filme discurría con algún esmero y aceptable tránsito narrativo. Exactamente, eso es lo que no sucede con esta secuela, que se alarga de manera inútil con secuencias más bien innecesarias (por ejemplo, las reuniones para “armar” los golpes criminales). Ah, esta vez, en lugar de asesinatos, se trata de secuestros.
Tampoco se trata esta vez de varios bosses . Ahora es un solo jefe que no solo explota el trabajo de los suyos, sino que engaña y estafa con los juegos sucios que permite un nuevo tipo de capitalismo, donde China aparece como punto de referencia para estos nuevos ricachones.
El filme es reiterativo con el diseño o caracterización de personajes: los remarca con exageración propia de los Tres Chiflados o peor que eso. Es algo así como darle dos tazas a quien no quiere una o darnos cinco si queremos dos. Todo se cacarea al punto que Quiero matar a mi jefe 2 pierde coherencia interna con su relato y resulta más disperso de la cuenta.
Como si fuese una contadera de chistes en una reunión de borrachos, esta secuela se hunde más con su vana idea de que las groserías son el mejor efecto cómico (gag), lo que incluye palabrotas, chistes sexuales, más palabrotas, mucho fraseo escatológico (soez o indecente) y más y más chistes tontos sobre el sexo.
A la película le pasa lo de las gallinas: entre más escarban, más tierra se echan encima. Es como si se le acabaran las ideas conforme transcurre, mientras sus actores hacen esfuerzos hueros por mantener la nave a flote (solo destaca Kevin Spacey). Hay algunos buenos momentos, para qué negarlo, pero, es cierto, una golondrina ni dos hacen verano.
Así como los zopilotes comen brincando (¿los han visto?), así transcurre el relato de Quiero matar a mi jefe 2 : a saltos y con muy mal montaje, lo que afecta su ritmo en contra del argumento. Vean, en cartelera por ahí anda una comedia francesa que, sin ser excelente, es mejor que esta. Se titula El lobo seductor (2012). Si quieren una comedia más inteligente, escojan la francesa: aquí no solo damos la enfermedad, sino también el remedio.