A través de la sensibilidad y mirada íntima que arropa a sus películas, la directora chilena Dominga Sotomayor se ha consolidado como una de las voces más singulares de la nueva ola de cine independiente en Latinoamérica.
En la pasada edición del prestigioso Festival de Cine de Locarno, la cineasta de 34 años se convirtió en la primera mujer en ganar el Leopardo de Oro a mejor dirección.
Este reconocimiento vino gracias a la deslumbrante propuesta estética y envolvente núcleo emocional de su largometraje más reciente, Tarde para morir joven (2018), el cual es parte de la programación del Costa Rica Festival Internacional de Cine (CRFIC). Se exhibirá hoy lunes 1 de abril, a las 7 p. m., en la Sala Garbo y luego llegará a salas nacionales de la mano de la distribuidora Pacífica Grey.
En su visita al país como invitada de este evento, Sotomayor habló con Viva sobre sus preocupaciones como artista y su manera de comprender el cine.
-¿Cómo encuentra esta relación entre el lenguaje del cine y su visión de representar la realidad?
-Eso es lo alucinante del cine y de la ficción: crear un mundo en paralelo. Imaginarlo y soñarlo para tratar de entender en el que estamos, también.
A veces la gente (con Tarde para morir joven) trata de llevarlo a un territorio súperconcreto. “Ah es del año 89, ¿pero dónde es?” y yo les digo que está inspirado en ese lugar y en esa sensación de los 90 donde todavía no había redes sociales, pero no es eso. Es un tiempo que no existe, es un tiempo imaginado.
-¿Cómo se plasma esta idea de la memoria en la estética y temáticas que aborda?
-Creo que hay como una ilusión inconsciente de capturar cosas que se están esfumando. Nunca parto de un tema. Se trata de estas imágenes y preguntas que me invaden. De más incertidumbres que certidumbres. Después eso se va articulando y van surgiendo distintos temas, pero mi primer impulso hacia el cine no tiene que ver con dar un mensaje en particular. Es más una exploración de momentos, de colores, de sonidos; de cosas que me llaman la atención por alguna razón.
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-Estas sensaciones dialogan también con un contexto, ¿cuál es la relación de sus películas con la historia de Chile?
-Yo me aproximo a mi historia. A las cosas que he visto. Entonces, en ese sentido, se va cruzando una historia de Chile en mi vida y en las cosas que a mí me interesan, de una manera como natural. Por ejemplo, en Tarde para morir joven me interesaba hacer una película sobre adolescentes aislados en esta comunidad, pero por otro lado está esta otra capa que habla de la adolescencia de Chile. De un país que está sufriendo este cambio de la dictadura a la democracia. Me interesan más situaciones que no parecen sumar a nada, que parecen insignificantes y que no están registradas en los libros o en la historia de Chile. En esos lugares, el cine se puede colar para hacer registros inéditos.
-En cuanto a Tarde para morir joven, ha mencionado los dos significados del título. ¿Cuál es esta dicotomía para usted?
-Es loco lo del título, porque fue una especie de gatillante (catalizador) para la escritura. Fue lo primero que tuve, antes inclusive de tener una historia. “Tarde” como que implica algo que ya pasó y a lo que no se puede volver, pero al mismo tiempo está esa “tarde” que justo están viviendo y que se podría morir. Yo siento que es una película que la completa el espectador e incluso el título es una especie de incomodidad para el que lo lee. Cada uno lo puede leer como quiera.
-Anteriormente ha mencionado la influencia del gran cineasta chileno Raúl Ruiz, ¿para usted existe un diálogo con esta tradición audiovisual transgresora que surge de su mismo contexto?
-Hay una especie de consciencia colectiva. Estamos todos viviendo el mismo momento en el mundo, entonces, ¿cómo no tener las mismas dudas e incomodidades? Se generan diálogos. Hay algo en la obra de Ruiz sobre el goce de la puesta en escena que me alucina. Siento que lo político de la puesta en escena y de la forma es muy fuerte también para mí. Hay algo muy físico en el cine que puede generar incomodidad no solo por temática, sino por la misma aproximación.
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-Esta idea de la política desde la sensibilidad se ha utilizado para describir también la escena musical chilena en artistas jóvenes como Alex Anwandter o Javiera Mena, ¿para usted hay afinidad con estas expresiones que buscan enfocarse en las emociones?
Somos todos de la misma generación, y es gente joven que está procesando la historia y la digiere desde su propia experiencia. Hay algo muy contemporáneo de hacerse cargo de una historia y procesarlo desde las herramientas que tenemos ahora, y desde una experiencia más personal. Antes había una necesidad de registrar como protesta, pero más bien nuestra generación nos fuimos todos para adentro a la emoción. Y desde ahí empezar a contar cosas mucho más cotidianas y chiquititas pero que cuando se hacen públicas se convierten en un acto político.