Olviden lo que saben de los salones de clases. La sala de ensayos del Centro Nacional de la Música no tiene pizarra. El laboratorio entero respira mientras empuña sus instrumentos.
Es la clase de lección en la que los estudiantes están sobre el podio y, abajo, el maestro, Carl St. Clair, los califica y corrige, utilizando su propio cuerpo.
“El número cambia, pero ahora son siete personas. Empezamos con dos o tres”, explica St. Clair durante el descanso, mientras sus pupilos y los músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional estiran las piernas por las instalaciones del Centro de la Música.
El pasado 27 de setiembre fue la primera vez que St. Clair llevó a su clase a practicar con la Sinfónica Nacional.
El ejercicio fue democrático: cada uno tuvo 20 minutos para demostrar sus habilidades durante el ensayo de la Sinfonía n.º 9 en mi menor, Op. 95 del checo Antonín Dvorák (la pieza se interpretó en el Teatro Nacional, durante un concierto de temporada oficial).
Como maestro, St. Clair trabaja con directores que lideran ensambles de distintos niveles, en San José, Heredia y Cartago. Son profesores de música en distintas instituciones. Las edades del grupo van de 22 a 47 años. “No quiero llamarlos directores jóvenes, son jóvenes en su entrenamiento”, dice St. Clair.
Cuatro de sus pupilos trabajan con los programas del Centro Nacional de la Música.
En el Instituto Nacional de la Música (INM), Gabriela Mora dirige a la Banda Sinfónica Juvenil y a la Orquesta Sinfónica Intermedia. Pero en Cartago, Mora también se encarga de la Orquesta Sinfónica Municipal.
En el INM, Andrés Porras es el director de la Banda Sinfónica Intermedia. Allí, Ernesto Gallardo conduce la Orquesta Sinfónica Infantil y la Banda Sinfónica Elemental. En Tres Ríos, tiene a su cargo la Orquesta Sinfónica Elemental de la Escuela de Artes Musicales.
Para el Centro Nacional de la Música también trabaja Delberth Castellón, aunque lo hace como oboísta de la Orquesta Sinfónica Nacional –después de todo, la formación más básica de cualquier director siempre será un instrumento musical–.
Fuera de su trabajo regular, Castellón dirige la Escuela Sinfónica de Pérez Zeledón y tiene bajo su responsabilidad el ensayo y presentaciones de una orquesta sinfónica y una camerata de cuerdas. En Ciudad Colón, dirige el Ensamble de vientos avanzado del Centro Cantonal de Cultura de Mora.
El resto de aprendices de St. Clair tiene puestos en otros de los grandes programas musicales de Costa Rica.
Además de ser clarinetista de la Banda de Conciertos de San José, este año Ana Pamela Goyenaga estrenó, desde el podio, la Banda de Mujeres de la Dirección General de Bandas, que debutó en abril.
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Además de eso, en el Sistema Nacional de Educación Musical (Sinem), la directora está a cargo de la Banda Sinfónica del Sinem de Pavas.
En la Universidad de Costa Rica (UCR), Diego Solano conduce la Orquesta de la Etapa Básica y en el Conservatorio Castella a la Orquesta Sinfónica de la institución.
Por último, el más joven de todos los estudiantes de St. Clair (de 22 años) es Andrei Montero, quien dirige la Orquesta de Luz y la Camerata de Luz del Sistema Integral de Formación Artística para Inclusión Social (Sifáis) en La Carpio.
“Había muchos aspirantes”, recuerda Montero sobre la audición que hizo frente a St. Clair en el 2016.
Además de llevar las clases con el director, está terminando su carrera como violista en la Universidad de Costa Rica y aspira a especializarse en su cátedra de Dirección.
“Inicié como voluntario en La Carpio. El director se iba y me dijo que me tocaba a mí. Me dijo: ‘Así se hace: uno, dos, tres, cuatro’. Me preguntó: ‘Ya se lo aprendió?’ Y me dijo: ‘Ahora, súbase’ (al podio)”, recuerda sobre sus primeras lecciones con Ricardo Vargas en el 2011, entonces titular de la Banda de Conciertos de Cartago. Montero tenía 16 años.
