Está más que dicho que El proyecto de la bruja de Blair (1999) fue una brújula para el cine de terror del comienzo de siglo. Una cámara que perseguía a los protagonistas en primera persona, haciendo pasar el filme por un documental, quedó servido como un recurso perfecto para espantar a la audiencia con sustos y gritos repentinos que aseguraban saltos en las butacas.
Apegados a esa premisa, esta década sirvió para dar pie a fenómenos como la inesperada construcción de franquicias y universos de terror, como sucedió con El conjuro, Annabelle, La noche del demonio y La monja, mientras que otra vertiente de la industria optó por resucitar y rehacer títulos clásicos como Halloween, Suspiria, Poltergeist y Carrie.
Alejados de esas fórmulas, una nueva generación de cineastas (muchos acuerpados por la productora A24) se atrevieron a ofrecer otro tipo de terror más enfocado en perturbar la mente que en generar reacciones instantáneas en la audiencia.
La bandera de esta nueva ola de terror sin dudas es ¡Huye! de Jordan Peele, métafora sobre la desigualdad y discriminación racial que logró ser el primer filme de terror nominado a mejor película en los premios Óscar desde 1999. No fue un logro menor considerando que el género suele ser desdeñado por la Academia, pues El silencio de los corderos ha sido la única cinta de terror en alcanzar la estatuilla en esta categoría.
Peele regresaría en el 2019 para presentar Nosotros, película con buena recepción, pero sin el nivel de alcance que tuvo su ópera prima.
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Otro cineasta debutante en esta década fue Ari Aster, quien estrenó dos filmes que muestran una madurez que supera sus años en la carretera de la industria del cine. El primero fue El legado del diablo, un horror familiar donde el mal se hereda; y Midsommar: el terror no espera la noche, un horripilante viaje lisérgico donde la maldad aparece a plena luz de día, en un filme bellamente fotografiado.
Otras cintas estilizadas que optaron por penetrar el terror fueron Voraz, de la francesa Julia Ducournau y El demonio neón, de Nicolas Wending Refn.
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Dentro de las posibilidades de abordaje, algunos filmes penetraron la vertiente de un terror parido de su angustiosa atmósfera, como fue en la poderosa La bruja, de Robert Eggers, (cuyo segundo filme El faro llegará a salas en el 2020); La autopsia de Jane Doe, de André Øvredal; Llega de noche, de Trey Edward Shults; Está detrás de ti, de David Robert Mitchell; The Babadook, de Jennifer Kent, y Un lugar en silencio, de John Krasinski.
Un horror un poco más excesivo también tuvo espacio, en especial a través de cineastas conocidos por sus extravagancias. ¡Madre!, una analogía bíblica que acaba en pesadilla, fue una bocanada de angustia firmada por Darren Aronofsky. El siempre controversial Gaspar Noé trajo Climax, un viaje en plano secuencia sobre una descontrolada fiesta inspirada en hechos reales, mientras que Lars Von Trier ofreció La casa que Jack construyó, un ensayo filosófico sobre el origen de la maldad contado a través de la bitácora de un asesino.
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Finalmente, el 2019 dejó un título curioso: Doctor Sueño, cinta de Mike Flanagan que se escapó de las convenciones de las secuelas de la época, al ser continuación del clásico El resplandor. El filme prefirió irse hacia lo emocional que traicionar las ideas que hace 39 años quedaron plasmadas por el maestro Stanley Kubrick.