Las cuchillas acarician la pizarra. El joven con el implante en su oído enloquece ante aquella tortura abominable. Las cuchillas se descontrolan sobre la pizarra. La cabeza del muchacho con problemas de audición estalla en pedazos. El ensangrentado implante de oído aterriza en la mano del dueño de las cuchillas. El maniático sonríe a la cámara y remata con una gota de certero humor negro..., muy negro.
Freddy Krueger conoce su oficio: torturar jóvenes en sus sueños con un sadismo nunca antes visto en el cine. Él no es como Jason, Leatherface o Michael Myers, sus “competidores” en eso de matar jovenzuelos en la pantalla y aterrorizar a los de las butacas. Mientras que aquellos eran autómatas que volaban hachazos y machetazos solo porque sí, Freddy es una rata, un bribón que disfruta el sufrimiento ajeno, que lo extiende y cocina a fuego lento.
¿Cómo llegó el mundo a enamorarse de semejante personaje? Entenderlo debería preocuparnos, dado que Freddy Krueger encarna lo malo y morboso, eso de lo que los curas y maestros nos adviertieron de lo que debíamos huir. Sin embargo, lo abrazamos, aun a riesgo de cortarnos.
Dulces sueños...
El 9 de noviembre de 1984 debutó en los cines estadounidenses A Nightmare on Elm Street , un filme de terror de presupuesto limitado del cineasta Wes Craven. La premisa era sencilla: un asesino de niños –Freddy– se libra de la ley por un tecnicismo, lo que lleva a un grupo de padres furiosos a tomar la justicia por sus manos y mandar al depredador al infierno con gasolina y fuego. Y ahí, con su supuesto final, es que la pesadilla más bien se desata.
En aquel filme de hace 30 años, Freddy se enfrasca con los hijos de sus verdugos. Desfigurado tras sus quemaduras de tercer grado, el engendro de sombrero, suéter de rayas y guante de cuchillas acosa a los adolescentes no en el mundo real, sino en el de los sueños. Desde luego que el cuento termina en tremendo baño de sangre, para asco de los censores y encanto de millones de aficionados.
Al final de la cinta, Krueger muerde el polvo. Sin embargo, la muerte ha probado ser esquiva con Freddy, pues el éxito de la película echó a andar una de las franquicias más prolíficas en la historia del cine: nueve largometrajes cuya taquilla mundial supera los $450 millones, una serie de televisión, novelas, cómics y videojuegos, además de una aún creciente línea de memorabilia y juguetes (con Freddy de peluche incluido).
Un actor
Desde sus inicios, Freddy se hizo uno con el intérprete que le dio vida: Robert Englund. El californiano se formó como actor clásico y, quienes lo conocen, saben que es un tipazo, bonachón y accesible.
Esa imagen de dulzura fue la primera que los ticos tuvimos de él, dado que Englund se dio a conocer por estos lares como Willie, el alienígena “bueno” de la hoy mítica serie V: Invasión extraterrestre , transmitida acá por Teletica.
Pero fue como Freddy que el actor alcanzó la gloria: cada día de filmación debía someterse a cuatro horas de maquillaje, lo que siempre aceptó de buena gana. ¿Y cómo no? Englund se convirtió en la gran estrella de terror de los 80, y hoy goza de las mieles de la nostalgia, embolsándose buenas cifras por su participación en convenciones y otros encuentros de fanáticos.
En cuanto al otro gran ideólogo de la franquicia, el director Wes Craven, su carrera también despegó de la mano (o garra) de Freddy. Craven, un académico que dejó las aulas para desarrollar películas porno en la década de los 70, se fascinó con la historia de refugiados asiáticos en Los Ángeles, quienes sufrían tales pesadillas, que evitaban dormir por varios días, lo que eventualmente los condujo a la muerte.
Aquellas noticias, más el susto que se llevó al sorprender a un extraño que lo observaba y el recuerdo de Fred Krueger, un matón que lo torturó en la escuela, dieron forma a aquella historia que hoy cumple tres décadas de su debut.
Desde entonces, las cosas han ido bien para Craven. Se le considera entre los grandes maestros del género del horror, no solo por las Pesadillas , sino también por Scream , la otra gran franquicia sangrienta salida de su creatividad y cuyos cuatro filmes –todos dirigidos por él– resultaron tremendas máquinas de hacer plata.
Además, la vieja obra de Wes –sin contar el porno– ha sido revisada y actualizada, con su beneplácito. Esto ha deparado en decentes refritos de otros clásicos suyos, como Last House of the Left y The Hills Have Eyes . Eso sí, a su favor está el haberse opuesto desde un inicio al terrible remake de Nightmare del 2010, producido por un infumable Michael Bay, dirigido por un Samuel Bayer en su hora más triste y “estelarizada” por Jackie Earle Haley en sustitución de un ya sesentón Englund.
¿Cuáles planes hay para Freddy? Por ahora, nada concreto, especialmente después de que fracasara el intento de relanzamiento de Bay y compañía. Sin embargo, eso no preocupa al carismático asustador.
Freddy pertenece ya a la cultura pop, del mismo modo que otros “colegas” suyos como Hannibal Lecter, el muñeco Chucky y los ya mencionados Jason, Michael y Leatherface. Es sobre ellos y sus afiladas herramientas que se erigió el género slasher , ese en el que un asesino enloquecido persigue a un grupo de jóvenes hasta la muerte, sea la de ellos o la suya..., eso poco importa.
Pero, pese a sus múltiples muertes, ahí sigue Freddy, con 30 años de mala vida.