Hoy, Alicia Alonso tiene 96 años. Nariz afilada, labios firmes y delgados, una pañoleta atada a la cabeza, el cuello erguido y delicado. El perfil de una bailarina que salió discretamente de los escenarios pero que, como coreógrafa y maestra, nunca abandonó al ballet .
En 1995 recibió su última ovación como intérprete, en un teatro en Italia, muy lejos de los aplausos que la consagraron como una leyenda en su tierra natal, Cuba.
“No quería hacer una despedida dramática o doliente, que el público supiera que era la última vez. Pensaba que era cruel para ambos. Cuando terminé de bailar dije, no bailo más. Nadie lo sabía”, explicó en el 2016 al periódico cubano Granma.
Las entrevistas con Alicia eran, por supuesto, más fáciles de conseguir en su juventud –para este artículo, accedió a contestar preguntas por medio de correo electrónico–.
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Ahora, cuando habla en persona, rumia las palabras antes de bailarlas despacito con su acento caribeño. Su visión es limitada pero puede ubicar a cada bailarín de su tropa.
Con casi un siglo de vida, es tan frágil y valiosa que, de un tiempo para acá, los periodistas la matan y la resucitan al menos una vez al año.
Empero, nonagenaria y lúcida, este lunes, llegará a Costa Rica junto con el Ballet Nacional de Cuba, la prestigiosa tropa de ballet clásico que fundó en 1948.
Los artistas cubanos usarán al Teatro Popular Melico Salazar como una de los dos escenarios de su gira centroamericana –el segundo será el Teatro Presidente en El Salvador–.
No obstante, los aplausos del Melico no son los únicos que recibirá Alicia durante su estancia en el país.
La Universidad de Costa Rica anunció la semana pasada que le entregará a Alonso la distinción de un doctorado Honoris Causa . La actividad protocolaria será el 22 de marzo a las 10 a. m. en el auditorio de la Facultad de Educación.
“Agradezco mucho los aplausos y los honores, vengan de donde vengan”, escribió la cubana por correo, cuestionada sobre el sinfín de méritos que ha recibido. “Eso sí, el sentir el cariño y el respeto de la gente humilde, que me ven
El rol de una vida
Durante 50 años, Alicia Alonso fue Giselle . Abundan videos de la cubana, en diferentes décadas, agitando rápidamente sus pies, casi sin rozar el suelo, flotando entre pliegues de tul.
Casi diez años antes de que Alonso guardara al personaje, en 1982, fue la única hispana entrevistada para el documental histórico A Portrait of Giselle . Alonso compartía tiempo en pantalla con cuatro leyendas rusas –Galina Ulanova, Tamara Karsavina, Olga Spessivtseva y Natalia Makarova–; una francesa –Yvette Chauvire– y una italiana –Carla Fracci–.
Ahí estaban juntas las Giselle; equiparadas codo a codo, las experiencias de las brillantes herederas de escuelas con siglos de historia y Alonso, una de las joyas que pulió la tierna escuela cubana.
Antes de convertirse en prima ballerina assolutta –título máximo para consignar a las más brillantes intérpretes en el ballet –, Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez nació en La Habana en 1921.
El nombre lo simplificó en 1937, a los 16 años, cuando se casó con el bailarín Fernando Alonso (1914-2013) y adoptó su apellido. Juntos, salieron de la isla para madurar sus carreras en Nueva York.
Antes de ingresar al prestigioso American Ballet Theater, Alicia cantó y bailó en dos espectáculos musicales. Antes de protagonizar por primera vez Giselle en 1943, perdió la vista.
Los médicos que operaron sus retinas fueron los mismos que le dijeron que su carrera como bailarina había terminado.
Pero, Alonso memorizó los pasos del rol de su vida desde la cama de su recuperación. Estuvo un año sin moverse antes de regresar a ensayos.
“No veía cómo entrar ni cómo salir. Tuve que memorizarlo todo. Si había una luz, significaba que debía ir al frente. Tenía que tener un mapa en mi cerebro”, la citaba The Washington Post en un texto de 1978.
En 1943, la entonces prima ballerina del American Ballet Theater, Alicia Markova , cayó enferma antes del estreno de Giselle y se pidió un reemplazo rápido. Alonso tuvo una semana para practicar la coreografía antes de debutar.
La cubana encarnó al papel durante tres años con el American Ballet Theater; Giselle la marcó para toda la vida.
“Contigo, todas las frases de los críticos pierden sentido. ¿Cómo puedes interpretar a Giselle si eres Giselle?”, le preguntaba el crítico de danza británico Arnold Haskell en una carta.
Fuerte y brillante
Fernando y Alicia volvieron a Cuba a gestar su segunda hija en 1948: el Ballet Alicia Alonso, que se convirtió, después de la revolución de 1959, en el Ballet Nacional de Cuba.
Antes de la revolución, Alonso fue la primera bailarina occidental que recibió invitación expresa para presentarse en la Unión Soviéta. Bailó con los afamados ballets Bolshói y Kirov.
Años de giras, la inestabilidad política de Cuba y, en consecuencia, las agresivas relaciones con Estados Unidos, la alejaron del proyecto de la academia y la compañía.
Tras la revolución, convencida por Fidel Castro, Alonso regresó a Cuba a reconstruir. Pese a su historia con el American Ballet Theater, su alineación con la política la convirtió en figura non grata en los teatros estadounidenses.
La Unión Soviética, por otro lado, sostuvo una relación de cooperación artística con la emergente tradición cubana.
En 1967, impresionado por la evolución del ballet cubano, Arnold Haskell convirtió a las estudiantes de Alicia en gemas preciosas e irrepetibles.
Haskell publicó, en un suplemento del periódico Granma , un artículo titulado Las joyas del ballet cubano para celebrar los talentos de Loipa Araújo, Aurora Bosch, Josefina Méndez y Mirta Plá.
Todo tiempo pasado fue mejor: la inversión de Castro a las artes daba frutos exuberantes, prohibidos para los consumidores de ballet en Estados Unidos.
En 1971, Alonso viajó con sus joyas a Canadá. Una crítica del New York Times celebraba esos años de formación en aislamiento. El mismo aislamiento le permitió romper los límites convencionales de la danza: a los 70 años estaba en pie, firme y ágil, bailando a Giselle como primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba.
Por años, Cuba fue sinónimo mundial de Castro, comunismo, habanos y el brillo del legado de Alicia Alonso.
Cinco años antes de retirarse de la interpretación, la cubana volvió a Nueva York para interpretar el pas de deux –dúo– de El lago de los cisnes.
El círculo de su historia como aclamada bailarina l o cerraban los aplausos de la Metropolitan Opera House.
Alonso eligió una presentación en Italia, fuera de la sensacionalidad de Nueva York y la pasión de La Habana, para despedirse de su público.
El resto de los años, vividos como maestra, como coreógrafa y como la nómada directora artística de la compañía que fundó, los ha vivido bajo la sombra plácida de su maciza fama. Una muy larga vida, al servicio de la trágica belleza del ballet.
En el Teatro Popular Melico Salazar, el Ballet Nacional de Cuba ofrecerá presentaciones este sábado 25 y 26 de marzo. Las función de sábado será a las 8 p. m. y el domingo 26 habrá dos funciones a las 3 p. m. y las 7 p. m. Las entradas se pueden conseguir en eticket.cr, el centro de llamads 2295-9400 y en Servimás.