Fue a finales de la década de 1950 cuando en algunos sectores de Costa Rica comenzó a pronunciarse esa frase que poco a poco se transformó en nuestra principal carta de presentación: “¡Pura vida!”.
Durante años, investigadores del idioma se han dado a la tarea de averiguar cuándo y cómo esas dos palabras se juntaron por primera vez para darle forma a la frase que hoy por hoy es santo y seña de nuestro país.
Los resultados apuntan al cine, como ha ocurrido con otras expresiones de uso común para los costarricenses, y el actor mexicano Antonio Espino y Mora, Clavillazo , figura como principal responsable de haber traído la frase a oídos de los costarricenses.
“Los medios de comunicación, especialmente el cine clásico mexicano en el caso del español de Costa Rica, han contribuido en gran medida en esta transferencia interdialectal: cabrón, lana, maje, mariachi, pachuco, pura vida, constituyen ejemplos de emigrantes léxicos mediáticos que se han afincado en el español costarricense”, afirma el investigador Víctor Manuel Sánchez Corrales, de la Universidad de Costa Rica.
Aunque Clavillazo había utilizado la famosa frase en algunas de sus películas anteriores, fue el filme ¡Pura Vida! , realizado en 1955 y estrenado en nuestro país un año después, el que todos apuntan como el que sembró la semilla en Costa Rica.
Durante hora y media, la cinta dirigida por Gilberto Martínez Solares narra las peripecias de un desdichado hombre llamado Melquiades Ledezma.
Expulsado de su pueblo por ser la fuente de la mala suerte, su historia de desgracias se repite en su nueva vecindad, donde termina siendo tachado de ladrón y provocador de incendios. Las desgracias del desfachatado personaje terminan cuando adquiere un billete de lotería premiado con un millón de pesos. En el filme aparecen también las actrices Carmeita González y Maricruz Olivier.
“Melquiades, el protagonista de ¡Pura Vida! , y solo él, emplea en 13 ocasiones la unidad pluriverbal ‘pura vida’, como atributo de personas (el presidente del pueblo, las vecinas, Lucía, Ferróneo), de cosas (aretes, comida), de una acción (invitar a un refrigerio), con las acepciones de ‘bueno’ y ‘bonito’”, afirma Sánchez en su investigación.
Frase propia. Antonio Espino y Mora fue un actor cómico de carpa y de cine, nació en el seno de una familia acomodada de Teziutlán, Puebla (México), el 13 de agosto de 1910.
Creció como el segundo de los 11 hijos de Fidel Espino y Berta Mora, y los primeros años de su vida los pasó en su tierra natal, donde no pasó del tercer grado primaria e incluso llegó a escaparse para vivir en la ciudad de México.
Dos hechos marcaron su vida: la muerte de su hermana mayor y que su hermano menor fuera diagnosticado con sordera profunda. El primero convirtió a Antonio en el principal apoyo de su padre para mantener la numerosa familia, y el segundo, le ayudó a desarrollar la expresión corporal a tal punto que llegó a se conocido como “el cómico de la manos que hablan”.
“Desde que supo de la enfermedad de su hermano se empeñó en hacerlo hablar. Lo que obtuvo fueron bruscos movimentos y señas de sus manos con los que Nacho intentaba darse a ententeder. Fue ese diálogo mímico lo que llevó a Antonio a conformar un estilo basado en el movimiento de sus manos que alcanzó gran popularidad en la comedia”, afirma una biografía publicada por la cadena TV Azteca.
Años después, Espino se incorporó como actor ocasional en el teatro Variedades de Teziutlán y, a finales de la década de 1930, se trasladó definitivamente a la Ciudad de México, para hacer carrera con pequeños papeles en el teatro de carpa y de vodevil, usando los seudónimos de Chumiate y Polidor.
“Para resaltar su comicidad se pintaba clavos en los ojos, lo cual dio origen a varios sinónimos, como Clavitos y Clavillazo, que fue con el que se dio a conocer masivamente”, añade un artículo del diario mexicano Excélsior .
A partir de 1950, Espino llegó al cine vestido con pantalones bombachos, un saco de mangas largas y un sombrero de tres picos que hicieron de él uno de los cómicos más reconocidos por el público mexicano; características a las que agregó la frase “¡pura vida nomáaaas!”, que había acuñado en las carpas.
Adopción. Clavillazo estuvo en Costa Rica en 1973, filmando con los actores Lucha Villa y Adalberto Martínez (Resortes), la película La marchanta . Para entonces, mientras él se paseaba por algunas locaciones de San José y Heredia, ya la frase “pura vida” había comenzado a arraigarse en nuestro país, según varios investigadores.
Hacia la década de 1980, el uso del término en los sectores populares del país y el ambiente que caracterizaba a Costa Rica en comparación con las guerras y el dolor que azotaba al resto de Centroamérica, fueron las razones que impulsaron la socialización del “pura vida”.
A diferencia del uso que se le dio en la película de Clavillazo, donde las cosas solo eran o estaban “pura vida”, desde mediados de los años 90, el término fue incorporado a los diccionarios de costarriqueñismos como un modismo con más de siete usos diferentes para saludar, despedirse, agradecer, calificar o mostrar admiración hacia una situación, objeto o persona.
Para Sánchez, la expresión se encuentra hoy tan intrínsecamente ligada con el lenguaje y la cultura costarricenses, que constituye una “marca grupal-comunitaria” que trasciende las fronteras y muestra nuestra forma particular de ver el mundo. ¡Pura vida, Clavillazo!