En París, a inicios del siglo XX, un grupo de jóvenes artistas asombró al público del Salón de Otoño, mostrando cuadros de colores estridentes, crudos y audaces, que poco tenían que ver con los de la naturaleza. En el centro de la sala en que exhibieron había una escultura de estilo clásico. Un crítico, Louis Vauxcelles, describió la escena como “un Donatello entre las fieras”. De allí en adelante a ese grupo, liderado entonces por Henri Matisse, se le conoce como los fauves , que quiere decir las fieras en francés. Otro autor los describió en un par de frases certeras: fueron los artistas que dejaron de usar el color para mostrar la naturaleza, y empezaron a usar la naturaleza para mostrar el color.
El grupo como tal fue relativamente efímero –solo efectuó tres exposiciones–, pero dejó una huella indeleble en el arte occidental. Ellos llevaron al extremo algo que ya había hecho Paul Gauguin: liberar a la pintura del “color local”; es decir, del color natural que tienen las cosas, y hacer de la materia pictórica en sí, de los pigmentos en emulsión, el elemento expresivo esencial de la pintura. Mucho de lo que vino después, y sobre todo el expresionismo que dominó gran parte del siglo XX, hubiera sido imposible sin esa ruptura.
Color liberado
Costa Rica, de carácter, es poco afín con el expresionismo. Salvo por algunos energúmenos que se desahogan en las redes sociales, en general tendemos más bien a ser moderados, a no ofender y a mantenernos dentro de los límites de la conveniencia. En el arte, Amighetti y Manuel de la Cruz González hicieron obra expresionista en sus años tardíos, pero no fue sino hasta que surgió la generación Bocaracá, en la década de 1980, que el color liberado hizo de las suyas en el arte costarricense.
Sin embargo, nadie ha usado el color con un espíritu tan festivo, alegre y desenvuelto como Carlos Tapia.
Los cuadros por los que se le conoce son, en general, escenas urbanas o domésticas, armadas en curiosas geometrías, a veces concéntricas, a veces planas, en las que los colores más vivos están ceñidos por un dibujo fuerte, de contornos precisos como los de los vitrales. El mundo normal adquiere en esas obras caracteres fantásticos, a veces alucinantes, desde los cuales nos observan, curiosos o indiferentes, sus omnipresentes gatos.
Temeridad cromática
Con esos trabajos, Carlos Tapia ha construido no solamente un estilo, sino un mundo propio, un espacio imaginario que todos podemos habitar, que estimula nuestra imaginación y nos alegra la vida. Tuvo además la generosidad de compartirlo en una obra pública muy hermosa: los dos murales hechos con mosaico, en la técnica que creó Gaudí, en el túnel bajo el “puente de la Fábrica”, cerca del parque España. Si no lo han hecho, por favor pasen a verlos.
Inesperadamente, este urbanita inveterado nos aparece ahora con una serie de paisajes de la Costa Rica rural.
Nadie hubiera pensado que algún día iba a dejar atrás sus rascacielos fantásticos y sus felinos hogareños, para recorrer con los ojos y la imaginación algunos de los paisajes emblemáticos del país. Lo hace con la misma temeridad cromática con que abordaba sus temas de ciudad, con colores que solo existen en su paleta y que aplica con total desenfado a algunos de los íconos sagrados de nuestra geografía, esos que, además de deleitarnos en los paseos, ayudan a nutrir a esta anémica economía gracias al turismo.
Reverencia e ironía
Hay una mezcla de reverencia y de ironía en eso, porque la ironía nunca está ausente de la obra de Tapia. (Esto no es ningún descubrimiento: la serie se llama Tapialand ). El conjunto de cuadros parece decir: ¿Queremos ser pintorescos? Bueno, pues seamos pintorescos a lo grande. No dejemos la imaginación en la casa a la hora de contemplar nuestros bellos paisajes. Llevemos la postal turística a otra dimensión. Pongámosle un poco más de emoción a todo esto.
Más allá de los temas, algunos de los cuadros se mueven dentro de los cánones estéticos que ya le conocíamos a Tapia: sólidas estructuras de color articuladas en torno a líneas fuertes de dibujo. Tal es el caso, por ejemplo, de Volcán Poás , Playa Ventanas y el espléndido Crestones . En otros eso se combina con una técnica puntillista, nostálgica de Paul Signac y del primer Matisse: Río Pacuare y Tierra Blanca son ejemplos claros.
Mirar con ojos nuevos
Lo que más sorprendió a este comentarista fueron las pinturas en que la emoción se desborda en una pincelada libre, totalmente nueva en Carlos Tapia, ya sea con ánimo de admiración o asombro, como en Puerto Viejo y Volcán Arenal , o con un sentimiento trágico y estremecido en Incendio forestal , en la que al contraste cromático se suma una violenta caligrafía.
Es grato ver a un pintor consolidado salirse de su zona de confort y correr nuevos riesgos.
Los resultados de esta aventura de Carlos Tapia les parecerán chocantes a muchos, como ocurrió con la exposición de los fauves en 1905.
Pero no hay duda de que agregan nuevas dimensiones de imaginación y de emoción a escenarios que, a menudo, damos por ya vistos. Mirar con ojos nuevos es tarea del artista, y aquí se cumple admirablemente.
Un 2017 con el paisaje
La exposición Tapialand consta de 15 acrílicos sobre tela, de mediano formato, sobre paisaje costarricense. Se inaugurará el 25 de mayo en la Galería Nacional (Museo de los Niños) y estará abierta durante un mes.
Acerca de esta exposición, el artista detalla: “Para mí, el tema del paisaje fue el comienzo de la pintura en Costa Rica; grandes pintores han hecho magníficas contribuciones (...). El año pasado llevaba la idea de hacer estos trabajos, pero pensé mucho en cómo plasmarlo; tuve un viaje a Zúrich, Suiza, en diciembre y al regresar el 7 de enero al país, ya estaba decidido a pintar a mi manera, con mis colores y mi forma de resolver el espacio... Decidí hacer 15 cuadros, primero porque me gustan los números impares, y segundo porque en marzo de este año 2017, cumplí 15 años de estar trabajando con Marta Antillón y Francisco Castro en la galería Valanti, en barrio Escalante”.