Eso de que “nadie sabe para quien trabaja” le cae como anillo al dedo al buenazo de James Gunn.
Esta es la historia de la extraña cadena de circunstancias que propició que uno de los cineastas consentidos y más reconocidos del Universo Cinematográfico Marvel (UCM) se viera expulsado, por un cortísimo período del paraíso, apenas lo suficiente para gozar de los placeres del lado oscuro.
Porque de no haber sido por la crisis moral que paniqueó a los ejecutivos de Disney (dueña de Marvel) en julio del 2018, cuando troles conservadores reflotaron viejos tuits de Gunn con chistes ofensivos, el director no se hubiera visto de un día para el otro sin trabajo o, mejor dicho, libre para que otros llegaran corriendo a ofrecerle la oportunidad de su vida.
Así que, en el fondo, en Warner Bros. están muy agradecidos de que los moralistas de Disney cedieran a la presión de los republicanos de Twitter, quienes exigieron la cabeza del cineasta por aquellas bromas pasadas de tono de casi una década atrás. Y es que solo así fue que James pudo cruzar la acera y aceptar la tentadora oferta de Warner para rescatar del basurero a un grupo de personajes de DC despedazados en un filme deplorable.
La belleza del caos
En julio del 2018, James Gunn estaba en la cima de Hollywood. A su haber, el joven director ya acumulaba dos exitosísimas películas de Guardianes de la Galaxia, la banda de héroes secundarios y poco conocidos de Marvel que, contra cualquier pronóstico, encantaron a la audiencia mundial desde los cines y se embolsaron una taquilla billonaria (sí, con “b”).
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Obvio que Marvel le pidió al director que continuara la saga con un tercer filme y en esas estaba cuando sus frecuentes y punzantes críticas al entonces presidente Donald Trump levantaron roncha en los seguidores del mandatario, y alguien se tomó la molestia de urgar en la cuenta de Twitter de Gunn, donde dio con una serie de viejos y ofensivos chistes de pésimo gusto, que databan de una década atrás. De inmediato estalló la polémica y en los cuarteles de Disney, temerosos de una crisis de relaciones públicas, se ordenó deshacerse del director.
Gunn aceptó la decisión, reconoció que aquellos viejos tuits eran un error y ofrece disculpas, aclarando que las bromas de la discordia ya no eran un reflejo de su manera de pensar. Al mismo tiempo, muchas voces se alzaron dentro de Hollywood para criticar la decisión apresurada de Disney y pedir la recontratación del director, incluyendo a todo el elenco de Guardianes de la Galaxia.
Gunn estuvo fuera de Marvel solo unos cuantos meses, pues en marzo del 2019 volvió a ser contratado por Disney para retomar la tercera entrega de los Guardianes. Sin embargo, en el ínterin Warner se robó el mandado y le dio a Gunn carta blanca para adaptar casi que cualquier cómic de DC que quisiera a la pantalla grande. Y James no lo dudó: antes de meterse con Batman o Superman, él prefirió a un tipo que dispara puntitos de colores; un tiburón monosilábico, y una chica cuyo superpoder es convocar a las ratas.
Con ustedes, el Escuadrón Suicida.
Bienvenidos, perdedores
En la compleja historia de altibajos que Warner Bros ha vivido desde que lanzó, en el 2013, su cinematográfico Universo Extendido DC (UEDC), sin duda que Escuadrón Suicida (Suicide Squad) es su peor vergüenza. La película del 2016 sobre un grupo de villanos de poca monta que son forzados a unirse para salvar al mundo resultó un desastre de crítica y evidenció la desesperación del estudio por recortar distancias con los infalibles de Marvel, con constantes interferencias en el trabajo del director David Ayer.
Sin embargo, Gunn sabía que en aquel rejuntado de personajes extraños y desconcertantes merecía una cinta a la altura de sus cómics. Así, el cineasta empezó a darle forma a El Escuadrón Suicida (The Suicide Squad), filme que se estrena esta semana en los cines y que viene a ser no una continuación sino una historia independiente de su defenestrada predecesora, aunque sí conservando a algunos de los personajes y actores que más funcionaron de aquel filme.
