No cabe duda: tenemos una sociedad violenta, no solo por los altos índices de criminalidad, que es lo obvio, sino también porque se sustenta en una sinuosa estructura de poder, apabullante, donde los sectores privilegiados simplemente nos manejan como marionetas.
Somos algo como las piezas del famoso retablo de maese Pedro, titiritero, quien despertó en el gran don Quijote uno de sus enojos más conocidos. Este pasaje generó una de las ilustraciones más famosas de Gustavo Doré, con manos que mueven los hilos a su gusto desde arriba.
Esta introducción no me resulta gratuita cuando pienso en las intenciones de un gran director, Damián Szifron, quien nos sorprende ahora con la película Relatos salvajes (2014), con seis historias unidas por su esencia. Szifron nos recuerda que somos marionetas de poderes fácticos que, casi siempre, esconden su discurso dominante tras palabras de impotencia.
Vivimos un orden que nos hace creer, por dominación ideológica, que somos parte de las decisiones sociales, lo cual es absolutamente falso. Ni libertad de decisión se tiene en tales casos: les sucede a los personajes de Relatos salvajes , sujetos distintos y, otra vez, semejantes en esencia.
Relatos salvajes , desde su guion inteligente y hábilmente estructurado, es “un solo discurso”. Esto se solapa con seis argumentos disímiles, pero no disparejos, con el más acertado diseño de personajes, con riguroso planteamiento de situaciones y con diálogos hábilmente colocados.
Lo demás es esa fina huella en la mirada del director, la de saber narrar desde el punto de vista justo, con gran habilidad de cámaras (el ojo de la cámara) y con suspicacia para hacer –de las imágenes– la fiel expresión de las moralejas.
En ello, Szifron ha contado con la invalorable ayuda de otros dos grandes del arte del cine: con Gustavo Santaolalla en la música (excelente) y Javier Juliá en la fotografía (impecable). ¡Qué yunta!
Al fino diseño de personajes corresponde un elenco en estado de gracia, bañado en el arte de las musas. Es injusto destacar a un solo actor o a una sola actriz. No lo haré: el aplauso es colectivo, ¡tremenda dirección actoral, bien cuidada al mínimo de los detalles!
La sensación de humor corrosivo que genera Relatos salvajes será perdurable en el cine. Se puede sumar a clásicos como La gran comilona (1973), inolvidable sátira dirigida por Marco Ferreri, o a El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989) sátira dirigida por Peter Greenaway.
Su determinismo semeja a El ángel exterminador (1962), de Luis Buñuel; su ruptura social recuerda a Spike Lee con su radiografía Haz lo correcto (1989) o a Alejandro González Iñárritu con Amores perros (2000). Su violencia intelectual remite a las justas reacciones de los personajes del gran director San Peckinpah ( La pandilla salvaje , 1969)
Lo importante es que Damián Szifrón ha hecho una genial película. Nos recuerda a los espectadores que no hay razón para soportar las humillaciones de un orden social cínico, corrupto, injusto socialmente, racista, misógino, xenofóbico, soberbio y que hace del lujo una tonta condición social.