A Ariel Escalante le ha sorprendido recibir respuestas tan emotivas tras presentar El sonido de las cosas en algunas salas. Su primer largometraje empezó su periplo de festivales en junio del 2016, en Rusia, y esta semana llegó a salas de Costa Rica.
Sin embargo, el director tico, de 32 años, ya ha tenido oportunidad de compartir en distintos espacios la historia de Claudia (Liliana Biamonte), enfermera inmersa en un pesado luto, quien lucha por relacionarse de nuevo con las personas que la rodean en su trabajo, su familia, su casa.
La audiencia empieza a reaccionar. En Mar del Plata (Argentina), una mujer recordó a su padre, muerto en la Guerra de las Malvinas, y habló al micrófono de su propio duelo. Hubo quien lloró en la sala.
Quizá sorprenda la reacción porque, al inicio, Escalante pensaba que su película era “demasiado íntima”, tanto que podía ser “irrelevante”.
También podría ser inusual porque Claudia es un personaje que habla poco y huye todo el tiempo: en cierto modo, la película es la historia de cómo la perseguimos por todos sus escondites. El duelo que ella atraviesa no se abre a nosotros, que debemos descifrarlo, armarlo entre los ruidos de la vida cotidiana que la acosan.
El sonido de las cosas es el primer largometraje de Escalante. Dos cortos anteriores habían gravitado en torno al duelo, “un tema del que me cuesta huir y ni siquiera quiero”, dice.
Tampoco es un impulso tan calculado: surge, sí, de experiencias íntimas, pero también de una voluntad por apartarse de un cine frío e intelectual, y volcarse por una expresión de estados de ánimo, de la vida cotidiana, a su ritmo, a su manera.
“Me han dicho que mi tema es la muerte y no, es el duelo; la muerte no me interesa tanto. El duelo es un lugar donde cuesta mucho esconderse y eso es lo que hace Claudia. Se esconde, pero lo sabe. La ves huyendo de cosas y sabés que ella sabe, y esa es una complicidad de la que estoy muy contento porque siento que se logra con el personaje, te relacionás con ella de esa forma”, explica Escalante.
Ver y hacer
Una noche, a pocos días del estreno de El sonido de las cosas , Ariel recordó su ingreso al mundo del cine. Su humor seco y elocuente puede tender trampas, pero esto es serio: todo empezó con Jurassic Park (1993). Vivía por entonces en México y asistía al cine a menudo, pero la cinta de los dinosaurios en una isla de Costa Rica fue diferente.
“Viéndolo después, ya grande, fue la primera vez que me emocioné de verdad y que vi que existía algo que se llamaba cine, algo tan emocionante como para parar todo”, recuerda. La compró en un tianguis, un VHS pirata grabado en una sala, y la vio 22 veces en dos años.
“Desarrollé una cinefilia muy infantil y adolescente, de Terminator 2 y Máxima velocidad , pero el cine era un evento que yo esperaba. Iba al videoclub con seis películas apuntadas en una lista. Se convirtió en mi hobby principal junto con jugar fútbol y Mario Kart ”, dice.
A los 15 años, un martes en la noche, cenando en familia, su papá le preguntó: “¿Usted qué? ¿Usted quiere hacer películas?”. Ariel dijo: “Papá, tal vez sí. ¿Eso se puede hacer?”. “Y mi papá me dijo: Diay, sí… a ver, si pudieras evitarlo, todo bien”, bromea. Ahora iba en serio.
Como a principios del siglo XXI no existía todavía la escuela de cine en la Universidad Veritas, la única opción en producción audiovisual era la Universidad de Costa Rica. Ariel ingresó allí para estudiar Ciencias Políticas: su familia, de ideas progresistas, discutía la política en casa, y a él se le hizo natural.
Fue en esa época que el grupo Bisonte, influyente agrupación de jóvenes realizadores y productores, fundada en el 2001, empezó a despegar. “Fue una primera escuela, un primer momento de construir identidad y de darte a conocer como parte de algo”, recuerda Escalante –y los miembros de Bisonte siguen colaborando entre sí en distintos proyectos–.
