Termino de ver Love Hard esta madrugada totalmente embelesada, divertida, conmovida y reflexiva ante la puesta en escena de la primera película de un cineasta tico producida para Netflix y en un acto un tanto desconsiderado (dada la hora) pero dominada por la contentera, le escribo a Hernán Jiménez.
Lo imaginé abrumado por decenas de mensajes o simplemente en los brazos de Morfeo, triturado por el agote y descompresionando ya al momento del estreno, pero no: me contestó de inmediato. Lo ataranté con una metralleta de apreciaciones sobre la película que acababa de terminar de ver y comenzaría a ver de nuevo en cuanto concluyera nuestra conversación, él me abrió su alma como amigo y luego me ofreció lo que quizá fue la primera declaración para la prensa tras el estreno de Love Hard.
“Me siento contento y triste a la vez, como cualquier momento en la vida que valga la pena. Ha sido mucho el trabajo, mucho el esfuerzo, mucho el cariño, y ahora toca soltar la película para que tenga vida propia, con amantes, amigos, enemigos, días buenos y días malos. Estoy deseoso de ver cómo la recibe el público, y luego, como corresponde, pasar la página”, declaró el director, quien asido como siempre a su sentido del humor, culminó: “Así habló Hernán Jiménez desde El Cuchifrito ¡ya quisiera!”, dijo en alusión al icónico bar de San Pedro de Montes de Oca, a lo más puro estilo Tiquicia.
Pero bueno, antes de ofrecer mis impresiones sobre la película, se impone repasar generalidades oficiales sobre la producción y estreno de Love Hard, comedia romántica que el costarricense dirigió para la omnipresente plataforma de streaming, como lo explicó La Nación en notas previas.
El pasado 5 de octubre, Jiménez compartió en sus redes sociales una seguidilla de imágenes que ofrecieron una pincelada sobre el largometraje que se estrenaría exactamente un mes después. Del mismo modo lo hizo la actriz canadiense Nina Dobrev, protagonista de la cinta navideña, quien puso sobre aviso a los 24 millones de seguidores que suma en Instagram.
Hernán, fiel a su humor, escribió: “Se vino #LoveHard (dijo la muchacha). Aquí les dejo algunas imágenes de la peli que dirigí, que llega a Nepflips (sic) el 5 de noviembre. — Ojalá la vean, ojalá les guste, y aquí los espero con el basureo”.
Love Hard se rodó en Vancouver, Canadá, y es protagonizada por los actores Nina Dobrev, Jimmy O. Yang y Charles Melton. A grandes rasgos y sin el menor ánimo de lanzar spoilers, la historia gira alrededor de una muchacha quien, harta de besar sapos (perdón por el cliché pero por ahí anda el asunto) recurre a una aplicación de citas y cuando ya casi ha perdido la esperanza de lograr un match, como mínimo esperanzador, aparece el indicado.
A partir de aquí se decanta toda la trama que, en otros tiempos, podría parecer avilocada pero que en la actualidad es perfectamente viable, incluso con las pifias y situaciones absurdas que empiezan a vivir los protagonistas, para el deleite de los espectadores como yo, que terminamos olvidándonos de Hernán Jiménez para sumergirnos en la trama de lo que les ha pasado a cientos de amigos y amigas de todas las edades y orientación sexual, quienes han optado por las citas en línea como una alternativa al ligue tradicional, cara a cara en un bailongo, en un bar o con un Uber (¡ehhh, una muy!).
Por lo mismo se nos hacen tan familiares los supuestos absurdos y los fiascos que se suceden en esta comedia de enredos que, en realidad, bordea en todo momento otra gran verdad que no tiene nada que ver con la comedia: lo solos que están miles de seres humanos en todo el planeta, justamente en la era de la máxima intercomunicación.
Porque lo que hicieron y vivieron Natalie, Josh y el mismo Tag, no son más que un genial calco de lo que hacen (o hacemos) miles en todo el planeta. No necesariamente lo de los ligues en apps, pero Hernán Jiménez en su agudo ejercicio de observación logró que me despabilara por completo en una de las escenas clímax con el asunto del kiwi porque en su dizque ficción, narró una situación que me ocurrió a mí, sin karaoke de por medio, eso sí.
Esta es, de paso, una de esas escenas de una película que se nos quedarán grabadas para siempre.
El otro gran acierto de la cinta es que, tal cual ocurre en la vida misma, no hay ni malos ni buenos: todos son producto de las circunstancias, incluso el infumable, insoportable pero también histriónico jefe de Natalie, Lee, cuya historia de vida merecería casi un filme para él solo... como ocurre con las historias de vida de todos nosotros.
Y claro, está Kerry, la mejor amiga de Natalie, esa que todas tenemos y quien logra una interpretación genial con frases de colección.
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En fin, tal cual lo profetizó Hernán Jiménez esta madrugada, la crítica especializada hoy amaneció con versiones a favor y en contra. Sin embargo, hasta las críticas que han diseccionado la película ya desde puntos de vista sociológicos, antropológicos, etc. (nunca se esperó que se tratara de algo más que una comedia ligera con ribetes geniales, pero en fin)... decía que incluso en estos casos se destacan los puntos notables de Love Hard.
Quienes en cambio alaban su trama, el ritmo y sus actuaciones, ya la consideran como una de esas películas que se repetirán por años cuando se acerque la época navideña: la fecha del estreno, por cierto, fue fríamente calculada y con enorme tino, pues difícilmente alguien se quedará sin ver El amor duele en los dos meses que siguen, ya en época navideña.
En lo que a mí concierne, la degustaré nuevamente para volver a mimetizarme con distintas situaciones propias y ajenas, aunque más ajenas que propias.
Porque yo he sido Natalie pero también Kerry... lo fui, incluso, hará unos pocos meses cuando una amiga del alma, quien vive en Nueva York y tras mucho “trastear” finalmente encontró su crush en un site de citas, se casó precipitadamente a menos de tres meses de conocerlo.
Tras investigarlo hasta la talla de calcetines —no fuera a ser que se estaba topando con un loco o sociópata— todo fluyó y dieron el sí, felizmente, en una hermosa tarde de verano, ya vacunados contra la pandemia, ellos y los invitados al magno evento.
Lo último que me esperé fue la llamada de mi amiga, dos días después de la boda, para contarme la embarcada que se había dado, pues la mañana siguiente a la noche de bodas descubrió un detallito que nunca se le ocurrió corroborar. “¡Amigaaaa, amigaaa! Vieras qué terrible, no ves que Fulano ¡TIENE FUNDA! ¿Qué hago ahora, qué terrible!”.
—¿Qué es funda?— pregunto yo, la avaladora de toda la relación, la Kerry de la peli.
--¡Diay, que nunca me percaté de que tenía dientes postizos, hasta que me levanté en la mañana, el primer día de casados, y ya seguro en confianza me voy encontrando las prótesis completas nadando en frascos con agua... ¿qué hago ahora?
Bueno, diay, como diría Kerry en la peli de Hernán, hay una gran diferencia entre “¡Hay! y ¡Ay!”. En este caso, me quedé en blanco, no supe qué decirle a mi amiga.
Peeero, visto lo visto y a pesar de la cantidad de situaciones jocosas y reflexivas de ¡Qué duro es el amor!, esa sí que no se la sabía el cineasta tico. ¡Tomá esta, Hernán!