Transitar por las novelas de Carlos Fonseca acaba siendo un ejercicio cercano al de un rompecabezas.
El autor tico-puertorriqueño es especialista en dosificar fragmentos de personajes, sus vaivenes y sus interacciones con el entorno. Por eso es habitual que sus historias sean sobre gente que pareciera no estar quieta nunca.
Tal es el caso de Austral, su más reciente novela que fue publicada por Anagrama y que está disponible en el país en Librería Internacional. Entrar a sus parajes implica sumarse al nuevo desafío que el mismo Fonseca se impuso: desengranar qué es la identidad, qué significa el duelo y a qué respondemos al pensarnos como parte de un país.
Entrando en materia, podemos adelantar que en esta novela hay pérdidas y búsquedas. La primera es la de la escritora inglesa Aliza Abravanel quien intenta, en batalla con la afasia, terminar su libro. También se presenta la historia de un último hablante indígena que se confronta con el desvanecimiento de su cultura y su idioma mientras un antropólogo lucha por evitar su desaparición.
Además, un superviviente del genocidio guatemalteco busca recuperar los recuerdos perdidos tras los traumas de guerra. Y tras esas tres historias, aparece una muy íntima: la del narrador, Julio, un profesor de letras sin ilusión que, tras ser designado albacea literario de su amiga Aliza, viaja hasta la colonia de artistas donde ella pasó sus últimos días y logra, mediante la lectura de su manuscrito póstumo, ajustar cuentas con su pasado.
Este nuevo título viene a confirmar los dotes del autor de 35 años, nacido en nuestro país, pero crecido en Puerto Rico. Con un currículo nutrido (Fonseca se graduó en Literatura Comparativa en la Universidad de Stanford y después en Princeton como doctor en Literatura y Cultura latinoamericana), el escritor ha gozado de aclamación y siempre es visto como uno de los grandes nombres a seguir en la escena literaria continental.
Su primera novela, Coronel Lágrimas, fue el primer paso para ese éxito. Fue publicada por Anagrama y alabada en medios como The Guardian y The New York Times Book Review.
Además, en el 2016, Fonseca fue incluido en la lista de los viente mejores escritores jóvenes de Latinoamérica en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y al año siguiente fue publicado en el libro Bogotá39, una compilación de textos sobre grandes autores latinoamericanos. También, el autor ganó el Premio Nacional Aquileo Echeverría en el 2017.
Por si fuera poco, el año pasado la revista Granta lo eligió entre los mejores autores jóvenes en español.
Tanto con Coronel Lágrimas, como con su segunda novela Museo Animal, Fonseca ha fascinado y mantenido al mundo literario al tanto de su quehacer. Sobre sus intenciones, eventuales presiones por la aclamación y otros temas conversó Fonseca en esta entrevista con La Nación, en la que comparte sus reflexiones con respecto a su tercera novela.
—En este libro se habla de muchas preocupaciones como el avance de la modernidad, la pérdida de la memoria histórica, la naturaleza. ¿Cuál fue el detonador que hizo que escribieras Austral?
—Como siempre me ocurre, hay distintos momentos que me influyen. Pensando al respecto, diría que fue el momento en que me había fascinado con la hermana de Friedrich Nietzche y el proyecto de una comuna germánica en Paraguay, que justo condensa todos esos aspectos. Fue una historia que me resonó, pero no sabía cómo hacer esa historia mía. Entonces, en otro momento, estaba escribiendo un cuento corto y me surgieron las narrativas que aborda el libro y pude plantear todas estas obsesiones a una escala mayor.
—El tema de la identidad, ¿cómo lo asumís vos? ¿Qué significa pertenecer a un país o a una región?
