Piensen en un par de piernas de la rodilla para abajo. Piensen en piernas flacas pero no demasiado flacas. Hay mañanas en que caminan descalzas por un patio de plantas sin nombres. El sol que calienta las plantas no es como el de aquí. Ese es más brillante porque ese lugar está hecho de señoras que usan muchos diamantes. A veces las piernas descansan. A veces. Por lo general dentro de aviones. Solo así no tienen más remedio que pausar. Después de estar arriba y tomar algo de perspectiva, aterrizan.
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El primer show de comedia que hizo Hernán Jiménez fue en el bar El Observatorio, en el barrio La California, en San José. Justo al frente del cine Magaly donde años después estrenaría sus filmes A ojos cerrados (2010), El regreso (2011) y Entonces nosotros (2016). En tan solo un año, un filme, y un stand-up lo pusieron de nuevo en el radar. Esta última se convirtió en la cuarta película costarricense más vista en la historia.
Esa noche en El Observatorio, Hernán no imaginó tampoco que las entradas para asistir a sus shows de stand-up comedy se iban a convertir en mitos para muchos. Para su último espectáculo de comedia, ¿Quién dijo miedo? , en menos de una hora las entradas estaban agotadas.
Sin planearlo demasiado, Hernán se convirtió en una persona cercana para muchos. Suponiendo que un pequeño porcentaje de sus entradas se venden solo por su dicción, el otro –el que vale– es porque mucha gente lo quiere ver y escuchar. Como si fuera un viejo amigo. Como alguien que sienten parte de la familia.
Parte del fenómeno también está en lo que Hernán nos cuenta con los papeles con los que protagoniza sus películas. Así logra hacernos sentir acompañados. De repente ver una historia de una persona que le teme a lo que más ama, o de alguien desesperado por entender cómo funciona una relación, nos abriga. Nos hace pares saber que en el fondo todos compartimos una herida.
Mi abuela tiene una teoría que a veces trata de explicar. De vez en cuando encuentra personas que la cautivan y entonces dice que esa persona tiene un ángel. Pero no habla de los ángeles de la Biblia. Habla de un poder que no tienen los demás; algo que nos hace indestructibles, menos solitarios. Una luz. El otro día viendo televisión salió Hernán. Mi abuela me volvió a ver algo asustada. Me dijo: “Ese muchacho tiene un ángel”. Y si mi abuela lo dice debe ser cierto. A esa edad para qué mentir.
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Hernán no vive en Costa Rica, sino en Los Ángeles, California, Estados Unidos. Allá hay mucho concreto, esquinas con árboles con flores moradas y amarillas, una calle en la que venden comida mediterránea, joyerías, y al lado un súper donde venden café, helados, y sánguches fríos y calientes. Hay también muchas luces que encandilan, y cuando ya es suficiente, Hernán se refugia en su patio.
Así como mi abuela, yo también tengo teorías. Hernán es lo que llamo un humano de posibilidades.
En ese otro lugar –el brillante– hay nieve, trenes que viajan dentro de la tierra, y teatros con mucho eco. Hay demasiadas calles para perderse: posibilidades.
A pesar de la distancia, Hernán se mantiene en contacto. Es el menor de cuatro hijos. Esto –por default – lo hizo ser desde niño el payaso de la casa. A pesar de que fue obligado a entretener no se convirtió en bufón. No tuvo un público complaciente. Le exigieron pensar, leer y educarse.
A su alrededor flotan, como planetas o fantasmas, tres temas. Los mismos que escarba cada vez que toma un lapicero para escribir un guion o un show de comedia.
“La familia, el amor y Costa Rica”.
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Me topé con Hernán un sábado para conversar. Esa noche presentaba su más reciente espectáculo ¿Quién dijo miedo? , en el Jazz Café de Escazú.
Esa tarde me contó varias cosas: que le dolía un hombro, mucho; que cuando era pequeño tenía un pastor alemán que se llamaba Whisky, y que tiene plantas en su casa que ya aprendieron a sobrevivir con su ausencia.
“Cuando estoy, las plantas se secan muy rápido. Cuando no estoy por mucho tiempo, apenas entro por la puerta, las hojas se caen y se ponen algo cafés. Como si supieran que pueden dejar de usar su reserva porque saben que ya alguien las puede cuidar”.
Esta tarde me recomendó ver una serie sobre un papá que decide a los 60 años revelar su otro yo: una señora gorda y elegante. Me habló sobre una historia que escuchó esa mañana mientras manejaba. Era sobre un sobreviviente al tsunami de Japón del 2011.
