Es una noche silenciosa y particularmente fresca, un par de grillos canturrean por los matorrales y el río ruge imponente al interior de la montaña. Todo bien sin balas, todo bien sin muertos. Es una velada tranquila en el corazón selvático del Caquetá, territorio colombiano tradicionalmente dominado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
De pronto una voz campesina corta filosa la calma y desde la primera rasgadura de su guitarra a un grupo de costarricenses, callados y expectantes, se les rompe el alma.
“...Hoy te cuento hermano, que ya no disparo, por la paz de mi país, dejé mi buen fusil...Ya las bombarderas no se escuchan venir y los ruidos en las noches me dejan dormir... Ando bien acomodado, sonrío y hasta hablo con soldados (militares)...Ya mi familia sabe bien de mí...".
Ante un auditorio enternecido y “con piel de gallina”, así lo canta el joven Freyi. Su confesión musical retrata su tormentoso pasado, pero sobre todo su esperanzador presente.
Freyi ya no es más guerrillero, ahora es un poderoso guía de rafting.
En octubre del 2018, una expedición de la compañía tica Ríos Tropicales aceptó la invitación de la ONU para visitar un territorio colombiano en desarme. Sin prejuicio alguno, pero con la expectativa de lo que podría pasar al asumir tan singular reto, los expertos en rafting se internaron en la otrora temida montaña, convivieron con los excombatientes de la zona y hasta entablaron una estrecha amistad.
Ayudarles a cambiar los fusiles por los remos, ese fue el noble objetivo.
“Para mí todo esto inició por allá de 1995, cuando visité Colombia con la idea de abrir rutas de rafting por allá. Estuve por la zona de Bucaramanga e hicimos operar varias compañías, sin embargo no pudimos ingresar a muchas otras zonas porque la guerrilla de las FARC estaba en su apogeo en esas partes, era muy peligroso", dijo Rafael Gallo, presidente de la empresa tica Ríos Tropicales.
“Me quedé con la espinita, porque conociendo la geografía colombiana, sabía que había como 100 ríos por explotar. Pero simplemente no se podía”, agregó.
Por eso mismo, cuando la ONU tocó a su puerta, no dudó en asumir el singular reto. A Gallo se le invitó para asesorar un proceso de capacitación en los alrededores del río Pato, donde en medio de un proyecto de ecoturismo un grupo de exguerrilleros querían convertirse en domadores de sus rápidos.
Tras la firma de los acuerdos de paz, renegociados y firmados en el 2016 entre el gobierno colombiano y las FARC, reinsertar a los guerrilleros a la sociedad se ha convertido un reto monumental. Echar mano a la creatividad es imperativo en estos esfuerzos y es claro que el hermoso río –de rápidos categoría 3 y 4– no podía ser desaprovechado.
“Para mí es algo muy simbólico, pues el rafting es una actividad donde no importa cuál es tu religión, raza, creencia política o ideológica. En el río, sobre la balsa, todos debemos remar juntos y sin distinciones para correr un rápido”, comentó Gallo.
Inspirado por esos valores Gallo alistó maletas y tomó un avión a la ciudad de Bogotá, luego se dirigió a Villavicencio y finalmente abordó un helicóptero que lo trasladó a San Vicente del Caguán, en Caquetá, la tierra donde por mucho tiempo caminó Manuel Marulanda Velez Tirofijo, uno de los líderes más conocidos y más fuertes de las FARC.
“Me preguntaba cómo iba ser el campamento y cómo iba a reaccionar las personas al verme. Pero no había temor alguno", rememoró el empresario.
En el Campamento Miravalle –como se le llama al lugar donde se hospeda el proyecto de rafting, Gallo se recuerda que al principio topó con personas un poco tímidas, pero que poco a poco fueron mostrando su lado más amable. Se sintió muy bien en la zona, aunque rápidamente le entró una inmensa preocupación: en los dos días que el empresario supervisó el proyecto de rafting, notó que la capacitación que le estaban dando a los excombatientes era realmente deficiente.
“Era un engaño de formación. No les estaban enseñando nada”, comentó Gallo.
Angustiado, Gallo no solo informó de la precaria situación a los representes de la ONU, sino que ofreció a dos de sus mejores hombres para que fueran a salvar el noble proyecto: Roy Obando y Max Solano, guías costarricenses con más de 20 años de experiencia en los ríos más bravos de nuestro país.
“Ellos son instructores de calidad, certificados por la Federación Internacional de Rafting. Cuando regresé al país les hice la invitación y aceptaron sin titubear. Les emocionó mucho. Por aire y por tierra viajaron a Caquetá y así comenzó esta aventura, una aventura hermosa para nosotros”,detalló.