—Para mi, la identidad nacional siempre ha sido una cuestión compleja, porque soy hijo de padre tico y de madre puertorriqueña. Nací en Costa Rica y muy pronto me fui, así que la cuestión identitaria me causó ciertas ansiedades y por eso con Coronel Lágrimas y Museo Animal decidí no centrarme en personajes que fueran ticos o puertorriqueños, pero cuando sale esta novela aparecen las posibilidades de regresar y conciliarse con una identidad nacional, a través de una trama que tiene que ver con personajes que viajan, con nómadas que transitan una modernidad globalizada.
—Ya que la identidad es un tema central de la novela, ¿qué significa Latinoamérica para vos? ¿Se puede pensar como una unidad?
—Desde mi experiencia personal, con mi identidad de dos países, ser latinoamericano es la opción. Siempre me he sentido latinoamericano e intento pensar qué significa ser de América Latina y pensar cómo Latinoamérica se ha imaginado a través de la historia. Lanzarse a la fantasía tal vez no sea el retrato más preciso al respecto, pero ese juego de fantasía que fue proyectado en la novela me permite imaginar las conexiones que tiene una región, con todas sus características especiales.
—Hay un gran recorrido por la geografía del mundo. ¿Cómo tomaste esa decisión tan arriesgada?
—Con las novelas uno hace lo que le sale y, por alguna razón, geográficamente me la he pasado viajando. Lo que me sale mejor con la literatura es viajar, trazar cartografías con América Latina, en este caso concentrándome desde el cono sur hasta Guatemala, siempre mirando ese sur global que tiene una mirada particular hacia el norte. Hacer un juego de espejos es lo que finalmente estructura la novela.
—¿Estas historias se pensaron siempre como una sola publicación o cómo fue determinar que entrarían todas en Austral?
—Sí, fijate, como te comenté, todo el libro surge de un cuento sobre ese último hablante indígena. A partir de allí, empiezo a trabajarlo y en eso empiezan a surgir los vínculos con otras historias y naturalmente surgen los demás personajes. Parecen historias heterogéneas sobre distintas situaciones, pero me gusta pensar que la novela funciona bajo resonancias temáticas más que bajo líneas narrativas. Esas historias que parecen paralelas o heterogéneas son ciertos temas en común que tienen que ver con la memoria, la pérdida y los límites del lenguaje.
—Este lanzamiento se asume con una gran expectativa, pues tu pluma es una de las más apreciadas entre la prosa latinoamericana. ¿Te sentís presionado por tener muchos ojos encima?
—No, yo creo que los escritores lo que podemos hacer es escribir lo mejor que podamos para el lector, pero una vez que los libros llegan a las manos de los lectores ya las historias son de ellos. Yo me siento contento con Austral, es la primera novela en que me arriesgo a narrar a Centroamérica, lo que significa mucho y es un riesgo que espero que los lectores puedan disfrutar.
—Tu carrera lleva muchos reconocimientos y premios, ¿desde qué lugar los asume?
—Debo decir que me causa una alegría, porque uno está muy agradecido con la gente que da los reconocimientos, pero no creo que determinen nada al momento de la escritura y es importante no dejar que eso cause demasiado ruido ni demasiada presión. Sí puedo decirte que el Premio Nacional Aquileo Echeverría significó mucho porque es un reconocimiento tico y sentí que el país me daba una bienvenida de vuelta a la casa, fue algo mucho más personal y muy bello.
—De todos estos temas que hemos comentado, ¿cuál es el que más te interesa que quede resonando en el lector?
—Aunque el libro parte desde el cono sur, la novela se dirige hacia Centroamérica, pues termina en Guatemala. El libro termina preguntándose cuál es la importancia de la memoria histórica, en especial en un contexto latinaoamericano, donde la memoria juega un rol fundamental. Me gusta la pregunta de cómo, desde Costa Rica, podemos pensar en articular un discurso centroamericano porque esta es una región muy chica, pero muy fragmentada históricamente.
Puede conseguir ‘Austral’, de Carlos Fonseca, en todas las sedes de Librería Internacional, así como en el sitio web libreriainternacional.com. El libro tiene un costo de ₡16.800.