“Trata sobre un hombre que pone en el patio de su casa una cabina telefónica pero sin conectarla. Entonces el audio es una compilación de lo que él le cuenta a su esposa que nunca apareció”.
El audio dura 22 minutos pero parece eterno.
También me contó que le preocupa que ahora su papá vive en la montaña, lejos de todo, que todavía no sabe descifrar la mente de su madre y que le gustaría comprarse un perro: un pastor alemán. Pero a diferencia de las plantas no sabe cómo hacer para que sobreviva sin él.
Después de esto, Hernán recogió un libro que llevaba con diez cuentos en inglés, se terminó de tomar el té de manzanilla, y nos fuimos al Jazz Café.
Entró al camerino faltando 10 minutos para iniciar el show . No hay muchas razones para esperar ahí. “Antes llegaba con mucho tiempo de anticipación”, cuenta, “pero ahora manejo mejor los nervios, y puedo llegar con menos tiempo de espera”.
Durante ¿Quién dijo miedo? , Hernán nos hizo reír con chistes sobre la inoperancia de nuestras instituciones, sobre hacer filas sentados, sobre cómo enseñarles a nuestros padres a prender una computadora y sobre cómo nosotros eventualmente vamos a ser igual de “chapas”, o peores.
Una vez que acaba el espectáculo, Hernán huye, se toma un fresco, se limpia la frente, y otra vez, se escapa.
Haberse ido de aquí fue su gran acto de amor hacia nosotros. Solo así, con tanta distancia, el MOPT puede ser gracioso e incapaz de arruinarle el día.
Su comedia también nos dibuja una línea negra en la mano para que no se nos olvide el hermoso desastre de país en el que vivimos. Sus chistes nos ubican y nos demuestran que tenemos un sistema roto y risible. Uno del montón.
Ese sábado también hablamos de Werner Herzog, un cineasta alemán demente, infinito, trascendental. Herzog, me explicó Hernán, tiene una filosofía: “Perderlo todo por un filme”.
“Dice, por ejemplo, que uno debe hipotecar la casa. Perderlo todo para darlo todo. Ya sea en una producción, escribiendo un libro, etc. Yo no estoy del todo de acuerdo. No creo que deba llegar a ser tan extremista”, dice.
Pero, si Herzog está hablando metafóricamente, entonces Hernán sí lo pierde todo. Se desgasta los huesos hasta crear.
No tiene otra forma. Tiene que perder vitamina C, dinero, cenas de cumpleaños, otras cosas que nunca sabremos.
También hablamos sobre Annie Hall (1977), un filme de Woody Allen que lo inspiró para su última película, el híbrido entre drama y comedia llamado Entonces nosotros , quizá su mejor producción hasta el momento.
En Annie Hall , Woody Allen interpreta a un comediante neurótico llamado Alvy, el cual de una forma u otra inspiró a Hernán a construir a Diego, el protagonista de Entonces nosotros . Alvy es demasiado inquieto. Inseguro. No puede dejar ir el pasado. El único método que tiene para acabar con su angustia es la comedia, porque constantemente está abrumado por la soledad, los primeros encuentros entre dos desconocidos, las oportunidades que pueden salir de eso, las conversaciones –las que trascienden–, la existencia.
Alvy también puede ser adorable, una vez que se logra ver hacia dentro. En el ojo de la tormenta.
La mayoría del tiempo Alvy se siente un poco aislado del resto de la humanidad. Pero no incomprendido. Solo está ahí, apartado; enamorado de lo absurdo e irracional que es el amor.
De Annie, un ser muy neurótico, torpe y espacial, no hablamos mucho.
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Cuando las piernas eran pequeñas vivían dentro de una casa rodeada de plantas. Su papá había construido un patio interno que refrescaba las mañanas. Es tal vez por esto que ahora las piernas compran matas de vez en cuando. Solo así se mantiene con vida tanto recuerdo.
Esas piernas también caminan mucho. Buscando quién sabe qué. También sostienen un universo poco habitado. Contienen una totalidad del espacio y el tiempo. Impulsos. Momentos de vértigo y de luz. Energía oscura y destellos.
De noche, a veces las piernas sin poder dormir piensan si las luces que prendieron estando de pie en un escenario o caminando por alfombras de color rojo se van a apagar.
Ya no. Esas luces son ahora estrellas distantes.