Se reunían los domingos para ver películas, hubiera o no un proyecto de ellos en camino. “Descubrimos mucho cine y nos dimos a la tarea de pensar el cine y empezar a tener outlets creativos que en el futuro definieron mucho del lenguaje que utilizamos hoy”, recuerda. Entre videos musicales y cortos de ficción, descubrió su siguiente paso: estudiar Edición en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de Cuba.
Se dio a conocer como editor de ficciones y documentales. Sus propias narraciones se estaban formando ya, entre la cinefilia intensiva propia de la academia (con lenguajes distintos de todo el mundo) y la práctica en el campo, en una esquina de Cuba donde se respira cine.
–¿Fue en ese momento cuando descubrió el cine que quería hacer?
–Sí y no. O sea, no estoy seguro del cine que quiero hacer hoy. A ver, sí estoy seguro: quiero hacer un cine diferente, un cine que explore lo sensorial, que sea emotivo y que nos empuje hacia el lado del pensamiento crítico. Ahora, en la especificidad estilística, no estoy tan claro. El cine que yo quería hacer en ese momento está muy lejano del que quiero hacer ahora. O, ¿sabés qué? Está muy lejano de El sonido de las cosas y se acerca más al cine que quiero hacer ahora. Indiscutiblemente siento que una obra de un cineasta no es tan “obra” como se supone que es. Tiendo a no pensar mucho en qué tipo de cine quiero hacer porque siento que eso no me toca a mí; me toca hacerlo. Me reservo el derecho de no terminar de entenderlo.
Ritmo vital
Hasta ahora, las películas de Escalante han explorado cómo habitar el espacio vacío, el espacio del que una persona se ha retirado, usualmente tras su muerte. Sus personajes se preguntan cómo moverse por esa casa inundada de ausencia; se cuestionan cuál debe ser su relación con los otros cuerpos que habitan junto a ella.
Lo que se pregunta es cómo vivir tras la muerte. ¿Qué deben hacer los hermanos de Musgo (2014) uno con el otro, ahora que heredan la finca vacía de su familia? ¿Cómo puede Claudia estar en la ciudad, el sitio más saturado y más solitario de todos? ¿Cómo puede seguir existiendo una familia después de la muerte en A partir de ahora solo nosotros (2011)?
Su observación del ritmo de la respiración de la vida se materializa en planos largos, estrictas composiciones geométricas y lánguidas observaciones de personajes, quienes no pierden su calidez ni emociones agitadas. Es una decisión estética y política en muchos sentidos.
–¿Qué es hacer cine para usted?
– Llegó un punto donde fue tanta la pasión por el cine que cultivé desde carajillo que ya no puedo ponerlo en palabras porque no sé qué significa lo otro. Para mí, hacer cine es vivir. Como Ariel Escalante, 32 años, 2017: para mí hacer cine es vivir, no podría hacer otra cosa en este momento.
”Sí siento que hacer cine es buscar las cosas que no conozco. Es acercarme, ponerles cara a las cosas con las que no puedo lidiar, con las que no sé lidiar.
”A ver si me explico con un ejemplo. Soy ateo por convicción, nací ateo y me crié ateo, y cuando tuve voluntad de decidir, seguí siéndolo. La película que estoy haciendo ahora tiene unos perros que vienen a cobrar el alma de una persona: una contradicción total con lo que pienso. Siento que hacer cine es expandir las barreras de cuál es tu lugar en el mundo porque en el cine no tenés que definirte, buscar una certeza.
”Usé esta metáfora el otro día: para mí, la neblina es lo más cercano a tener un alma. El cine es un lugar donde encontrarse y, ante todo, empujarse. Es un lugar de expresión que es muy personal, pero es conexión. El cine es conexión: es lograr que alguien entienda lo que estoy pensando o sintiendo, aunque diga me gustó o no; es buscar a otra persona y conectar”.
– En el entendido de que vos sos también una persona que está dudando.
– Sí, que tiene el privilegio de poner su duda en la pantalla. Es un privilegio maravilloso.
– ¿Cómo cree que esa forma de ver lo que pretende del cine afecta la parte estilística, su forma de visualizar un plano?
