Redacción
Proclive a la categorización minuciosa, el mundo angloparlante utiliza, no obstante, un concepto tan amplio que describe todo y tan vago que no sirve de mucho. Non-fiction, se llama, "no ficción", una etiqueta para lo que no es novela, cuento o poema. Eso incluye al periodismo; es decir, a la nueva ganadora del Premio Nobel de Literatura, Svetlana Alexiévich.
En español, el concepto más parecido es el de "periodismo narrativo" o "periodismo literario": la voluntad de hacer de los géneros periodísticos plataformas tan ricas para atrapar al lector como los géneros de la ficción. Sin embargo, por alguna tradición invisible, cuando hablamos de literatura pensamos poco o nada en periodismo. Aunque Alexiévich no sea conocida de este lado del mundo, quizás su Nobel nos sirva de lápida para tal prejuicio.
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Svetlana Alexiévich, reportera de profesión, ha escrito acerca de la historia de su país, Bielorrusia, no solo como testigo, sino como una guía de testigos. A través de libros como Voces de Chernóbil y La guerra no tiene rostro de mujer, ha enmarcado las vidas de los cientos de miles que conforman el tejido de la Historia. Son confesiones acalladas, opuestas a la historia oficial; es lo que se vive y habla en la cocina de la casa, mientras allá afuera estalla la guerra.
Alexiévich ha llamado a lo que escribe, precisamente, "novelas de voces". Su estilo, claro, es mayor que la suma de las voces de otros, más grande que simplemente la capacidad de recolectar expresiones de un pueblo. Ha sabido colocar el ojo en una meta clara, que es narrar la historia que sucede dentro de la historia por medio de la investigación exhaustiva (o sea, puro periodismo).
A modo de tapiz, la obra de Alexiévich recopila voces en un entramado conmovedor, revelador, trágico. Como hizo John Hersey con la tragedia de Hiroshima, cuando publicó la primera gran crónica de la bomba atómica en The New Yorker (1946), la bielorrusa se convirtió en la más sólida narradora del desastre de su tierra.
"Con su periodismo en apariencia sencillo, Svetlana Alexiévich se plantó a escuchar en medio de la radioactividad. Desde esa plaza, peligrosa e incómoda, demostró que, tras el Apocalipsis, escribir no sólo es posible sino también, a veces, obligatorio", resume de forma contundente Iván de la Nuez.
Tal solidez, anclada en la información veraz, y su compromiso moral le han ganado la enemistad del poder, a quien el periodismo está llamado a cuestionar. Como toda periodista, se expone también a sus cuestionamientos, distintos de los literarios. Críticas no faltan para Alexiévich y apuntan bien que la Academia Sueca se inclina por la política tanto como la literatura. Ella sabrá afrontarlo, seguramente. Como periodista, debe tener bien claro que su información es la que habla por ella.
No hemos tenido oportunidad de conocer su obra en español más allá de un título, Voces de Chernóbil, y algunos fragmentos, pero el Nobel siempre ha servido para cambiar esto (nos hizo descubrir a Herta Müller y a Gao Xingjian, para nombrar a solo un par).
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Cada género de escritura implica exigencias formales distintas. En el caso del periodismo, significa apegarse a la realidad de los hechos. Sin embargo, históricamente hemos tenido a periodistas-escritores, metódicos orfebres del lenguaje que no se apartaron de su responsabilidad profesional (o no del todo). En inglés, a tal estilo lo llamaron New Journalism (Gay Talese, Tom Wolfe, Truman Capote, etc.), aunque no quede claro qué es lo nuevo y qué, lo viejo.
Otros escritores que han trabajado como periodistas fueron premiados ya con el Nobel –Gabriel García Márquez es el caso más explícito–. Sin embargo, en esta ocasión la Academia Sueca ha premiado contundentemente la riqueza expresiva, amplitud de visión y complejidad formal que puede tener el periodismo, el gran periodismo, al menos. Fácilmente hubieran podido ganarlo también el polaco Ryszard Kapuściński, la italiana Oriana Fallaci o el argentino Tomás Eloy Martínez, para solo nombrar a los que ya fallecieron.
En América Latina, la prominencia de la crónica como género literario en los últimos años ha permitido una reevaluación de aquellos prejuicios antiguos. Cronistas como Leila Guerriero, Martín Caparrós, Julio Villanueva Chang y tantos otros han adquirido los podios prominentes antes reservados únicamente para novelistas y poetas. Aunque alguien debe haber que aún se resiente, para los lectores simplemente ha sido ganancia.
¿Quién ha narrado mejor que el medio digital El Faro lo que ocurre en El Salvador, por ejemplo? Crónicas negras desde una región que no cuenta, el libro que recopila sus crónicas más destacadas, es un documento fundamental para comprender la evolución de la violencia marera en Centroamérica. No puede confundirse, empero, con el mero reporte periodístico, el que se queda en el dato y no interpreta. Es un ejercicio de estilo y de expresividad: un periodismo tan bueno como el contexto es malo. ¿Es diferente su poder, por decir algo, de la poesía de Roque Dalton en tiempos de la guerra?
El periodismo ayuda a explicar y a entender, a comparar y contrastar, a analizar y descubrir. Nada de esto está necesariamente desligado del estilo, y la literatura no es sus géneros, sino su estilo. Buena literatura se puede hacer en cualquier parte, así como buen periodismo. Que no tengamos suficiente de él en esta sociedad nos recuerda el valor de dar el Nobel a una de sus grandes practicantes.