Ya con la selección de ticos en Colombia y la adrenalina de los exrevolucionarios al tope, la hora de vencer los rápidos había llegado. Remo a remo, por la pacífica conquista del río Pato.
Cazando los rápidos.
“Todo lo que somos ahora se lo debemos a Costa Rica”, comenta conmovido Duberney Moreno, uno de los exguerrilleros matriculados en el proyecto de rafting.
Duverney, quien se incorporó a las Farc cuando tenía 18 años, ahora luce con orgullo sus credenciales como guía certificado y sueña con un futuro que antes se le hacía borroso.
En las FARC, muchos de los excombatientes confiesan que antes no tenían muchas expectativas de vida. Sobrepasar los 40 años en condiciones de guerra ya era un logro importante, pues lo natural era morir abatido o fallecer de alguna enfermedad en medio de la solitaria montaña.
Duberney, por ejemplo, corrió riesgos como ningún otro. Como antes no había celulares y las comunicaciones en la montaña se dificultaban, el exguerrillero era una especie de correo humano. Si el jefe mandaba a decir algo a algún camarada fuera del campamento, Duverney partía con el mensaje en solitario, tardando días y hasta meses hasta que el destinatario recibiera el recado.
Además Duberney fue “explotidista”, como llamaban en las FARC a quienes fabricaban y transportaban explosivos a diferentes bases de la guerrilla.
“En ese sentido uno de ellos me dijo algo que me tocó mucho: –Ahora sueño con ser abuelo, eso me mantiene vivo y es lo que más me entusiasma de la paz–”, recordó Gallo.
Duberney aún no tiene hijos, pero sabe que podrían llegar pronto. Sueña con que la empresa de rafting comience a ser rentable y que los turistas de todo el mundo pierdan el miedo a sus montañas, a sus rostros a sus pasados.
Y al parecer no es tan difícil. Max Solano, uno de los guías ticos que por mes y medio compartió una balsa y varios remos con los excombatientes, asegura que conocerlos fue una experiencia encantadora.
“Aceptamos el proyecto porque ayudar a la paz era algo emocionante y significativo para nosotros. Además nunca tuvimos miedo porque la ONU resguardaba el proyecto y teníamos garantías”, expresó Solano.
Solano recuerda que, al principio, Duberney y todos los demás se mostraban serios y callados ante su presencia, pero que al par de días el hielo se fue quebrando mágicamente.
“Comenzamos a establecer una amistad sincera. Ellos se mostraron muy amables y humildes con nosotros. Me llamó la atención que las primeras pláticas que tuvimos fueron acerca de Costa Rica y su paz. Querían saber cómo se vivía de esa forma, ya que ellos increíblemente tenían temor de vivir así”, agregó.
Para los excombatientes simplemente resultaba inconcebible pensar que Costa Rica no tuviera ejército –¿Cómo era eso?–.
Roberto Gallo, hijo de Rafael Gallo, fue testigo de ese sentimiento el día que vió a un militar colombiano patrullando por el río Pato, cerca del lugar donde termina el recorrido en balsa.
“Mi hijo tiene 23 años y claro, se asustó un poco al ver al militar, full armado, por el lugar. Solo la presencia lo intimidó un poco. Frente a los exguerrilleros, él comentó que eso no era común verlo en Costa Rica porque no había Fuerza Armada”, comentó Gallo.
“De inmediato lo vieron asombrados, no podían entender esa realidad en sus cabezas”, agregó el empresario.
En otros tiempos, además, que un exguerrillero y un militar colombiano se vieran las caras en las laderas de un río no hubiera sido nada agradable. Pero ya no es así: lo que normalmente hubiera terminado en un tiroteo mortal, acaba ahora con un apretón de manos, una sonrisa y hasta un chiste.
“Todavía hay varios policías y militares que nos ven algo mal, tienen ciertos resentimientos, pero la verdad es que la mayoría nos llevamos bien. Hay amistad y todo”, confiesa Duverney, quien ejerce un liderazgo muy positivo en el Campamento Miravalle.
“Es muy bonito eso, es como un sentimiento de reconciliación. Incluso ya hemos jugado partidos de fútbol juntos y a algunos militares y a la misma policía la hemos bajado en bote por el río. Nos llevamos bastante bien”, agrega.
Durante las prácticas en el río, donde los aprendices se hicieron expertos en el negocio de los rápidos, las historias corrían de un lado y del otro. Ellos no temían para nada en hablar de su conflictivo pasado y a los ticos les encantaba retratarles lo que era el mundo fuera de la selva.
Por ejemplo, los colombianos contaron a los ticos la costumbre de cenar temprano, incluso mucho antes de que se acostara el sol. Era importante hacerlo, no fuera a ser que las luces del fuego o de las linternas los hicieran visibles para los radares militares.