– Lo que hace un director es hacer planos, es su único trabajo, por así decirlo. Un plano es una decisión ética. Dentro de mi ética de director, constantemente pienso cuál es la menor cantidad de planos con la que puedo narrar esta escena, este momento. Visualizar un plano es una labor de síntesis. Formalmente, me gusta ir más allá de la historia. El cine no es contar historias necesariamente; es como generar una pregunta.
De este modo, Escalante se toma su tiempo con cada plano, un tiempo afín al de la respiración cotidiana. “El montaje es adivinarle el ritmo a la vida. Por qué no capturarla, reproducirla, moldearla, por qué no. Es un acto de resistencia, político. Como editor siempre pienso cómo puedo hacer la menor cantidad de cortes...”, asegura.
Esa opción por la lentitud, en Escalante y en cines de otros autores, no debe confundirse con una evasión de lo estrictamente narrativo. Es una decisión deliberada de ampliar el espacio y el tiempo de las imágenes, y sí, puede ser complejo: a veces culpamos al cine lento de la aceleración que llevamos por dentro. Se nos resiste.
¿Cómo califica Escalante su opción por la lentitud? “El cine, si bien es una mentira, no es una evasión necesariamente. Valido mucho el poder reproducir la vida misma, o intentarlo, verla desde el sillón de tu casa o desde la butaca para generar una distancia. Eso me parece, incluso por definición, bello”, afirma.
“Me pasa y sé que a la sociedad contemporánea, al capitalismo tardío en el 2017, le pasa más. El don de la paciencia es algo que no poseo en mi vida. Quiero las cosas ya. Y he aprovechado el cine para aprender eso. Me reservo la paciencia para el cine. (François) Truffaut decía que a veces le gustaba más el reflejo de la vida más que la vida misma.
”Yo siento que uno se relaciona con el cine más allá de lo que uno cree. El cine empieza a ser más rápido y todo empieza a ser más rápido, empieza a ser más lento y todo empieza a ser más lento. Así es el arte. Uno ve a Björk y la gente en el mundo siente diferente gracias a eso. Esa es una manera de impactar la sociedad en la que vivo”, comenta el cineasta.
¿No se corre el riesgo de perder público al optar por este ritmo? “Puede ser. Pero no podría hacer otra cosa, sería falso. No me sentiría bien, porque quiero aprender a ser paciente antes de morirme y el elemento que encontré fue el cine, siento que eso está haciendo que más gente sea más paciente también y no es porque sea un valor bueno o malo, sino simplemente porque no es lo que está pasando ahorita. Eso te genera perspectiva, te desencadena de un montón de cosas y ya”, afirma Escalante.
Todo duelo es inesperado, incluso para el que uno se prepara, porque es imposible sentirlo por adelantado. En esa ralentización de la vida, Escalante encuentra la apertura para el ritmo de sus imágenes y las sensaciones que quiere evocar con ellas. “Valoro mucho el espacio de la soledad y siento que la soledad donde más se expresa es en la crisis y ante todo en la que genera un duelo”, detalla. La soledad de Claudia es su derecho, y que Escalante nos haga partícipes de su proceso es una reivindicación del acceso que solo el cine puede brindarnos.
El largometraje ‘El sonido de las cosas’ (2016) sigue en nuestras salas: Cine Magaly, CCM Mall San Pedro, CCM Belén, CitiCinemas Plaza Grecia, Studio Cinemas City Place, Cinépolis Terramall y Nova Cinemas Alajuela. Los otros dos cortos de Ariel Escalante son ‘Musgo’ (2014) y ‘A partir de ahora solo nosotros’ (2011), ambos ganadores del premio a mejor cortometraje en el Costa Rica Festival Internacional de Cine. Escalante destaca como editor de las cintas ‘El Huaso’ (Canadá y Chile, 2012), ‘Princesas rojas’ (Costa Rica, 2013), ‘Caos en la ciudad’ (Panamá, 2012), ‘Rosado furia’ (Singapur, 2014), y los próximos estrenos costarricenses ‘Violeta al fin’ y ‘Agosto’.