La Avispa tiene sus puertas cerradas los lunes. Las cortinas de metal están abajo y no hay señal de vida en su interior. Pero este lunes, particularmente, lo que sucedía adentro era más bien una invitación –casi obligatoria– a vivir el ocaso de los días.
Las luces de las pistas de baile estaban encendidas y la música rugía a través de los altoparlantes. El ritmo contagiaba las caderas de varias parejas y de pronto el sonido se cortaba para dar espacio al: “¡Acción!”.
El club era este 2 de mayo una de las últimas locaciones de la película El baile y el salón , ópera prima en largometraje del cineasta nacional Iván Porras.
La cinta relata la historia de Eugenio (Marco Calvo), un exfutbolista que no consiguió reconocimiento en la cancha y que se vio obligado a dejar su sueño para formar una familia.
A sus 73 años, viudo y jubilado, asiste a un centro diurno para adultos mayores, donde convive casi a diario con la muerte: muchos de sus conocidos ya comienzan a marcharse, y Eugenio se percata de lo efímera que es la vida.
Es así como se enrumba hacia un campeonato de baile para personas de la tercera edad, junto a Carmen (Vicky Montero), quien se convierte en su nueva esperanza en el plano sentimental.
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La película cuenta con un presupuesto de $450.000, financiado a través de Ibermedia y El Fauno, así como con patrocinadores nacionales. Los rodajes concluirán el próximo 16 de mayo, y tan solo resta hacer algunas tomas en casas y en exteriores.
Largo proceso. El lunes, durante las primeras tres horas de filmación se logró grabar apenas un minuto de la película, que corresponde a una de las cuatro escenas grabadas en La Avispa.
Una y otra vez, los actores repetían sus diálogos y los bailarines –en su mayoría, estudiantes y profesores de la academia Merecumbé– sacudían los zapatos, hasta que Porras por fin encontraba la toma perfecta y todo el equipo agitaba las palmas.
Para Marco Calvo, el protagonista, desvelarse hasta las 5 a. m. en medio de las cámaras es la materialización de un sueño.
Es actor empírico que al llegar a la tercera edad se aventuró a buscar un espacio en el cine.
Hizo un casting sin ser un talentoso bailarín, y fueron sus espesas cejas blancas y su chispa natural las que le otorgaron el papel principal, incluso por encima de actores con trayectoria.
Ahora, dice sentirse una estrella de cine: “Lo soy ya, aunque la película tenga 100 o 200 o 300 espectadores”.