Orquídea le ha contado solo a seis personas que es lesbiana, aún le cuesta hablarlo y tiembla solo de pensar que su madre se entere.
“Me ha dicho que si soy gay no me va a apoyar, no va a hacer nada por mí y me va a echar de la casa apenas tenga chance”, dice la adolescente de 14 años en una secundaria de Los Ángeles y que pidió cambiar su nombre por el de su flor favorita.
Está segura de su orientación sexual y todos los días piensa en decirle al mundo lo que siente, pero todavía no está lista.
“Es la homofobia que mi madre me taladró en el cerebro”, espeta esta chica con el rostro salpicado por el acné.
Salir del clóset es una decisión difícil para cualquier adolescente debido a la incertidumbre del qué dirán.
Esa lucha interna se retrata en la película Yo soy Simón, dirigida por Greg Berlanti, la cual llegó a la cartelera de Estados Unidos hace un mes y ha recaudado casi $40 millones en taquilla.
Es una comedia romántica con su sazón de cursilería, pero que retrata a un adolescente gay sin caer en los estereotipos.
La película se suma a otros proyectos que abordan temas sensibles sobre la adolescencia, como la serie de Netflix 13 Reasons Why, enfocada en el suicidio de una estudiante de secundaria.
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En la película, el protagonista, Simón, no se explica por qué no termina de anunciar su homosexualidad si tiene una familia y amigos abiertos, los cuales de seguro lo apoyarían.
Fue ese el dilema con el que se identificó Harmony Sánchez, otra estudiante real, que a sus 17 años es abiertamente bisexual.
Aunque su madre nunca manifestó prejuicios, para ella no fue fácil. “Me preguntó por qué no lo dije antes, por qué no quería hablar de esto”, detalla. Temía qué pensarían sus abuelos.
La familia continúa siendo el principal factor inhibidor. La ONG The Trevor Project, enfocada en la prevención de suicidios de jóvenes LGBTI, estima que los chicos rechazados por su familia por salir del armario “son 8,4 veces más propensos a cometer suicidio” que los que reciben apoyo, según su gerente de Servicios de Crisis, Adam Hunt.
“Cualquiera que sale del clóset es muy posible que se convierta en una minoría en su propia familia”, complementa Judy Chiasson, del Departamento de Relaciones Humanas, Diversidad y Equidad del distrito escolar de Los Ángeles (LAUSD).
Adrienne (tampoco es su verdadero nombre), de 15 años, le pudo decir también a su madre que era bisexual, pero el padre casi enloquece con la situación. “Decía que no podría tener pijamadas, que vigilaría mi interacción con chicas”, explica esta joven con el cabello teñido de verde y muy segura al hablar.
”¿Qué sentido tenía entonces salir del armario si me va a arruinar la juventud?”. Al final, lo negó todo y le juró que era heterosexual. Una “mentira de supervivencia” la llamó.
Estas chicas asisten a la secundaria Daniel Pearl en Van Nuys, suburbio de Los Ángeles, con unos 365 estudiantes; es pequeña en comparación a otras de la ciudad.
Harmony la considera un “lugar seguro para chicos de la comunidad LGBTI”, aunque los varones se mostraron más cohibidos y ninguno accedió a hablar con la AFP. El estigma sobre ellos es mayor.
“Si alguien es víctima de bullying no necesariamente tiene que intervenir el personal de la escuela, sino los propios estudiantes”.
Muchas escuelas en Los Ángeles tienen clubes LGBTI y en todas se promueven los movimientos anti-bullying y se ofrece ayuda psicológica, pero al final “son microcosmos de la comunidad en la que se ubican”, apunta Chiasson. “Ciertamente la tendencia es hacia una mayor aceptación”.
En los pasillos de la Daniel Pearl hay, por ejemplo, vistosos panfletos de colores invitando a una fiesta queer para que chicos de la comunidad compartan.
Pero el problema persiste: un estudio de la ONG GLSEN, publicado en el 2016, muestra que 85% de los estudiantes LGBTI consultados sufrió algún tipo de acoso verbal y 66% experimentó algún tipo de discriminación en el aula.
Orquídea no sabe si hablará más de su orientación sexual en la escuela; en su casa, es casi seguro que no lo hará.
“Siempre pienso que saldré del armario cuando me haya ido de casa y sea autosuficiente”, dice con la voz cortada. “Le diré: ‘soy esto y si no me aceptas será tu elección. Sin embargo, edúcate más antes de juzgar así de rápido’”, recita un diálogo imaginario que, está claro, practicó muchas veces.