Alguien escribió alguna vez que la narrativa en el sétimo arte, fuese cual fuese su género, para lograr su efecto, debe arraigarse en lo que le es propio, familiar o cercano (al menos conocido intuitivamente) al espectador.
Así, los asuntos narrados dejan de serle ajenos al espectador, aunque se esté en una inverosímil película de ciencia-ficción. Se trata de lo siguiente: lo más irreal que haya en una trama de cine debe tener algo de real, aunque sea solo en apariencia, para ser aceptado como creíble.
Con ese apunte sencillo, recuerdo que el autor justificaba la valía o la importancia que tiene el guion para alimentar la creencia del espectador en un mundo narrado, esto es, de “lo posible” durante una trama. De “lo posible” igual deben estar convencidos el director y todo su equipo para alcanzar al público.
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Si pensamos en una teoría tan básica como esa, pero convincente, uno puede aducir que, entonces, cierto tipo de cine falla ante el espectador desde el guion, o sea, desde la debilidad o debilidades del guion ante “lo creíble” (real o no).
Lo anterior lo recuerdo ahora como una travesura de algún salto neuronal cuando, en Costa Rica, cada vez más la gente, quienes más saben y también las personas menos exigentes, de pronto comienzan a generalizar una noción peligrosa: “el cine costarricense es muy malo”. Cada vez se escucha más, sin ser cien por ciento cierta.
La culpa se la endilgan a los guiones. Es cierto que ha aumentado la producción de filmes, pero no aumenta la cantidad de espectadores, al punto que las salas de cine se muestran reacias a exhibir el cine tico porque sus filmes no les son comerciales.
Lo repito: quienes pueden esbozar un mejor juicio se atreven a señalar el problema: “en Costa Rica no hay buenos guionistas” o “en las películas de Costa Rica lo que fallan son los guiones”. Hay frases semejantes.
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La mejor expresión de esto es cuando a uno le piden que escoja las mejores películas ticas del 2010 a hoy. La lista es larga de títulos y uno se queda con la pasmosa realidad de que “los mejores filmes” solo ocupan los cinco dedos de la mano.
El número cinco por sí solo no lo detiene a uno del desafío de citar esas películas. Cinco, es controversial el numerito ese, y defino los títulos en orden de aparición, no de preferencia.
1- El último comandante (2010), de Vicente Ferraz e Isabel Martínez
Cálida y dolida historia –a la vez– sobre las utopías que se quedan a la deriva.
2- El regreso (2012), de Hernán Jiménez
La historia de un sujeto que regresa a un espacio y localiza un proceso de degradación acumulada.
3- Tres Marías (2012), de Francisco González Una mirada con rigor estético para mostrar una situación social de exclusión y desamparo.
4- Princesas rojas (2013), de Laura Astorga
La historia de un matrimonio en un proceso revolucionario, historia adulta que es vista desde la mirada de dos niñas que buscan construir su propia realidad.
5- Dos Fridas (2018), de Ishtar Yasín
Pausado y poético relato de dos vidas enlazadas una con otra: la de la artista mexicana Frida Kahlo y la de la enfermera costarricense, Judith Ferreto.