Un nuevo episodio del programa Atisbos , de canal 7, estaba por empezar y, como era costumbre, Adrián Figueroa Rosales, a sus 6 años, no quería perdérselo. Él corrió por toda su casa para llegar a la sala y sentarse con sus piernas cruzadas frente al televisor.
Al llegar ahí, el pequeño vio que su abuelita lo estaba esperando. Le echó una mirada cómplice y aguardaron juntos, en silencio, a que fueran las 11 p. m. de aquel sábado de 1985 para que empezara el programa cultural.
Con solo escuchar las particulares tonadas que introducían el espacio televisivo, la piel de Figueroa se erizó y sus ojos se abrieron a más no poder. Él deseaba ver cuál sería la coreografía de danza que pasarían en Atisbos (1979-1999).
“No sabía por qué quería verla, pero sí sabía que me gustaba mucho ver la danza”, dijo Figueroa, quien entonces vivía en Palmar Norte, de Osa, Puntarenas.
Sin que Guido Sáenz, conductor del programa, lo supiera, ese programa cambió la vida de Figueroa, quien 28 años después ganó el Premio Nacional de Cultura a mejor intérprete (2013) y se convirtió en el nuevo director de la Compañía Nacional de Danza (CND).
“Pasaron una melodía que, en aquel entonces, no sabía qué era, y salieron un montón de mujeres vestidas de negro pegando brincos o bailando (risas). A mí me atraía la música y el baile, pero también me asustaba porque, en la zona sur, siempre se manejaba el tema de las brujas y, en mi inocencia, pensé que esas mujeres eran brujas. Hasta tuve pesadillas, pero me gustó”, recordó Adrián, de 35 años.
Lo que él escuchó ese sábado fue Bolero , obra del compositor francés Maurice Ravel. “Me encantó. Es tan lindo. La forma en que bailaban esa canción, no sé; me fascinó y me marcó, me marcó, me marcó. Te lo puedo asegurar”.
Los años pasaron y Figueroa fue a la escuela y al colegio. “Yo era muy bombeta: en cuanto acto cívico hicieran, yo quería participar. Fuera de teatro, de danza, de lo que fuera. Creo que en esos años, olvidé un poco aquel programa de Atisbos ”, bromeó.
Enamoramiento. En 1997, Adrián ya tenía en sus manos el título de bachillerato de colegio. Era momento de decidir qué estudiar en la universidad.
Por su buenas notas, obtuvo una beca para la Universidad Nacional (UNA). “Tuve que salirme de mi casa; lo bueno es que tenía residencia, entonces vivía en la UNA”.
Durante el primer año, mientras hacía Generales, se acentúo su gusto por la danza.
“Como pasaba las 24 horas del día en la UNA, veía todo lo que pasaba. Internamente, ahí hacen muchas presentaciones de danza; me quedaba viéndolas y recordé lo que veía en ese programa ( Atisbos ). Tuve la curiosidad de empezar a hacer danza, pero, de forma más pasajera, no de profesión porque ya llevaba una carrera profesional”.
Fue cuatro años después, cuando cursaba la carrera de Planificación Económica y Social, que decidió llevar su primer curso de danza en el programa de extensión Margarita Esquivel de la UNA.
“Mientras pensaba en si tomaba o no un curso, hice mucho amigos que estudiaban danza porque siempre iba a ver sus presentaciones. Cuando me decidí a probar qué tal, me metí en una clase de ballet básico. Recuerdo que me gustó , lo llevé con una profe que todo lo explicaba punto por punto; eso me motivó. Seguí con mi carrera de Planificación, pero llevaba cursos de danza”.
Aquel amor hacia el baile crecía descontroladamente. “Cuando estaba por graduarme, fue que me metí a una academia oficialmente. Tenía 22 o 23 años e ingresé a tomar clases con (el coreógrafo cubano) Fidel Herrouet, que tenía la academia Atelier's Ballet. Ahí, estuve tres años y medio; llevé solo ballet y bailaba de cuatro a cinco días a la semana”.
Nunca dejó de estudiar Planificación. Sacrificó su vida social para lograr su carrera y darle rienda suelta a su sueño, contó el bailarín.
Junto a las clases con Herrouet, Adrián llevó un curso de verano en la Compañía Nacional de Danza (CND). “Ya no podía esconder lo que pasaba. En esos momentos, me dije: ‘Esto es lo mío’”, contó.
