En el inicio de la segunda mitad del siglo XIX, San José había empezado a dibujar con mayor trazo su carácter urbano, concentrando las actividades artísticas. Durante este periodo, el modelo liberal y sus principios en lo político y económico regularon la consolidación del Estado costarricense, por lo cual fue necesario la incorporación de un proyecto cultural en torno al concepto de nación.
En 1878, el presidente Tomás Guardia (1870-1876 / 1877-1882) asumió con toda seriedad la aspiración de construir un teatro nacional en Costa Rica, anhelo que, desde décadas atrás, habían manifestado distintos actores socioculturales. De esta manera, se produjo un acuerdo, emanado del Poder Ejecutivo, que estableció que el nuevo teatro debía ser monumental, contribuiría con el desarrollo intelectual, moral y económico de la nación, además de ser una “preciosa garantía de paz pública”. En esa ocasión, el Estado habría asumido su costo, el arquitecto iba a ser un particular y las dimensiones de la infraestructura serían más amplias de lo que resultó el actual. Sin embargo, el proyecto no llegó a concretarse debido a la crisis económica que embargó al país dos años después, así como el fallecimiento del general Guardia en 1882.
Un teatro financiado por los costarricenses
Como es sabido, en el país se contaba con un teatro público (denominado primero Mora y luego Municipal) desde 1850, cuya programación tuvo compañías artísticas internacionales, subvencionadas por el Estado. En 1888, este local había desaparecido y dejó un vacío en la capital, habituada ya a espectáculos públicos; no obstante, dicho espacio nunca llegó a satisfacer las pretensiones de la élite.
Para 1890, una serie de factores cristalizaron la elaboración de un primer decreto que declaró “obra nacional el Teatro de la capital de la República”. Como si fuera hoy, el proyecto de ley fue sometido a un acalorado debate en el Congreso Nacional, no exento de reflexiones por parte de la opinión pública.
La oferta de comerciantes y agricultores para establecer un tributo a la exportación de café y la opción de apoyar este magno proyecto le proporcionaban réditos al presidente recién llegado, José Joaquín Rodríguez Z. (1890-1894), quien distinguió que todo estaba a su favor, especialmente un buen precio del café que no podía alcanzar mejores condiciones en el mercado internacional. Así, Rodríguez alabó a los contribuyentes bajo el calificativo de “patriotas”.
De esta manera, se gravó la exportación del café con la expectativa de alcanzar un monto de 200.000 pesos (unidad monetaria de entonces); sin embargo, transcurridos dos años y sin lograr acumular lo necesario, se firmó un segundo decreto que confirmó el impuesto. Para 1893, la obra aún era incipiente y, además, eran crecientes las disconformidades del sector cafetalero, que terminó renunciando a seguir contribuyendo con la obra.
Como consecuencia se publicó un último decreto que pasó a definir un gravamen a la importación de mercancías generales. Lo que brindaba la posibilidad de compensar al resto de las provincias, en virtud de que, una vez completado el Teatro Nacional de Costa rica (TNCR), se invertiría en el progreso de la cultura local.
Durante décadas, la historia oficial ha insistido que el Teatro Nacional fue financiado por los cafetalero, pero el aporte de este sector terminó siendo muy pequeño (aproximadamente 120.000 pesos), mientras que el caudal aportado por la población costarricense sobrepasó el 90% del valor total (osciló entre 1.100.000 y 1.200.000 pesos).
Se ha insistido en la versión que cuenta que la soprano Adelina Patti, ante una invitación que se le hacer para presentar un espectáculo en Costa Rica, respondió que jamás se presentaría en un “cucarachero”, refiriéndose al Teatro Variedades, lo cual supuestamente exacerbó el ánimo de los capitalinos y provocó que se abocaron a construir el Teatro Nacional para que fuera digno de ella o de sus iguales. Esa no es más que una explicación facilista. Como se ha explicado, la creación del Teatro Nacional, segunda obra más costosa de la segunda mitad del siglo XIX, solo puede explicarse en el contexto histórico de ese periodo y responde a una serie de procesos políticos, económicos y culturales esbozados.
Erigido por nacionales
Cerca de 400 artesanos, la gran mayoría costarricenses -herreros, albañiles, canteros, peones, pintor, carpinteros y hojalateros edificaron la obra gris, quienes además colaboraron con las tareas de ornamentación de esta joya.
Estos trabajadores estaban siendo muy cotizados debido a la gran cantidad de infraestructura que el Estado realizaba en ese último tercio del siglo XIX, dedicado a la modernización de la ciudad capital. Poco visibilizados y prácticamente desconocidos, en comparación con los europeos que decoraron el TNCR, hoy identificamos sus nombres, procedencia y remuneraciones.
Incluso sabemos que dos de ellos, Wenceslao Arroyo y David Fuentes fallecieron a causa de accidentes laborales durante la construcción.
Además, cerca de un 10% de los trabajadores se encontraban agremiados en sociedades de artes y oficios. En 1891, la presidencia de la República calificaba de “honrosas y útiles” a estas agrupaciones y, por ello, les daba preferencia a sus miembros en la selección de los obreros.
¿Inauguración o estreno?
Se abría paso el esperado año de 1897 y los costarricenses se preguntaban qué compañía tendría el honor de estrenar tan magnífico teatro. Las respuestas revolotearon por semanas en las calles y en los diarios, abogando por compañías artísticas italianas o españolas o, bien, por compositores nacionales.
