En Hollywood, la farsa cinematográfica toca su fondo de crisis: a los creadores de comedias se les ha desteñido toda sustancia gris y, por ello, no son capaces de crear un verosímil humorístico con ciertos rasgos de dignidad. Prueba de esto es la mala película que se exhibe con el título de
En este filme, lo único que nos hace soportar tanta estupidez son las actuaciones de Jason Bateman (sobre todo) y de Ryan Reynolds, con una grata presencia –en dos o tres momentos– de ese veterano y gran actor que es Alan Arkin (¡cómo olvidarlo de sus mejores años!).
La trama se sustenta en el conocido efecto humorístico llamado “quid pro quo” (es cuando se le permite en el relato a alguien pasar por otro). Dicho efecto nos lleva –en este caso– a una falsa comedia de costumbres y despropósitos. Aquí lo que tenemos es un intercambio de personalidades, sin querer queriendo, entre los personajes principales: Mitch (Ryan Reynolds) y Dave (Jason Bateman).
Ellos han sido muy amigos desde la adolescencia, aunque las vicisitudes profesionales de adultos los han separado. Dave es un abogado adicto al trabajo, con esas ansias de subir laboralmente como manera de adquirir prestigio y más dinero, para más prestigio y más dinero (círculo vicioso). Es casado y tiene tres hijos.
Al contrario, Mitch sigue soltero, es libre y hasta libertino, a veces trabaja y vive sin ataduras de ningún tipo. La vida le resbala, por lo menos en apariencia. Sin embargo, como paradoja, cada uno desea la vida del otro, o sea, la terca insatisfacción de cada quien de aceptarse a sí mismo.
Un día, luego de emborracharse ante un juego de beisbol, los mundos de Mitch y Dave se truecan: cuando se despiertan cada uno ocupa el cuerpo del otro, de modo que no tendrán más remedio que intercambiar sus papeles. Esto traerá el supuesto gozo de la película, pero no sucede así.
El humor del filme es soso y estancado. Sin originalidad, ese humor lo único que hace es repetirse en situaciones, con diálogos dichos como letanías sin vivencia alguna. El tratamiento del tema es gélido y, como muchas comedias hollywoodenses actuales, se estila la acostumbrada misoginia del caso.
Si las películas de acción cargan ya el ánimo de uno con sus acostumbrados héroes de la estirpe de los supermachos, estas comedias abaratadas insisten en señalar a las mujeres poco menos que tontas (bonitas nada más) y en absoluta dependencia de los personajes masculinos, quienes –estos– definen estilos de vida por la inagotable cacería sexual de las féminas.
El problema de ese discurso no es solo ideológico, es que realmente afecta en términos dañinos el desarrollo narrativo y humoroso de la comedia. No solo eso, las secuencias de
Con películas así, si usted fuera yo o como yo, lo mejor sería revisar bien para ver qué otra cinta ofrece por ahí la cartelera actual.