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Crítica de cine: Violines en el cielo

Cine emotivo La muerte es vida

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La música espléndida e imponente es el primer rasgo que uno puede señalar como virtud de la película japonesa Violines en el cielo (2008), Okuribito en su lenguaje original, dirigida por Yojiro Takita, a partir de un excelente y acogedor guion de Koyama Kundo. Se exhibe únicamente en la Sala Garbo.

Es una historia vitalista, que rezuma imaginación, soluciones inteligentes a los dilemas de la trama y excelentes actuaciones.

Se siente la gratitud del elenco al trabajar en este filme, movido por las emociones de sus propios personajes. Narra la historia de Daigo, chelista de una orquesta sinfónica recién disuelta. Al quedarse sin trabajo, regresa con su esposa a su tierra natal, donde las cosas ya no son como antes.

Un día lee una oferta de trabajo en un periódico local y piensa que se trata de una agencia de viajes. Decide solicitarlo y descubre que se trata de un empleo funerario.

Le toca limpiar los cuerpos de los muertos delante de sus familiares para que, según la tradición, lleguen al otro mundo bien presentados. Es un trabajo sin prestigio, pero Daigo descubre en dicho rito la chispa que le faltaba a su vida.

Película sabia. Con parsimonia, sin sobresaltos, entre el drama y toques de fina comedia, Violines en el cielo transita con la fórmula exacta del buen cine, mientras la óptima caracterización de personajes resume su filosofía sobre la vida y la muerte, novedosa para algunos de nosotros. Es una película acariciadoramente sabia.

Como relato, su fuerza reside no solo en la desenvuelta expresión de sus imágenes, sino también en el sustrato de las buenas actuaciones (ya lo dijimos) y en la estructura coherente y lógica de sus ideas, a partir de lo específico de su tema que es pendular entre la unión dialéctica del vivir y el morir. Solo que esta película, en su trama, es mucho más que sus propias imágenes. De ahí su carácter de fábula.

De verdad es valioso este tipo de cine. Por su riqueza conceptual. Sus diálogos no son en vano. Por su pureza estética, seductora desde la fotografía. Por su bien lograda dramatización. Por su entrelazada conducta narradora. Por su subrayado musical. No siempre tenemos cine con tantas cualidades juntas. Es erotema: interrogación retórica sobre un tema importante.

De allí que, dentro de su jocosidad bien dosificada y dentro de su tensión dramática, se filtra un tierno tono poético, ajustado y preciso, por lo que el filme se acerca a un sentido universo de seres humanos en su más pura naturaleza.

Violines en el cielo es un relato contado con exactitud de relojero, parte de lo que debe transmitir una película para que no sea solo derroche de tecnología, de esa con la que manipulan a los espectadores.

Del corazón. Igual como sucede con las comedias de Shakespeare, el buen humor de este filme tiende a ser otra expresión de lo dramático y trágico. Lo hace sin golpes bajos.

La calificación de Violines en el cielo no solo pasa por sus imágenes, aunque ciertamente es fina con el vestuario, decorados, composición del encuadre, luz, color y los movimientos de los personajes dentro del cuadro.

Esta cinta pasa por esa tangible abstracción llamada espíritu. De ahí su frescura de cine hecho con el corazón y con sensibilidad, que nos recuerda la idea de que quizá vivamos solo para considerar al ser humano como sentido de amor. No se la pierdan por nada del mundo.

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