A diario, un niño y una niña juegan entre las prendas que cuelgan del tendedero de Maína, matrona y lavandera del pueblo. Sus vidas apuntan hacia la servidumbre, –único destino posible en esa polvorienta comunidad rural–. El tiempo pasa y los entrañables amigos deben separarse. Ella abandona su terruño, pero regresa, años después, a defender los derechos de las familias oprimidas. Él la apoyará hasta el final.
La memoria de las hojas es un espectáculo sugerente en sus capas formales. La dramaturgia de Estefan Esquivel es una clara muestra del denominado drama contemporáneo, ubicable en el extenso campo de la textualidad posdramática. Este tipo de escritura y su correspondiente presentación escénica se caracterizan, entre otros rasgos, por ser fragmentarios, además de obviar el encadenamiento lógico de las acciones.
En el caso de esta obra, la anécdota es completa y coherente, pero solo llega a adquirir su forma definitiva en el desenlace, cuando la audiencia logra tramar las porciones de información que, en principio, parecían desvinculadas entre sí. Por lo anterior, el montaje es exigente para un público que puede obligarse a “entender” lo que ve o abandonarse a la incertidumbre de un viaje lleno de estímulos e indicios dispersos.
Valdría la pena recorrer el segundo camino pues la obra es generosa en dinámicas escénicas que materializan una reflexión sobre el tiempo, la memoria y los sueños como insumos primordiales de la creación artística. Cada acontecimiento que vemos está “contaminado” por imágenes oníricas, fantasías, recuerdos imprecisos o cambiantes, deseos y conversaciones perdidas.
En el escenario, lo que se despliega son residuos de una serie de eventos –algunos afables, otros traumáticos– fijados en la psique de los personajes. En consecuencia, la línea narrativa es tan sutilmente escurridiza que no se puede fijar en un solo punto de vista. Lo interesante de esta estrategia creativa (poética autoral) es que, lejos de disimularse u ocultarse, se subraya en los diálogos de los personajes.
De ese modo, el dramaturgo se filtra en la puesta a fin de señalarnos que las Artes escénicas deberían dar cuenta del olvido, si lo entendemos como una oportunidad para aliviar cualquier experiencia dolorosa. Si el Teatro de la Muerte (Tadeusz Kantor) reivindicaba la vida misma desde sus límites, quizás este “Teatro del Olvido” nos invita a recuperar la vida en esos ámbitos íntimos donde creemos que ya no queda nada.
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La dirección de Ricardo Tames convirtió los cuerpos de Alonso Chaves y Fiorella Cortés en lugares de paso para sus personajes. Apenas un rápido ajuste en los vestuarios o en la corporalidad permitieron comunicar los cambios de edad del dúo protagónico. Por el contrario, el director apostó por caracterizaciones más detalladas en los múltiples personajes secundarios de Mileney Ching.
Con La memoria de las hojas, el colectivo Café a Medias reafirma el potencial que la dupla Esquivel – Tames exhibió en Fragmentos, la permanencia del cuerpo o la fragilidad del ser (2016). La continuidad de Alonso Chaves, como integrante del elenco, indica la existencia de un núcleo creativo con fuelle de sobra para que este proyecto independiente siga expandiendo sus ambiciones artísticas.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Ricardo Tames
Dramaturgia: Estefan Esquivel Valverde
Actuación: Alonso Chaves Hernández (Él), Fiorella Cortés (Ella), Mileney Ching (Maína, Élmer, Angelio, Calipsa, Ora)
Vestuario: Susan Ovares
Escenografía: Aram Madriz Alvarado
Diseño de luces: Alejandra Flores
Diseño gráfico: Fernando Gutiérrez Mainieri
Producción: Café a Medias
Espacio: La Alhambra
Fecha: 27 de abril de 2019