Alonso Torres no ha desaprovechado sus 37 años de vida para componer todo lo posible. Sin distinguir en géneros, el ganador de dos Premios Acam 2018 (por sus composiciones para el álbum Quisiera decirte y por los arreglos para el disco Noche Caribe del Cuarteto de Guitarras de Costa Rica) ha construido mundos sonoros inspirados en obras como el clásico El Principito, los pasillos guanacastecos, estudios de guitarra y diversas reinterpretaciones de la música latinoamericana.
El hijo del también reconocido compositor Allen Torres –quien obtuvo el premio Reca por su trayectoria artística– actualmente se encuentra en Portugal cursando un posgrado en la Universidad de Oporto sobre Tecnología de la Música. Desde Europa, conversó con Viva sobre su crecimiento artístico y su visionado del sonido autóctono costarricense.
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–¿Cómo fue encontrar la música desde temprana edad?
– Mi papá, al ser músico, siempre nos dio una relación muy fuerte con la música en la casa. Yo comencé en el (Conservatorio) Castella pero solo estuve en primer grado. Después no pude seguir ahí pero siempre me mantuve en el ambiente. Comencé a tocar piano a los 6 años y jugaba con los sintetizadores que compraba mi papá. Hasta los 16 años entré a etapa básica de guitarra en la Universidad de Costa Rica, y ahí comenzaron los estudios más formales.
–¿Pero su papá fue quien le enseñó el instrumento?
– Bueno, mi papá toca trombón, piano, guitarra, bajo... Es una persona con un horizonte musical muy grande que se desempeñaba en música clásica y popular. Nosotros conversamos mucho sobre música, intercambiamos impresiones...
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–¿Cómo nació la idea de crear música propia?
– Desde los 6 años, cuando aprendí a leer música, una de las primeras cosas que hice fue escribir notas en el pentagrama, para saber cómo sonaba el piano. Cada renglón del pentagrama era una pieza y jugaba a componer. Como adolescente, empecé a hacer canciones con letra porque oíamos de todo. Mi papá se levantaba, ponía el café y luego el equipo de sonido.
–¿Por qué componer y no solo interpretar el instrumento?
– Es una gran pregunta… No sé (risas). El asunto de crear y buscar algo original es algo que desde que me acuerdo lo tengo. Para regalarle una tarjeta a una novia prefería hacerla yo, cuando cocino me gusta inventar algo. Simplemente siempre he querido hacer algo original. Cuando pasé por la crisis de la adolescencia, no me preocupaba ser el mejor pianista o tocar más bonito que nadie, sino cómo expresar lo que yo sentía.
–¿Cuáles fueron sus primeras composiciones?
– En la adolescencia escribía sobre sentirme fuera de lugar. Uno no sabe si calza en el grupo, si es un niño o un adulto… eran temas un poco existenciales. Ya después me puse a explorar la guitarra y divertirme. Me fui calmando con el asunto de las letras y empecé a solo componer instrumentalmente. Fue un proceso de entenderse a uno mismo un poco.
–Sus composiciones y arreglos no se etiquetan en un solo género. ¿Cómo surgió la idea de abrazar ritmos tan diferentes de todo el continente?
–Cuando entré a la universidad, me marcó mucho una primera composición que un profesor me recomendó, que abarcaba la tradición latinoamericana. También, yo estudiaba música clásica pero continuaba tocando música popular con un grupo. A veces invitábamos a músicos académicos y era increíble que les costara tanto tocar en otro lenguaje. Luego comprendí que los estilos son diferentes y tenía la inquietud de hacer música donde uno tuviera que tomar los dos mundos. Ahí me influyó mucho un músico cubano que se llama Eduardo Martín.
–Junto con Eduardo Martín, aparecen compositores como Leo Brouwer, Ernesto Cordero y otros que han configurado la música latinoamericana contemporánea. ¿Siente que han tenido mucho eco en nuestro país?
–Sí. Con el caso de Eduardo, la consciencia que existe en Cuba sobre su propia tradición musical no es la misma que estamos tratando de construir en Costa Rica. Uno sale del país, le preguntan cómo suena la música de acá y es difícil responder. En Costa Rica tenemos el problema que nosotros mismos nos impusimos el folclor de Guanacaste de manera no orgánica. Hablaba con un profesor de la universidad que uno espera el 25 julio para sonar una marimba y la guardamos el resto del año. Eso no es orgánico, tan siquiera suena en la radio. Hay algo que está faltando. En Portugal pongo la radio y el 25% de la música es portuguesa. En Colombia, desde al aeropuerto hasta en el bus suena su cumbia. ¿Por qué no pasa eso en Costa Rica con el calipso, por ejemplo? La música puede ser cotidiana, no solo para festividades.
–¿Por qué siente que no es un proceso orgánico?
–El calipso tiene influencia de Panamá y Trinidad y Tobago y, de alguna forma, se le dio algo distintivo en Costa Rica. Se puede diferenciar. Igual pueden pasar con otras manifestaciones, el asunto es permitir que se dé un proceso orgánico donde la gente pueda producir algo desde aquí, desde nuestra óptica. Está bien tocar salsa y música caribeña, pero ¿qué podemos hacer con eso? ¿Lo tocamos igual que en Puerto Rico o cómo? El bolero es algo de Cuba pero México tiene una tradición de bolero propia. En Costa Rica también tuvimos importantes boleristas. Eso es algo de lo que nos podemos agarrar.
–Pero en Costa Rica siempre se realiza la referencia hacia los polos, con música caribeña y guanacasteca...
En el Valle Central es más difícil sentirlo por la influencia de otro montón de cosas. En San José, se imitaba bastante lo europeo, como los valses y las polkas… ¿Qué hubiera pasado si se hubiese desarrollado eso como sonido propio del centro? Por ejemplo, Perú tiene su vals peruano, igual Venezuela… Hubiera sido bonito saber cómo sonaría el vals josefino.
–Músicos como Edín Solís (guitarrista de Editus), por poner un ejemplo, sí han dado un sabor muy propio de este tipo de ritmos. Incluso, uno podría pensar en otras figuras que vienen desde la tradición de la guitarra...
Sí, claro. Pienso en Edín, en Carlos Castro, quien ganó el Grammy… Creo que hay mucha gente que ha aportado mucho y que viene de la guitarra. La guitarra es un instrumento chineado, que en cualquier casa se encuentra. Cuando estudié en la UCR, la única cátedra que tenía obra costarricense como requisito obligatorio para graduarse era guitarra. Puede ser que haya más repertorio por escoger, pero lo deja a uno pensando. Por dicha hay intención de seguir buscando sonidos después de tanto tiempo.