Si hay una cinematografía que ha sabido impulsarse con constancia, ha sido la irlandesa. Son muchos los títulos que uno podría citar para exponer la dignidad de dicho cine, no importa el género desde el cual se manifieste su entereza.
Los nombres de realizadores importantes para el sétimo arte, de origen irlandés, están ahí para estudiosos: es posible que Jim Sheridan encabece cualquier lista. Este año, no más, dos películas irlandesas han venido a inquietar la cartelera del país.
Una de ellas vino con más publicidad: La habitación (2015), de Lenny Abrahamson; y ahora, casi oculta en lo mediático, se exhibe la buena película titulada Brooklyn: Amor sin fronteras (2015), dirigida por John Crowley.
Esta última retoma el tema de los inmigrantes irlandeses en Estados Unidos, aunque de manera más lírica o menos lacerante a lo mostrado por otras películas. Por ejemplo, en Brooklyn: Amor sin fronteras no existe aquel fuerte dolor dramático que plasmó Alan Parker con su película Las cenizas de Ángela (1999).Tampoco se va al extremo folletinesco y, así, se narra la historia de una joven, Eilis, que no ve futuro en su tierra irlandesa y se marcha a Nueva York, donde ha de sumarse a tantos inmigrantes que buscan su oportunidad.
Sucede en 1950.En la vida real, los acontecimientos son y no son lo que uno espera. Así es siempre. La vida no va a una sola cuerda. En la ficción de la película, tampoco son así los sucesos para Eilis, cuando ella llega a Brooklyn. Luego, cuando Eilis se enamora, debe vivir la confrontación del amor y la trama se va entretejiendo a doble puntada. Por un lado: los hechos o la materialidad de ellos, y, a la vez, la vivencia sutil de esos hechos por parte de Eilis. El posible regreso a Irlanda solo complica las cosas.
Aquí aparece con su lírica y magnífica presencia la actuación trascendente de Saoirse Ronan, quien nos conduce por los pliegues de su personaje, por sus fortalezas y por sus debilidades, para mostrarnos que el amor no es unívoco: nos da tantas certezas como igual nos agota con dudas.En afinada correspondencia a lo íntimo de la trama, la dirección de arte consolida la atmósfera donde se atrapan los sucesos. Lo demás es mezcla de lo lírico con lo épico, con fotografía que prefiere los tonos menos intensos y con música que se aún a a los sentimientos en juego.
Para enfatizar la dinámica de los sentimientos, el lenguaje fílmico busca ser minimalista y prefiere ser, en ello, conservador: es cine de lo íntimo que también busca la intimidad del espectador. Es así como podemos entender y sentir, en este caso, la paradoja del amor. Es lo que quiere la película por medio de Eilis. Filme sensible, nostálgico y humanísimo. Cine de sabia construcción mínima. Relato de cuidadosa estructuración. Mundo imaginario que nos ofrece credibilidad y coherencia. Muy buena película. No se queden ustedes sin verla. Búsquenla, se exhibe en pocos cines y con menos publicidad, pero ahí está.