Nació en una sencilla casa de adobe, pero venía predestinada a ser reina. Su nombre era Eulalia. Hermosa como un ángel, dejó el campo para mudarse a la ciudad, y aunque su belleza resultó su perdición, su historia cargada de penas volvió de cabeza al país hace 25 años.
A mediados de 1987, miles de costarricenses llenaron las salas cines para ver
El filme, dirigido por Óscar Castillo, y protagonizado por Maureen Jiménez y Miguel Callaci, narra la historia de Eulalia, “la reina de San Rafael”, como se le profetiza al nacer. Criada bajo la estricta protección de su padre, un campesino machista y malhumorado, la niña se convierte en una hermosa joven que pone de cabeza a todos los hombres del pueblo.
Obsesionado con el miedo de que alguien “le pegue una panza” a su hija, el gruñón Evelino se encarga de espantar a todos sus pretendientes con machete en mano.
Para quitarse de encima ese “dolor de cabeza”, el padre decide enviar a Eulalia a San José con su prima Yamileth, para que trabaje como empleada doméstica.
Al llegar a la ciudad, su belleza se convierte en su maldición. Después de espiarla mientras se ducha, el dueño de la casa donde trabaja intenta sobrepasarse con ella, y Gustavo, su supuesto novio, no descansa ni un minuto en su deseo de llevarla a la cama. El patrón, ofuscado por el rechazo de la muchacha, termina echándola a la calle aprovechando una travesura de su prima, y el pachuco que tiene por novio la embaraza después de prometerle matrimonio besando la cruz.
Cuando su enamorado incumple su promesa y la tragedia parece inminente, aparece Rafael Montero, un viudo millonario, medio ciego e impotente, que solo busca casarse con ella para encerrarla en su castillo como una obra de arte.
Una vez casados, el anciano libera el monstruo que lleva dentro, pero por suerte para Eulalia, el corazón del viejo no soportó más y, la viudez representa para ella la gran oportunidad de tomar, de una vez por todas, las riendas de su vida.
“Fue una película muy difícil de hacer; me costó $240.000 de la época. Era un riesgo económico muy grande. No existían las facilidades que tienen los productores ahora; la única forma de recuperar los recursos invertidos era con la taquilla, que la gente fuera a verla”, recuerda Óscar Castillo.
La gente respondió, llenó los cines y se identificó de tal manera con la cinta que en noviembre del 2008, durante el I Congreso de la Cultura Iberoamericana,
“
Para Castillo, dos fueron los factores importantes para que los costarricenses se enamoraran de la película como lo hicieron.
“El primero fue que la película era una comedia, una sátira a la telenovela con un humor muy blando, muy inocente, y el segundo fue Maureen. Había hombres que fueron a ver la película seis veces. Ella tiene una gran fuerza en la pantalla”, afirma sonriente.
Jiménez representó a Costa Rica en
Casi sin quererlo, la belleza de aquel rostro conocido se fundió con el de esa joven campesina que, 25 años después, aún sigue grabada en la memoria de los ticos.