Cayó rendido. Bien dicen que ‘cuando toca, toca’. Alrededor del 2002, Adrián ya no tenía duda de su amor hacia la danza; sin embargo, lo reafirmó cuando una coreografía de la maestra Cristina Gigirey se atravesó en su camino.
“Un día pasaba por el Teatro Nacional y había un espectáculo, yo no sabía de qué era, pero entré a verlo. No me acuerdo la época ni la fecha, ni nada. Creo que se celebraba un aniversario del teatro. Yo estaba entre el público, tenía muy buena vista, por dicha.
”Cuando empezó a sonar la música, casi me da algo, se me pusieron los pelos de punta, me dieron escalofríos, casi me muero. Me dio mucha nostalgia porque cuando la pieza que sonaba era la que escuchaba cuando tenía seis años ( Bolero , de Ravel) y empezaron a salir aquellas mujeres vestidas de negro (¡era la misma coreografía!). Se me salían las lágrimas de la emoción. Ahí, sentado, pensé: ‘Quiero bailar y quiero bailar para esa señora’. La obra era Bernarda Alba . Ahí entendí que lo que quería era bailar, ser bailarín”.
Mientras estaba en la academia Atelier's Ballet, tomaba cursos paralelos de danza contemporánea con el coreógrafo Humberto Canessa. Poco a poco, se relacionó con el medio de la danza independiente.
El conocimiento ya lo tenía y llegó el momento de presentarse en el escenario por primera vez. “La primera obra de danza contemporánea que bailé fue, en el 2006, Transportables con el bailarín costarricense que reside en Brasil, Leonardo Sebiani. Él me invitó a bailar con él, fue como darme a conocer en el medio. Tengo los mejores recuerdos, todo salió bien y fue el empujón necesario para mí”.
Después de eso, vinieron otras oportunidades, entre ellas bailar, ese mismo año, Triste poesía de la locura , última coreografía que hizo Cristina Gigirey en vida. “Eso fue una meta cumplida”.
Gigirey quedó tan satisfecha que le abrió las puertas de su agrupación, Estudio Danza Abend, a Adrián. “Fue una bendición llegar ahí porque me dieron las herramientas que necesitaba para mejorar a nivel interpretativo y de producción. Fue uno de los grandes pilares en mi vida como bailarín”.
Otro de sus sueños era bailar con Danza Abierta de la Universidad de Costa Rica. También lo cumplió y de una manera muy especial.
“Luis Piedra montaba de vez en cuando para Danza Abierta y, después de pedirle que me tomara en cuenta, lo hizo. Fui parte de una pieza que hizo y ¡la canción era el Bolero , de Ravel! Casi me vuelvo loco, ¡la bailé!”.
En el 2008, fue productor de la Compañía Nacional de Danza , dirigida en ese momento por Humberto Canessa . En ese puesto, tuvo que dirigir varios proyectos, entre esos Mudanzas , que promueve la danza en el país.
“Para esa edición, invitamos a muchos coreógrafos extranjeros y tuvimos invitados de lujo, como Francisco Centeno (exdirector de la CND y director, en esa época, de la Compañía de Danza de El Salvador) y Vannesa Cintron.
”Ella (Cintron) me contó que iban a hacer una audición en El Salvador para estar por un año en la compañía de ese país. No lo pensé, pedí el permiso en el trabajo para viajar, estuve una semana allá, hice la audición y me dijeron que estaba aceptado. Fue la mejor experiencia y lo que hizo que me catapultara en este gremio. Me dio a conocer”.
En el 2010, un año después, regresó al país e impulsó la idea de hacer que el taller de serigrafía Gráfica Génesis se convirtiera en un lugar para ofrecer presentaciones de cualquier arte escénico. “Ricardo Alfieri y yo tomamos este proyecto y, aunque sabíamos que no nos dejaría nada de dinero, lo hicimos y ha sido un éxito. Nuestra idea es que en algún momento se sostenga y permita hacerle mejoras en infraestructura”.
Tres años de su vida los dedicó de lleno a levantar ese espacio que es uno de los lugares alternativos más consolidados para exponer coreografías u obras de teatro.
En el 2013, pasó a ser parte del elenco de bailarines de la Compañía Nacional de Danza y ganó el Premio Nacional de Cultura a mejor intérprete por su trabajo en Cuerpos translúcidos (2013).
El éxito continúa. Hace un par de semanas, fue nombrado como director de esa institución. “La haré crecer cada día que esté en este puesto”.