La premisa es, digamos, la misma: un grupo de encarcelados villanos de segunda categoría (tercera, en realidad) son forzados por una agencia del gobierno estadounidense a tomar parte en una misión suicida, a cambio de una “probable” reducción de su condena. Su participación no es opcional, pues todos son implantados con una microbomba en el cerebro que estallará en caso de que abandonen la misión o intenten escapar.
Y hasta aquí llegan las similitudes entre ambos filmes. Todo lo que sigue es producto de la brillante y retorcida imaginación de James Gunn.
Los nuevos integrantes del escuadrón son Bloodsport (Idris Elba), un mercenario provisto de armamento y tecnología a la medida que fue detenido tras dispararle una bala de kriptonita a Superman; Peacemaker (John Cena), un violento nacionalista para el que la búsqueda de la paz no conoce límites; King Shark (voz de Sylvester Stallone), un enorme híbrido de tiburón y hombre de gran apetito y noble corazón; Polka-Dot Man (David Dastmalchian), un lacónico criminal que lanza luminosos puntos de color (”el personaje más tonto de la historia de DC”, según Gunn), y Ratchatcher 2 (la actriz portuguesa Daniela Melchoir), una ladrona que hereda de su padre el poder de comunicarse y dirigir a las ratas.
Tremendo equipo, ¿no?
De la vieja camada regresa la inigualable Harley Quinn, ya emancipada de cualquier relación con el Guasón e interpretada por tercera ocasión por una Margot Robbie que nació para mimetizarse con la psicópata arlequín. También están de vuelta el coronel Rick Flag (Joel Kinnaman), líder en el campo del disfuncional equipo, y la descorazonada Amanda Waller (Viola Davis), brutal directora de la agencia que recluta y extorsiona a los “voluntarios”.
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¿Quiere más? Perfecto, pues Gunn no se anduvo por las ramas y llenó el elenco con muchos otros nombres más para interpretar a otros tantos disparatados personajes, incluyendo a talento como Peter Capaldi, Jay Courtney, Alice Braga, Pete Davidson, Nathan Fillion, Storm Reid, Michael Rooker, Taika Waititi y Sean Gunn (hermano del cineasta). Sin embargo, tome en cuenta que DC le dio permiso al director de matar en su película a cualquiera de ellos (o a todos), así que haga caso y no se encariñe demasiado.
Con todos estos ingredientes, la película es tal y como podría esperarse: caótica, ultraviolenta, caricaturesca y morbosamente divertida. Es humor adulto, sin las amarras del “todo público” propio del cine de Marvel, lo que le dio espacio a Gunn para contar la historia que quería, sin miramientos, sin consideraciones, sin reservas.
La crítica ha caído rendida ante El Escuadrón Suicida y muchos entendidos la califican como la mejor entre las películas del UEDC (incluido quien firma esta nota). La acción es espectacular, las interpretaciones de Robbie, Elba, Cena y otros tantos son impecables, y King Shark viene a ser el equivalente sangriento para mayores de 18 de Baby Groot o Baby Yoda: absolutamente adorable (hágase un favor y véala en inglés, pues no puede perderse la voz de Stallone saliendo de un tiburón panzón y que viste bermudas).
No importa si a usted le da pereza las películas de superhéroes o “muñequitos”, pues estamos con un filme que si bien complace hasta al tuétano a los fanáticos del mundo geek, ante todo busca entretener, no tomarse en serio y que incluso se burla de muchos de los convencionalismos del cine extraído de cómics. En otras palabras: dele la oportunidad, que podría sorprenderse.
A todo esto, James Gunn está feliz. Dice que El Escuadrón Suicida es la mejor película que ha hecho y le creemos. Y si bien está de vuelta en las tiendas de Disney y Marvel, el director ganó suficiente indulgencia como para que la compañía del ratón aceptara compartirlo aún más con Warner. Así, el cinesta trabaja en paralelo en una serie para el servicio de streaming HBO Max sobre el personaje Peacemaker (desde luego que con John Cena), mientras alista la preproducción de Guardianes de la Galaxia 3.
En este cuento, todos ganamos.