A mis años, sigo sin entender el atrevimiento ese de llamar “deporte” al boxeo. Menos lo acepto con el boxeo profesional. No comprendo cómo un deporte puede sustentarse en la agresión desmedida, en los golpes calculados para que alguien sangre, pierda el conocimiento o muera.
Sea esto una glosa para que se entienda el rechazo espontáneo que me causa dicho tema, aún en el cine. Sin embargo, ello nada tiene que ver con la mejor o peor calidad de un filme de dicha temática: los ha habido muy buenos.
El turno le toca ahora a una película venida con la firma de un director menor como lo es Antoine Fuqua. Se nómina Revancha (2015) y su título es más expresivo en inglés: Southpaw , cuya publicidad la resume bien: “Mientras más fuerte te pegan, más fuerte peleas”.
Revancha está muy lejos de la reconocida calidad artística de un filme como Toro salvaje (1980), la mejor película de Martin Scorsese, y ni se le acerca por nada a Golpes del destino (2004), de Clint Eastwood.
Podemos citar otras buenas películas boxísticas como El peleador (2010), de David O. Russell; Fat City (1972), de John Huston; Rocky (1976), de John G. Avildsen; Marcado por el odio (1956), de Robert Wise; y, si se quiere, podemos mencionar El campeón (1979), de Franco Zeffirelli, citada como la película más triste del cine.
Como lo hizo Zeffirelli, ahora Antoine Fuqua busca unir el melodrama con el boxeo, o sea, lo almibarado del amor con la violencia de un cuadrilátero, pero le resulta un inútil arroz con mango que ni fu ni fa, a tal punto que Revancha no es pulga para petate ni es nigua para un pie rajado.
Con uso exagerado de los planos muy cortos para las peleas de boxeo y de secuencias alargadas para lo folletinesco, la película se desgasta pronto con su ronroneo, como un gato persiguiendo ratones plásticos.
Como melodrama es predecible, sin necesidad de tener uno la capacidad de un sabio o de un brujo. Luego, como filme de boxeo, es más previsible aún y, con su montaje frenético, parece pleito de cucarachas en un gallinero (total descuido del encuadre).
Incluso, su trama deviene ridícula por tonta.
Drama sensiblero. Peleas sin emociones. Cine hecho a puro formulario. Todo es muy obvio y, así, aburrido. Guion plagado de clichés. Son dos horas perdidas, a no ser por la buena actuación y la grata presencia de la actriz Rachel McAdams, pero la sacan rápido de la historia: ¡matan a su personaje y se cae la película!
Queda Jake Gyllenhaal como el boxeador convertido en mártir y en héroe, especie de maniquí con su actuación monocorde. Con mucho maquillaje encima, su desempeño es de telenovela, como lagarto disecado. Por su parte, Forest Whitaker busca lo suyo como entrenador de barrio, pero ni los guantes le calzan.
No encuentro una sola razón para recomendarles esta película y hacerlo sería un golpe bajo. En mi tarjeta arbitral este filme ni siquiera encuentra puntaje. Es cine agotado contra las cuerdas y ahí se queda.