“Sin los muchachos de La Carpio yo no hubiera descubierto que me apasiona la dirección”, afirma.
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Llegar al podio
Los directores de Costa Rica son músicos, intérpretes. Con una estructura musical incipiente, cada programa entrega los limitados podios de sus bandas y orquestas a su manera.
Cada ensamble tico tiene su propia categoría (básico, intermedio y profesional).
En el nivel básico e intermedio, el Sinem tiene 14 programas orquestales. El Instituto Nacional de la Música tiene tres bandas sinfónicas y tres orquestas sinfónicas. Algunas municipalidades cuentan con sus programas orquestales.
En la dirección profesional, la Dirección General de Bandas tiene una banda por cada provincia. Sin embargo, los ensambles con mayor programación y experiencia son la Orquesta Sinfónica Nacional (dirigida por St. Clair) y la Orquesta Sinfónica de Heredia (dirigida por Eddie Mora).
En colegios, los directores son los maestros de la asignatura de música. Las universidades eligen los puestos en sus propias planillas de profesores. Es sumamente inusual que un director consolidado tome a aprendices como lo hace St. Clair.
“Es muy común, pero no en nuestro medio”, asegura el director tico Alejandro Gutiérrez, profesor de la UCR y quien fue asistente de St. Clair en la orquesta estadounidense Pacific Symphony.
St. Clair asegura que, desde que se convirtió en titular de la Orquesta Sinfónica Nacional en el 2013, se preocupa por la formación de la escena nacional.
“Si tenés un violín, si tenés que cantar o tocás guitarra, siempre podés practicar con el instrumento. El director no tiene un instrumento con el cual practicar hasta que esté, literalmente, enfrente de la gente”, dice St. Clair. “Pueden practicar sus gestos pero eso es muy diferente a dirigir gente que vive, respira y que hace música con ellos”,
Como otros oficios artesanales, la enseñanza en la música es, sobre otras cosas, un trabajo de legado.
Los conocimientos que transmite St. Clair en sus clases no se estanca en sus estudiantes: ellos mismos lo heredan a los músicos a quienes enseñan. A largo plazo, serán los mentores de otros directores.
“El maestro St. Clair es muy enfático: uno debe tratar al grupo siempre con el profesionalismo del caso”, dice Diego Solano. “El propósito que él tiene es que, a través de nosotros, puede llegar a más personas”, añade.
Aún así, el efecto de dispersión es limitado: los cupos para ubicar a futuros directores están contados.
A pasitos cortos
St. Clair da indicaciones en inglés sobre lo que ha aprendido durante décadas frente a sus proyectos. Gabriela Mora es la traductora oficial del grupo.
Los consejos son varios. Sobre la postura dice que hay que pensar “en un escenario” –los gestos del director son un trabajo escénico– y sobre los gestos de las manos y del rostro dice que “toman tiempo”.
No es fácil conseguir que algunos gestos funcionen, dice St. Clair, pero es evidente cuando un director no se comunica bien con su ensamble de músicos.
“Tienen que ser la clase de movimientos que están tan conectados entre sí, tan entrelazados y con cambios tan rápidos que si los tienen que pensar, ya es muy tarde (...). Este es un lenguaje no verbal. Tiene que fluir y eso toma tiempo”, describe St. Clair.
El tiempo es precisamente lo que la academia limita a sus estudiantes: el tiempo que tienen con sus maestros y el tiempo que tienen con los músicos para practicar desde el podio.
“Si alguno quiere ser un director consolidado debe tener un grado académico y horas podio en frente de un ensamble”, asegura Gutiérrez.
El creciente nivel de los músicos exige que quienes toman la batuta para guiarlos tengan una calidad similar y superior. La mejor oportunidad es afuera del país: en talleres, festivales y concursos internacionales.
“Esto es sobre dar oportunidad a los directores potenciales para que puedan trabajar con una orquesta profesional” dice, Montero sobre el proyecto de St. Clair.
En Costa Rica, con una única universidad que ofrece la formación e investigación para que se especialicen en teoría (solfeo, historia musical, análisis de composición), la iniciativa de St. Clair es un proyecto de mentorazgo sin precedentes.