¿Cuándo se leyeron Cien años de soledad ? ¿Cómo los impactó esa lectura? ¿Qué huella les dejó? ¿Cuál es su episodio o personaje favorito tras la lectura? Estas son algunas de las preguntas que nos responden estas personalidad costarricenses al conmemorarse el cincuentenario de la publicación del celebérrimo libro sobre la familia Buendía, escrito por el colombiano Gabriel García Márquez.
Franklin Chang Díaz, astronauta y físico
Lo leí hace 20 años en una sola sentada; no lo pude soltar. Lo conservo como uno de mis libros favoritos. Me cautivó su riqueza de imágenes y el elemento de sorpresa y maravillas que se esconden en cada página. Además, Macondo me recordaba mi infancia en el pequeño pueblo de Altagracia de Orituco en los llanos de Venezuela. Mi personaje favorito era Úrsula por su entereza y fuerza de carácter.
”Hay que leer. En nuestro mundo de ‘tweets’ y ‘whatups’, la integridad del idioma es cada vez más preocupante. También disfruté mucho El general en su laberinto por mi afinidad cultural con Venezuela”.
Sandra Cauffman, ingeniera y física
Lo leí hace como 10 años y lo compré en una librería en un aeropuerto en uno de mis tantos viajes. El libro me cautivó completamente; una lectura triste y fascinante al mismo tiempo. El libro tiene muchos pasajes surrealistas y tristes que describen mucha soledad en los protagonistas.
”Fue fácil involucrarse en la historia y la narrativa nos obliga a prestar más atención. Sí me costó seguir a los personajes con nombres similares. Siete generaciones de la familia Buendía con sus pasiones, aficiones y deseos y de cómo se formó el pueblo de Macondo y como decayó. Y, por supuesto, un final inesperado que envuelve todas las historias paralelas".
Édgar Silva, periodista
Habrá sido en 10.º o 11.º año de colegio (83-84) cuando leí Cien años de soledad . García Márquez recién había recibido el Nobel de Literatura (1982) y, por supuesto, era el personaje literario del momento en América Latina. Antes del Nobel, la verdad no sabía de él. Fue esa noticia y su famoso libro el que me presentó la vida y la obra del colombiano. Fue de esos libros que “piden” leer en el colegio y no queda de otra, pero fue el primer libro –de esos que piden en el colegio– que leí con gusto, compromiso y completo. Su narrativa era fácil de seguir y las descripciones fáciles de crear en la mente. A aquella edad lo que decía era: “qué rico y qué fácil de leer”. Poco tiempo pasó para que luego me leyera otra de sus obras: El coronel no tiene quien le escriba .
Alexandre Borges Guimarães, entrenador de fútbol
Sí claro que lo leí, pero fue hace mucho, en los inicios del 70, y en portugués, ya que mi español en ese entonces era muy malo. Lo tengo ya comprado en español, como debe ser ante una obra del tamaño y magnitud de esa, y es lectura obligada para mi próximo vuelo larguísimo de más de 14 horas en un avión.
”Podría hacer trampa y leer una sinopsis de las que salen en Google, pero mi padre, desde su tumba, me mandaría ciertos mensajes en clave, que mejor no me aviento. Además, es un pecado ‘leer’ una obra así. De ninguna manera.
”Como Cien años de soledad es eterno y sus personajes imperecederos, ni que se diga su autor, pues si querés, para no quedarte mal, lo leo de nuevo, y cuando cumpla los 100 años de haberse publicado, de aquí a 50, dejo mis respuestas a tus preguntas, debidamente contestadas, con mis nietos, que sí o sí también habrán conocido el hielo, visto algún circo, echado el cuento a cierta Remedios, empapados con algún que otro baldazo, de la mano de alguna abuela todoterreno que podríamos también llamar Úrsula”.
María Lourdes Cortés, historiadora del cine y profesora
Mi padre, que no tenía nada de intelectual, siempre hablaba de nuestro vecino, don Antonio Picado, quien había sido un abogado muy prestigioso –hoy es Benemérito de la PatriaÝ y que tenía El Quijote en su mesa de noche. Mi papá, confieso, prefería el Selecciones del Reader’s Digest , normal para un hombre que no había terminado el colegio; sin embargo, tenía la primera edición de Cien años de soledad también en su mesa de noche.
”Una madrugada, ya en la universidad, la tomé. ¡Era el colmo que todavía no la hubiera leído! Estaba en exámenes finales, entonces pensé que podía hojearla, para leerla con calma en las vacaciones. ¡Grave error! A partir del célebre primer párrafo, no pude parar. Fue bastante caótico porque de día tenía que estudiar, pero, en las noches, tomaba el ejemplar de la Editorial Sudamericana y no podía detenerme. Mis padres, a cierta hora, me exigían que apagara la luz, por lo que me refugiaba en los fríos azulejos grises del baño y allí conocí el hielo, a Aurelianos, José Arcadios, a la gran Úrsula, a la petulante Fernanda del Carpio y a mi preferida, Amaranta, quien rechazaba el amor, por exceso de él.
”En adelante, Cien años de soledad siempre ha estado en mi mesa de noche. Es mi Quijote del siglo XX y hasta hoy”.
Djenane Villanueva, periodista
No podía parar de leer y tenía la sensación de estar muy cerca de los personajes, así recuerdo mi primer encuentro con Cien años de soledad . Era un entusiasmo contagioso, compartía los detalles de la lectura con amigos y llegamos a sentir que las historias de Macondo eran nuestras. Me absorbió; era también una forma de conocer Latinoamérica, intensa, triste, mítica, fantástica. Leía e imaginaba a los Buendía y ese rincón de Colombia donde vivos y muertos conviven y las lluvias duran años. Leía una primera vez sin cuestionar, sin salir del asombro, volvía a leer para no perderme los detalles y tratando de separar la realidad de la ficción, no se podía, todo lo condensaba Macondo.
”Úrsula Iguarán me hace pensar hoy en un nuevo encuentro, quiero saber si es la misma, centenaria, personaje entre personajes, capaz de sostener el mundo, pero con esa soledad que de alguna forma cargamos todos. Leeré el libro otra vez.
”Además le estoy agradecida, me llevó a conocer a García Márquez desde sus inicios como reportero, y su entusiasmo y orgullo por lo que hacía reforzó mi amor por el periodismo, “el mejor oficio del mundo”, porque como dijo: “(...) nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir solo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”.