“Las niñeras perdían a los niños en la confusión de los juegos y nos sustituían por otros niños, tomados al azar, de suerte que nos sentíamos extraños en las casas y aprendíamos a mirar, de manera impertinente, a nuestros presuntos padres y abuelos y a sonreírles socarronamente a aquellos medio hermanos, que ya habían pasado por las mismas aventuras, de casa en casa y de niñera en niñera”. Este texto es “Niñeras”, un cuento íntegro de Alfonso Chase publicado originalmente en 1977. A pesar de su económico lirismo y el mundo de pesadilla que propone, es un texto virtualmente desconocido.
Con algunas excepciones, es el mismo el destino de oscuridad que ha corrido la producción de microrrelatos no solo de Costa Rica sino de todo el mundo hispánico. El primer problema que se presenta a quien intenta estudiar el microrrelato –el cuento hiperbreve– es determinar si esta forma narrativa posee unos rasgos específicos que lo puedan distinguir del cuento y que le den el estatuto de género literario.
También es válida para el cuento una caracterización típica como esta: extrema brevedad, trama que requiere la participación del lector, estructura proteica, economía del lenguaje y un empleo notorio de la intertextualidad. Por tanto, parece equivocado afirmar que el microrrelato sea un género literario aparte, como quieren algunos teóricos.
Más bien, todo apunta a que simplemente es una modalidad más breve del cuento. ¿Cuánto más breve? Según algunos, el microrrelato no debería superar la página de extensión; según otros, dos páginas, aunque incluso hay quienes fijan la extensión máxima del microrrelato en tres.
El otro problema es su especificidad frente a otras formas narrativas breves. Este tema tiene una solución más clara. Según el escritor argentino David Lagmanovich, todo microrrelato debe poseer los rasgos de ficcionalidad y de narratividad. A ellos solo habría que aunar el de “no didactismo”, que lo deslindaría de la fábula, del mito y de otras prácticas con fines religiosos o didácticos.
Inicios en Costa Rica. Los orígenes del microrrelato costarricense se hallan en la formación de la narrativa nacional, a principios del siglo XX. Uno de los primeros libros de narrativa breve publicados en el país es Terracotas (1900), de Rafael Ángel Troyo.
En una de sus historias, “Sangre de rosas”, aparece el recurso de la elipsis, un elemento recurrente del microrrelato hispánico: Lissie, una niña de dieciséis años, es arañada por un gato en uno de sus senos y, por algún motivo que solo podemos imaginar, intenta ocultar el lugar del ataque, asegurando a sus amigos que el arañazo fue en el cuello.
Los libros de Rubén Coto y Max Jiménez , respectivamente, Para los gorriones (1922) y Ensayos (1926) están integrados exclusivamente por microtextos en prosa y tienen en común que en ellos coexisten los microrrelatos y los poemas en prosa.
El cuentista más importante de la Generación del Cuarenta, Carlos Salazar Herrera, publica en 1947 sus Cuentos de angustias y paisajes. El volumen incluye el microrrelato más famoso de la literatura costarricense del siglo XX, “La ventana”, en el que, por medio de recursos tales como la sugerencia y el silencio, desarrolla un contraste entre la reclusión y la libertad.
Francisco Zúñiga Díaz publica La mala cosecha (Santiago de Chile, 1967), que incluye los microrrelatos “Efraín Soto P.” y “La fiesta”, lo que lo convierte en el primer escritor costarricense que ve publicados sus microrrelatos fuera del país.
Diez años más tarde, por primera vez, un libro de microrrelatos recibe una distinción literaria. Se trata de Herejías para topos , obra de Óscar Álvarez Araya, merecedor del Premio Joven Creación, entregado por primera vez en ese año, 1977. Entre otros, Fernando Durán Ayanegui , Alfonso Chase y Fabián Dobles publican microrrelatos.
Los breves desencantos. En 1983, Rodrigo Soto publica su primer “Microcosmos”, un conjunto de microrrelatos con el que se cierra su debut , Mitomanías (Premio Nacional Aquileo J. Echeverría de Cuento). A partir de entonces, cada libro de cuentos de Soto incluirá su propio “Microcosmos”.