Además contaron el dolor de perder a sus amigos en combate, la zozobra que vivían tras escuchar ruidos extraños en la noche y el susto que se llevaron el día que un helicóptero militar aterrizó en las cercanías del campamento. La balacera y la muerte, inevitablemente, se hicieron presentes aquella inolvidable jornada.
“Era muy doloroso todo, muy complicado. Ya la guerra no más para mí, la armas no más”, sentenció Duberney.
El remo, pasaje al cielo.
Según Max el deseo de superación de los excombatientes fue admirable. La determinación que mostraron en la balsa, cuando los rápidos golpeaban duro el bote o las rabiosas corrientes enviaban a un compañero al agua, era fascinante.
Se comportaban como robles en el río, chicos apasionados. Recordar que muchos de ellos no conocieron más que las armas como método de supervivencia podría explicarlo todo. Varios excombatientes no sabían escribir cuando se reclutaron en las filas revolucionarias y otros si acaso lograron sacar la escuela. El mundo era pequeño para ellos y ahora un remo los hacía apuntar al cielo.
“Ellos aprendieron todo lo que se requiere para correr ríos y dirigir turistas. Fueron muy metódicos en su desempeño y siempre trabajaron en equipo. En mes y medio, gracias a su determinación, aprendieron lo que un tico puede en seis meses. Su espíritu por aprender, por ser diferentes, fue impresionante”, comentó Max.
Para ellos el rafting es como el todo o el nada. Mejor remar, que pelear.
Rafael Gallo lo resume así: “con el rafting el mundo se les abrió increíblemente. El día que volví a Caquetá a darles sus credenciales como guías vi en sus ojos un brillo especial, una confianza que nunca vi, fue inspirador”.
Ahora los exguerrilleros viven en una pequeña comunidad, lo que producen en San Vicente del Caguán lo comparten entre todos para sobrevivir. Muchos de ellos siguen creyendo en el cambio social de Colombia, pero ahora se aferran a esfuerzos de carácter político, no armado.
“Hay que recordar que ellos son el resultado de algo que no generaron. Ellos no pidieron ser guerrilleros, estar en esa situación y condiciones. Por eso el rafting les representa una gran oportunidad para sus vidas”, comentó Gabriel Bolaños, empresario tico que donó dinero de su bolsillo para la misión de Ríos Tropicales.
“Muchos de ellos fueron reclutados a los 12 años. Tenían un agentes rusos que los preparaban en tácticas de guerra y uno francés que los formaba en ideología. Así crecieron, entre violencia extrema, y sin embargo vos hablás con ellos y son seres humanos como cualquier otro, tranquilos y cercanos, muy bonito haberlos conocido”, agregó Bolaños.
Si por allí se traficó cocaína, hubo enfrentamientos mortales y dolorosos secuestros, ya no parece. Para Bolaños ahora solo se respira esperanza.
“Es muy simbólico que Costa Rica haya aportado para este proyecto, que sea el padrino. Yo creo en la paz y creo que esa forma de vivir, en la que hemos crecido todos nosotros, tiene un gran valor y podemos servir como mediadores”, finalizó.
Un sueño mundialista.
El día que Rafael Gallo viajó regresó a Colombia y graduó a los exguerrilleros como nuevos guías de rafting, supo que estos hombres necesitan “un sueño” en sus vidas.
Les brillaban los ojos y esa pasión no se podía apagar. Por eso Gallo tomó la palabra y pronunció unas palabras que aún resuenan en el corazón del grupo de colombianos.
“Están invitados a participar en el Mundial de Rafting. En mayo de este 2019 haremos los esfuerzos para que participen con la bandera de la paz en Australia”, proclamó Gallo.
Ese día el Campamento Miravalle retumbó con la noticia. Emocionados, los excombatientes no han parado de entrenar para hacer realidad la gran aventura de sus vidas.
“Esto es algo increíble para nosotros. Nunca hemos salido del país, ni nada cercano a eso. No puedo explicar la ilusión”, expresó Duverney.
Desde Costa Rica, como era de esperarse, se lidera esta nueva iniciativa. Los guías Max y Roy guían el proceso de entrenamiento de manera remota y voluntarios como Gabriel Bolaños buscan los fondos necesarios para financiar el viaje.
“Es una oportunidad increíble. Les va a dar exposición en todo el mundo, saldrán de la selva y conocerán un nivel más alto. Nosotros los acompañaremos hasta allá”, expresó Gallo.
“Ahí están entrenado fuerte. Ilusionados. Es realmente conmovedor”, finalizó el empresario.
Así que se cuide el mundo, porque el Campamento Miravalle ‘se alzado en remos’.