No debería sorprender que la animación del último acto de La crónica francesa (The French Dispatch, su título original) remita tanto a las portadas de la maravillosa revista New Yorker.
El director Wes Anderson (El gran hotel Budapest, Isla de Perros, Moonrise Kingdom) ha dicho que su amor a la revista lo llevó a construir esta carta de amor hecha película, contada en tres historias tipo antología. Aún así, cada fotograma de esa animación final también sabe a Anderson porque, si algo une a ambos mundos, es la emoción de esculpir una historia como nadie más pudiera hacerla.
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Por eso es difícil resistirse a los tres relatos que conforman el muy esperado estreno del director tejano -ya disponible en los cines ticos-, conociendo sobre todo la fascinación del cineasta por la saturación de colores, la simetría y el humor absurdo.
¿Qué esperar de esta oda al arte de la narrativa? Pues, antes que nada, es un agradecimiento a quienes se atrevieron a mirar hacia otros lugares para contar el mundo y, sobre todo, innovar en la forma de hacerlo.
Vivimos de historias
Quien diga que La crónica francesa es únicamente una oda al periodismo, pues debería repensar un poco sus reflexiones sobre la cinta. El largometraje, si bien parte desde el despacho de una revista, es más bien una celebración al arte de contar historias creativamente y a las maravillas que se esconden entre las ciudades.
En resumen, la película describe las revueltas de Mayo del 68, una pintura que enloquece a la critica del arte y un secuestro que pone a todos de cabeza... Suena difícil de procesar estas tres nociones que atraviesan La crónica francesa, pero Anderson, con su habitual humor absurdo y mundo divertidamente colorido, festeja la posibilidad que tenemos de contar relatos.
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Vamos por partes. En el despacho del periódico La crónica francesa, tres historias abordan un particular interés en medio de la muerte de su editor. Para preparar una edición especial, tres fantásticos y extraordinarios relatos toman la pantalla.
El primero —y favorito para quien escribe estas líneas— aborda el colosal huracán que genera una pintura realizada por un privado de libertad. La pintura está inspirada en una de las guardianas del convicto, quien ha desarrollado sentimientos por el ahora pintor. Un marchante de arte se topa con la obra y enloquece: quiere tenerla y le dará un giro por completo a la vida del privado de libertad, quien atestigua cómo el mundo del arte se enfeticha con su creación.
La segunda narración va sobre cómo una reportera informa sobre una protesta estudiantil en las calles de Ennui, que pronto se convierte en la “Revolución del tablero de ajedrez”. Dicho relato hace referencia a las protestas de Mayo del 68 en Francia, en contra del capitalismo y el imperialismo.
A pesar de querer mantener distancia con la noticia, la periodista tiene un breve romance con Zeffirelli, un autodenominado líder de la revuelta, y en secreto lo ayuda a escribir su manifiesto social para incitar al pueblo a levantarse. No en vano este relato ha provocado mucha expectativa por el tema que aborda.
Finalmente aparece el más frenético de los relatos. Va sobre el secuestro de un hijo del comisario de policía, y cómo se prepara una estratagema para vencer a los delincuentes que están dispuestos a lo que sea por no perder su poder. Es una historia narrada con estrategia y variedad de estilos; un manjar para acabar con esta experiencia única que ofrece Anderson.
En paralelo, hay breves encuentros en la sala de redacción que igual llaman la atención. Toda esta puesta en escena cuenta con un elenco de lujo, por citar nombres: Benicio del Toro, Adrien Brody, Edward Norton, Tilda Swinton, Léa Seydoux, Frances McDormand, Timothée Chalamet, Lyna Khoudri, Jeffrey Wright, Mathieu Amalric, Stephen Park, Bill Murray, Owen Wilson y más.
Todos estos mundos no pretenden contarse de forma verosímil; pues el estilo del director tejano es otro. Si bien están inspirados en encuentros reales, el cómo lo es todo, y Wes se las ingenia para demostrar que el mundo de la comunicación nos ofrece infinidad de posibilidades narrativas.
En resumen, en tiempos difíciles para el mundo editorial, La crónica francesa recuerda que hay otra forma de contar las cosas que suceden diariamente a nuestro alrededor. Por ese motivo, todos aquellos periodistas que encontraron las herramientas literarias para contar la realidad de otra forma son homenajeados con personajes de la película (dígase Joseph Mitchell, Harold Ross, Janet Malcolm...) y en sí mismo el filme es un ejemplo vivo de cómo las fórmulas están para romperse y cómo el periodismo puede ser literatura.
¿Será la gran obra de Anderson? Habrá que darle años para dejar envejecer el filme, pero el mundo del cine parece estar de acuerdo en algo: el director se divierte como nunca con La crónica francesa y es el firmante de un relato que no hace más que mantener viva la esperanza de siempre contar con un periodismo distinto. Gracias por eso, Wes.