A los esfuerzos de Soto se une José Ricardo Chaves , quien incluye seis microrrelatos en La mujer oculta (1984). Una característica evidente en las piezas de Chaves es su desarraigo geográfico y la preferencia por lo no realista. La mujer oculta es galardonada con el Premio Joven Creación.
En 1993 aparece A lápiz , el segundo libro de Alí Víquez. Dos de sus microrrelatos son profundamente intertextuales: “Cenicienta” es al mismo tiempo un homenaje a Kafka y una deconstrucción del cuento infantil, mientras que “Los años siguientes” remite a las vidas de los personajes de la tira cómica Mafalda, pero ya convertidos en adultos.
Ni Chaves ni Víquez vuelven a publicar microrrelatos, pero algo muy distinto sucede con Myriam Bustos y Fernando Contreras Castro. De 1995 data el volumen Cuentos, cuentas y descuentos , el debut micronarrativo de Bustos, quien apenas al año siguiente reincide con Recuentos . A partir de entonces, Bustos se sitúa como la autora de microrrelatos más prolífica del país.
Por su parte, en 1997, Contreras Castro da a conocer Urbanoscopio , el primer libro de microrrelatos costarricense organizado en torno de un eje temático. El libro parte de la ciudad como espacio y medio de vida, pero también como un elemento que modifica las vidas de sus habitantes.
En 1998, Contreras Castro, Rodrigo Soto y José Ricardo Chaves son los primeros costarricenses cuyos trabajos son recogidos en una antología internacional de microrrelato: Cuentos breves latinoamericanos.
Con la llegada del nuevo milenio, continúa la tendencia de los años 90: la producción de microrrelatos en Costa Rica no aparece en obras dedicadas exclusivamente a esta modalidad, sino que se recopilan con cuentos de mayor extensión; mención aparte se merece Myriam Bustos, quien publica Microficciones (2002), Microvagancias (2005) y Esto no tiene nombre (2007).
Publican microrrelatos Linda Berrón, Rima de Vallbona, Santiago Porras, Rafael Ángel Herra , Eduardo Alfonso Castillo Rojas, Gerardo César Hurtado, Vernor Muñoz y Juan Santiago Quirós Rodríguez, entre otros autores.
El microrrelato costarricense hoy. A finales del 2011, por primera vez, una editorial costarricense (la Editorial Costa Rica) convoca a un premio dedicado al microrrelato. El ganador del Premio Joven Creación de 2012 resulta ser Marco Aragonés, cuyo texto de tema bíblico es publicado ese año, junto con sendos microrrelatos de diecinueve autores en la Antología de microrrelatos. Premio Joven Creación .
Durante los últimos cinco años, entre 2009 y 2014, se publican más de treinta libros que incluyen microrrelatos y microtextos afines. Algunos de los autores de estas obras son: Isabel Gamboa Barboza, Laura Casasa, Mía Gallegos , Laura Fuentes, Alonso Matablanco, Germán Hernández, Heriberto Rodríguez, Randall Roque, Rodolfo Arias, Mario Valverde Montoya, Jacques Sagot, Daniel Garro, Fabián Coto, Luis Yuré, Luis Chaves, Quince Duncan y Carlos Salazar Herrera; en el caso de los últimos tres autores, los libros son respectivamente una reedición, una antología y una edición póstuma.
La práctica del microrrelato en Costa Rica se apoya en una tradición literaria tan antigua como la novela, aunque mucho menos conocida. La explicación de esto quizás sea que la noción teórica de microrrelato –la idea de que existe algo llamado microrrelato– es relativamente reciente (data de los años 80 debido a la obra de Dolores Koch).
Quizás a ello se deba la oscuridad que envuelve a esta vieja forma de contar historias, a pesar de que muchas de ellas han sido premiadas, recogidas en antologías internacionales y publicadas fuera de nuestras fronteras.
El autor es filólogo de la lengua española.