Madrid es tan grande como el mundo. Aunque no lo fuera, así podría imaginarlo Felipe Alarcón Echenique (1966), cubano y madrileño, pintor de ciudades y amante de multitudes. Su arte está en la calle: él lo colecciona, lo dibuja y lo examina.
La exposición Viaje al trópico , en la Galería Nacional (Museo de los Niños) es la primera que Alarcón realiza en el país. Se compone de 23 obras de técnica mixta: 10 acrílicos sobre lienzo, 11 dibujos sobre cartulina y dos dibujos sobre lienzo.
Alarcón dice que, en cierto modo, esta exposición es un reencuentro con sus raíces. Tras más de una década de residir en la capital española y varios años sin volver a Cuba, en este proyecto colisionaron la exuberancia citadina con la paleta de colores del trópico.
“Mi obra es sobre lo que pasa día a día en la calle. Se va nutriendo de lo que veo, de lo que escucho y de lo que percibo”, explica Alarcón.
El caleidoscopio estético que conforma sus cuadros delata su capacidad para absorberlo todo e inyectarlo en su trabajo. Son grandes pinturas que narran, de muchas maneras, la experiencia humana: comunicarse.
“En mi trabajo, trato de mezclar el pasado, el presente y el futuro”, dice. En composiciones apretadas y saturadas de personajes, relucen fragmentos de obras y tópicos del arte occidental, ya sean en dibujos suyos, apropiadas de obras clásicas o colocadas a modo de collage .
Ciudad total. Uno de los trípticos exhibidos en Viaje al trópico es su gran visión de Berlín. Aquí, la capital alemana aparece como sitial de la memoria. La obra recuerda las divisiones históricas concretadas en el Muro de Berlín: “Tiene que ver con las almas que murieron intentando alcanzar la felicidad y una vida mejor”, describe.
De este modo, en Berlín hallamos figuras resignadas inmersas en un caos de tableros de ajedrez, arquitectura inconclusa, billetes, palabras, porciones de obras de arte y ensoñaciones propias.
“ En mi obra pueden estar sucediendo varias cosas al mismo tiempo. Intento presentar varios temas a la vez, de forma simbólica y contextual, en una zona geográfica determinada. Son micromundos: puede ser Alemania, Costa Rica...”, dice Alarcón.
¿Qué unifica estos paseos por las capitales? “Siempre estoy buscando el problema de esta sociedad en la que me ha tocado vivir, colocándome como espectador. Trato de buscar una solución al problema de la incomunicación”, explica.
Aunque rodeados de pares, sus personajes se diluyen en el aislamiento. En piezas como La ciudad de las columnas , la escapatoria parece imposible: la densidad atrapa y sofoca.
A pesar de todo, se conserva la vitalidad de un aprecio por la belleza y el contacto humanos. Así se aprecia en cariñosos recuerdos como los de Grafitis de familia, que incluye a sus abuelos en fotografías.
Alarcón trabaja por series. En Viaje al trópico se ven obras de proyectos como el homónimo, Esculturas humanas , Orígenes , Raíces y Burbujas .
Aunque a primera vista resulten caóticas, las pinturas de Alarcón son narrativas. “Es como si estuvieras en un laberinto y en cada esquina hubiera un camino a seguir”, dice el pintor.
Representaciones. Tanto en tema como en técnica, Alarcón combina tendencias y referencias de múltiples orígenes. En sus cuadros, quizás sean Pablo Picasso y Juan Gris cuya influencia sea más notoria.
“Picasso es como un beatle que nadie aún se ha podido quitar de encima. Te dice las cosas de mil maneras. Copió a todos los pinturas y llegó a establecer un estilo propio”, considera Alarcón. Su legado es particularmente notorio en las mujeres y hombres que pueblan sus ciudades pictóricas.
“Quería poner la pintura en función del dibujo”, explica el artista. La línea es la base de las complejas construcciones espaciales y narrativas de sus cuadros.
“Primero pinto y después pienso. Le voy agregando y ella me va diciendo qué va y qué no. Esa construcción del espacio la voy haciendo según lo que me sugiera el cuadro. Tengo claros los elementos; la obra me va sugiriendo dónde voy colocando las figuras”, dice de su proceso de trabajo.
Tanto en sus acrílicos como en sus dibujos, Alarcón también incorpora papeles recortados, fotografías, acuarela y tinturas naturales, como las manchas de vino y de café. “Esto lo hago buscando mis orígenes como pintor, tomando en cuenta el racionamiento de materiales que hay en Cuba.
”Es bueno, de algún modo, porque te enseña a reemplazar los materiales que no tienes: café, flores, vino... Te dan esa mezcla da tonalidades que no tienen los colores normales”, explica Alarcón.
Vista dinámica. Desde que pintaba en Cuba, Felipe empezó a indagar en la incomunicación que achaca a nuestra época. Allí, el aislamiento entre los pintores, parte de la naturaleza de su trabajo, le preocupaba. “El pintor está el solo frente al lienzo en blanco. Crea una incomunicación necesaria. Si no logras desvincularte del mundo real cuando estás creando, no puedes crear”, declara.
Sin embargo, fuera del estudio, detecta vínculos rotos y desesperanzas unidas únicamente en su universalidad. ¿Son invencibles? No, pues como explica, “no estaría en Costa Rica sin Facebook”. Por esa red social conoció a Rafael Omar Pérez Valdés, quien reside en Costa Rica y lo invitó a preparar esta serie de trabajos.
Interesado por el país que recibiría su obra, creó una serie pequeña – tres pinturas, Del trópico salvaje – dedicadas a Costa Rica. Basado en fotografías, compuso sus visiones del trópico sobrecargado, llenas de aves, animales y montaña.
Aunque resida en una ciudad agitada, no se abruma. En Madrid, vive de otros empleos, no de la pintura. En el metro, en la calle y en las plazas encuentra a sus personajes. “Me hace falta estar en contacto con la gente para ver qué se cuece. Estar en contacto con la gente es lo que me mantiene con los pies en la tierra; luego, la pintura me da alas”, expresa.
“Al llegar a mi casa, me tengo que desconectar y ponerme a dibujar hasta altas horas de la noche. Siempre hay que buscarle el lado positivo a las cosas”, confiesa.
El protagonista de sus cuadros es el hombre de la calle. Toda la memoria del mundo se posa sobre sus hombres: naturalezas muertas, figuras de Cristo, Adán y Eva, esculturas clásicas, edificios simbólicos, recuerdos personales... “El ser humano en una esquina (del cuadro) puedo ser yo, puedes ser tú, ahogado”, dice.
Madrid es tan grande como el mundo: cupo en ella el prolífico pincel de Felipe Alarcón, un viajero.