Jurgen Ureña Arroyo jurgenurena@yahoo.com
La primera frase que escuchamos durante la proyección de Birdman (2014) es una pregunta: “¿Cómo terminamos aquí?”. Hacia el inicio del filme , la voz de la conciencia de Riggan Thomson lo interroga con acento retórico mientras su cuerpo flota en el centro de un pequeño camerino. Muy pronto, ese espacio abreviado se revelará como el epicentro emocional de Broadway y el botadero del cine hollywoodense.
Birdman recrea el camino del actor que dos décadas atrás encarnó a un célebre superhéroe del cine y que hoy es sólo una sombra que se arrastra con dificultad hacia su temida y esperada noche de estreno.
En la película, los movimientos imprecisos de Riggan Thomson, del escenario al bar y de la acera al camerino, una y otra vez, trazan un sinuoso signo de infinito que de manera calculada adopta la forma de un larguísimo y falso plano secuencia.
En la aparente uniformidad de ese plano caben los diferentes tonos dramáticos que confluyen en el desarrollo del relato: de lo íntimo a lo onírico, de lo patético a lo grandilocuente, mezclados, batidos y embotellados en un largometraje con pocos pudores y sin aparente fecha de caducidad.
De igual manera, en el espacio alegórico del teatro caben la tensión y la espera, la preparación, la ascensión y la caída del actor, lo que conforma un estilo exuberante y variopinto, autoproclamado irónicamente “superrealista” por uno de los múltiples guiños autorreferenciales del filme. Hacia la mitad del metraje, la pregunta regresa en un sentido distinto a la conciencia estimulada del espectador: “¿Cómo terminamos aquí?”.
Tras recordar que los principales artífices de la puesta en escena de Birdman son los mexicanos Alejandro González Iñárritu y Emmanuel Lubezki , director y director de fotografía del filme, respectivamente, es fácil afirmar que la película representa el triunfo del barroco mexicano sobre las estéticas hollywoodenses heredadas por la tradición clásica. Es una tentación inevitable, un argumento que no es falso y que, no obstante, tiene mucho de fácil y tiene algo de trampa.
De Birdman a Batman. Riggan Thomson es un experimentado ejecutante del arte del llanto y de la risa; un maestro del delicado ejercicio de las emociones complejas. Al menos eso quisiera pensar ahora, cuando está a punto de jugarse el pellejo en el escenario y cuando se enfrenta a Tabitha Dickinson, la feroz crítica de teatro del New York Times , que lo considera apenas “un payaso de Hollywood con un traje de pájaro”.
La frase dardo de Dickinson ironiza sobre las tres entregas de la exitosa saga de Birdman que Thomson filmó consecutivamente hasta que, en un ataque insólito de dignidad, se negó a interpretar la cuarta película de la serie.
Riggan Thomson se convirtió así en el lado frágil del superhéroe. Esa es ahora su verdadera identidad, y es ese justamente el origen de la acertada y singular digresión que el filme dirigido por González Iñárritu plantea sobre el concepto del superhéroe cinematográfico.
El desarrollo argumental de Birdman ofrece una lectura ácida y a contracorriente de las convenciones de un género que cuenta ya con un extenso pasado. Muchos años antes del actual boom del cine de superhéroes, en la década de los años 40, los personajes de El Capitán América (1944), Supermán (1948) y Batman y Robin (1949), entre otros, llegaron a las grandes pantallas bajo la precaria e ingenua producción del olvidado cine B.
Varias décadas después se produjo la estrecha complicidad entre efectos especiales y protagonistas con superpoderes que ha llegado hasta nuestros días con inmejorable salud, que ha recuperado a una serie de figuras emblemáticas de los universos del comic y ha puesto, en la primera línea de la industria cinematográfica, a un grupo de directores de rasgos estéticos tan diversos como Ang Lee, Bryan Singer, Guillermo del Toro, Sam Raimi y Christopher Nolan.
Una de las películas clave de esa nueva ola del cine de superhéroes es sin duda Batman (1989), el filme dirigido por Tim Burton que obtuvo una recaudación de taquilla superior a los 400 millones de dólares y reorientó la mirada de los inversionistas y productores hollywoodenses.
Michael Keaton interpreta a Riggan Thomson en Birdman y es también el intérprete de Batman y de su inevitable secuela, Batman vuelve (1992), dirigida igualmente por Burton. De esta manera, González Iñárritu traza una línea que atraviesa la frontera entre realidad y ficción, esboza las relaciones entre Riggan Thomson y su heroico alter ego , y prolonga ese conflicto hacia las relaciones entre el actor y su carrera, su exesposa, su hija y sus coprotagonistas teatrales.
Del teatro al pastiche en el cine. Hasta hace no demasiado tiempo, la expresión “una película teatral” representaba un gesto peyorativo que se utilizaba para hacer referencia a aquellos filmes que carecían de una puesta en escena interesada en explorar las posibilidades del lenguaje cinematográfico. Esa expresión negaba el aporte de películas como Noche de estreno (1977), dirigida por John Cassavetes, con la que Birdman encuentra significativos puntos de contacto.
A partir de la década 1990, y en particular de filmes como Vania en la calle 42 (1994), Buscando a Ricardo III (1996) y Todo sobre mi madre (1999), las relaciones entre el teatro y el cine se restablecen y permiten el surgimiento de una visión que, indudablemente, comparte González Iñárritu.
Amparado en el ejercicio de una técnica sofisticada y aparentemente unificadora, el cineasta extiende el territorio del teatro hacia sus fronteras con el performance, tal como sugiere una pistola cargada sobre el escenario que recuerda al Disparo (1971) de Chris Burden y al Rhythm 0 (1974) de la artista visual Marina Abramovic. De igual manera, el director introduce diversas influencias al tiempo que sobrevuela los temas expuestos sin demasiado afán de posarse en ellos.
Los tránsitos imprecisos entre cine, teatro y performance que experimenta Riggan Thomson, entre popularidad y prestigio o entre intensidad y estridencia, son también los de Birdman .
En el filme, el virtuosismo formal intenta encubrir unas indefiniciones que se evidencian hacia el segundo tramo de la cinta, cuando la sumatoria de elementos produce la sensación de un juguete rabioso, sofisticado y desmedido.
¿De qué hablamos cuándo hablamos de Birdman ? De un cortocircuito en el sistema de la industria cinematográfica estadounidense, lo que no puede más que agradecerse y aplaudirse. Hablamos también de un periplo nervioso que exhibe una total ausencia de eso que llaman contención y de un brío suficiente para dejarnos exhaustos en unos pocos minutos.
Birdman es una película perdurable en la que el pequeño mundo de un actor se tuerce, se rompe, se eleva y cae conforme avanza hacia su quimérica noche de estreno. No es modesta ni concreta, sino todo lo contrario. “Es una película de Hollywood con un traje de cine de autor”, podría haber afirmado Tabitha Dickinson. “Es simple y puro deseo de escenario”, habría respondido un encantador Riggan Thomson. Birdman, el superhéroe confundido, evidentemente habría preguntado “¿Cómo terminamos aquí?”.