A finales de abril, el gobernante Rafael Yglesias C. (1894-1902) y Pierre André Aubry, empresario francés, suscribieron un contrato mediante el cual la Compañía Francesa Aubry inauguraría el Teatro. Los artistas fueron seleccionados en Francia, bajo la supervisión del diplomático Manuel María de Peralta y de asesores artísticos nacionales que validaron técnicamente la escogencia.
La subvención estatal recibida por la empresa artística (50.000 pesos) daba cobertura al transporte marítimo, la contratación del elenco y compra de accesorios, entre otros. El Teatro fue concedido a título gratuito, así las llaves se entregaron al señor Aubry bajo garantía pagadera al Tesoro Nacional.
Las fechas previstas para la inauguración del gran Teatro Nacional, fueron, primero, el 15 setiembre, prevista con el objeto de que coincidiera con la fiesta patria más importante; no obstante, los atrasos en las labores de ornamentación lo impidieron y se reprogramó para el 12 de octubre, mas el evento requeriría una semana adicional para su concreción.
La expectativa incontenible fue satisfecha el martes 19 de octubre de 1897. La función comenzó a las “7 y tres cuartos de la noche” y la capacidad máxima fue ocupada con la asistencia de personas de distintos estratos. Se procedió a entonar el Himno Nacional con el ingreso de Yglesias y, posteriormente. se interpretó La Marsellesa .
Las palabras de un miembro de la Compañía Francesa, posiblemente Pierre A. Aubry o Jules Rochet (director de escena), fueron las únicas que se brindaron al público aquella noche memorable. En francés se disculpaban porque el tenor había amanecido enfermo, pero los felices asistentes, desconocedores en su mayoría del idioma francés, creyeron que les estaban ofreciendo un saludo.
El presidente Yglesias, su familia y comitiva estrenaron el palco presidencial, obsequiados con flores por parte de las artistas francesas; mientras que Fausto , de Charles Gounod, era el escogido como primer espectáculo de la temporada.
Con casi un centenar de miembros, la compañía realizó más de 60 funciones, entre óperas, óperas cómicas, operetas y conciertos, cuya orquesta estuvo reforzada con músicos costarricenses. El desempeño del elenco obtuvo la aclamación de la crítica a lo largo de la temporada que terminó en enero de 1898, sobresaliendo artistas como la francesa Emily Mary.
Una curiosidad es que, días posteriores a la apertura, diversos grupos costarricenses estaban insatisfechos porque no se hizo un acto oficial con un evento abierto y sin costo alguno para el público; incluso se llegó a decir que el Teatro Nacional había sido estrenado mas no inaugurado.
Por muchos años, se celebró el aniversario el 21 de octubre; sin embargo, suficientes y rigurosas fuentes prueban que este dato es incorrecto. Se inauguró aquel martes 19 de octubre de 1897.
Símbolo y libertad cultural
El magnífico templo del arte había nacido para hacerse perenne. El nuevo lugar posibilitó la interacción entre los distintos sectores sociales, en sitios comunes como los salones internos o las cantinas. Si bien las élites tuvieron el espacio que anhelaron para diferentes actividades (cenas de gala o bailes de presentación), también hubo numerosas posibilidades para diferentes grupos sociales de nuestro país.
El Teatro Nacional fue declarado Monumento Nacional (1965) e Institución Benemérita de las Artes Patrias (1998). Su escenario ha sido plataforma de libertad cultural e impulso de artistas nacionales.
Desde su origen hasta la fecha, ha tenido una extraordinaria vocación por conservar su infraestructura, ornamentación y mobiliario, en correspondencia con el uso y saberes propios de las funciones de un teatro. Asimismo, de la transmisión de técnicas artesanales en las que destaca la tramoya del siglo XIX.
El Teatro Nacional enlaza ya tres siglos. Y se actualiza bajo la responsabilidad de ser cada vez más inclusivo como un derecho cultural. Igualmente, es un deber de la sociedad costarricense garantizar su preservación por más centurias.
Historiadora del Teatro Nacional de Costa Rica y profesora.
Nuevo libro
Con el fin de conmemorar los 120 años del Teatro Nacional, este martes 17 de octubre, a las 7 p. m., se presentará un libro de lujo sobre esta joya arquitectónica e histórica llamado Alegoría, símbolo y libertad cultural. La publicación es significativa no solo porque reúne centenares de imágenes con vistas privilegiadas y distintas de este símbolo, capturadas por Adela Marín, sino también porque incluye textos de especialistas que abordan la historia, la arquitectura, las artes visuales, la sociología, la música, el canto, el teatro y la danza para ofrecer un panorama amplio de lo que ha sido dicho templo de arte estos 120 años.
Para Lucía Arce, historiadora de la institución y autora de uno de los textos en la obra, este trabajo pone en evidencia detalles interesantes acerca de la historia y quehacer de esta institución, así como contribuye a romper mitos que se han construido alrededor del Teatro Nacional y favorece nuevas lecturas. El libro incluye dos fotografías que pueden verse en realidad aumentada y está en español e inglés.
Este proyecto es fruto de casi tres años de trabajo e incorpora investigaciones novedosas y específicas sobre el Teatro Nacional en toda su existencia.