Existe una escena de Spencer, a estrenarse este jueves 19 de enero en salas de cine costarricenses, que resume el núcleo emocional del filme. Lady Di, sentada en el mar, repasa cómo los libros de historia han sido ácidos en resumir la personalidad de monarcas con solo un adjetivo.
“Rey Jorge el loco”, “Rey Guillermo el conquistador”... Todos esos motes hacen que la princesa se preocupe por cómo las biografías hablarán de ella.
Pues, en respuesta a esa incertidumbre, el chileno Pablo Larraín teje, por casi dos horas, un relato en el que cambia el enfoque: no deberíamos hablar tanto de Diana la princesa como de Diana la persona, porque cuando dejamos de lado las poses y los títulos monárquicos encontramos a un ser humano que subvirtió todo lo que se suponía que no debería ocurrir en la corona inglesa. Spencer es, de gran manera, su homenaje.
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Una crónica en tres días
Aunque la vida de la realeza suena muy tentadora, Diana Spencer sufre el constante acoso de la prensa y de su propia “familia real” por ser quien es. La investidura de princesa es un traje demasiado apretado, y los absurdos que implica pertenecer a la corona quedan en evidencia en el filme.
La película se centra en tres días de la vida de Diana de Gales durante las celebraciones de Navidad de los Windsor en 1991, en su finca de Sandringham, el mismo lugar en el que ella creció. Kristen Stewart, quien alcanzó la fama por la saga Crepúsculo, encarna el papel de su vida y encuentra su mejor faceta histriónica para retratar los ciclos de ansiedad, depresión y frustración que enfrenta la Princesa de Gales.
En estos tres días navideños, la presión en torno a Diana es máxima. Para el director Larraín, comprimir sus sentimientos en estas tres jornadas fue la forma de crear un crescendo de emociones.
“Lo que buscamos hacer con ella fue ponerla en un lugar muy difícil. Nos pareció interesante reducir la historia a un fragmento de su biografía, porque posiblemente en esos días ella habría tomado una de las decisiones más relevantes de su vida, una decisión que marcaría y definiría su destino. El momento en que ella decide dejar a la familia real y a Carlos, es un pasaje refundacional de su identidad. Tuvo que enfrentarse a sus fantasmas más grandes para poder reiniciarse, salir de ahí y buscarse su vida”, explicó el cineasta al diario chileno El Mercurio.
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“Ella se casó muy joven y no tuvo mucha elección. En un momento se ve envuelta en un matrimonio en el que había más personas de lo esperable. Después, se da cuenta de que puede tener una vida valiosa, desvinculada de una familia que para ella era un sistema muy opresivo. Entonces nos pareció que ahí había una crisis valiosa para contar en el cine: el personaje principal tiene que descubrirse a sí mismo para luego enfrentar la situación, moverse de ahí y seguir adelante”, agrega.
Mucho se dice sobre quién en verdad fue Diana. Los biógrafos reales se han peleado por años por tratar de describir por qué fue la gran figura en rebelarse a los cánones monárquicos, y los motivos de querer hacerse a un lado para ser feliz son diseccionados en la película.
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“Y, la verdad, yo aún no sé quién fue ella”, admite Larraín en la entrevista. “Eso sí: Diana tenía cosas que son más posibles de entender. Era una persona con una empatía, una inteligencia emocional y una sensibilidad hacia los otros muy grande, lo que, seguramente, la hizo ser tan querida, interesante y atractiva para millones de personas. Pero, al mismo tiempo, tenía un lado muy misterioso y magnético. Y ese lado es el que me parece más atractivo. Tiendo a estar más interesado en las cosas que no entiendo totalmente, que en las que sí, sobre todo a la hora de crear un personaje”, cuenta.
En esos tres días que se retratan en el filme, Diana no puede sobrellevar ni siquiera la cena navideña. Su mente estaba afectada por todos los requisitos que le exigía la familia, como la extraña insistencia de la reina Isabel II de que cada visitante debía pesarse en una báscula al llegar y al irse del palacio.
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Según el filme, para la reina era importante pesar a sus invitados pues, con el fin de considerar que la habían pasado bien en esas fechas, debían al menos haber ganado 1,4 kilos de peso. Esta rara tradición trastorna a la princesa, quien sufría graves problemas de bulimia.
“Honestamente, no creo que una película pueda retratar quién fue realmente alguien”, dice finalmente Larraín. “Lo único que se puede hacer es generar una ilusión emocional, humana, intelectual de quién pudo haber sido esa persona, desde el punto de vista de quienes hicieron esa película y en el tiempo en que la hicieron. Si esta película se hubiese hecho diez años antes o se hiciera en diez años más, sería distinta”.
Aunque los hechos retratados en el filme no pueden ser considerados como 100% reales, el logro de Larraín está en que conozcamos a Diana en su escala de grises. ¿Cómo la recordaremos tras ver Spencer? Pues, posiblemente, como la princesa más humana de todas.